E D I C I Ó N - N ° 1 7 - ABRIL - 2 0 1 9

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Abundancia (y no escasez) de conocimiento
Javier Martínez Aldanondo
Socio Gestión del Conocimiento de Knowledge Works
javier@knowledgeworks.cl y javier.martinez@knoco.com Twitter: @javitomar

 

 

“¿No es extraño que la criatura más inteligente que ha caminado sobre la faz de la Tierra esté destruyendo su único hogar?” (Jane Goodall)

 

Nuestra civilización se ha desarrollado bajo la creencia ciega en el concepto de escasez: “Termínate la comida que muchos niños pasan hambre”. Tener alimento en el plato cada día era un privilegio (estar gordo fue señal inequívoca de buena salud y prosperidad mientras los pobres siempre eran flacos). Acaparar cosas ha sido sinónimo de riqueza, no tenerlas es signo de miseria. Parece lógico ya que los recursos de nuestro planeta son limitados. Sin embargo, esa premisa errónea nos tiene al borde del colapso. La única manera de recuperar el equilibrio es enfocar la realidad desde el punto de vista de la abundancia. Veamos por qué.

 

No es cierto que exista una crisis de hídrica mundial cuando el 70% de la superficie terrestre está cubierta por agua. Más bien, tenemos que reconocer que nos falta conocimiento para desalar agua de mar. Tampoco existen dificultades con la energía cuando, por ejemplo, el sol nos hace el favor de brillar cada día ¿Problemas de hambre o enfermedades? Desde luego, no es por falta de alimentos o fármacos … El inconveniente nunca ha sido la carencia de recursos sino la falta de conocimiento para administrar dichos recursos. Afortunadamente, el conocimiento y nuestra capacidad para generarlo son infinitos. La única manera de gestionar las limitaciones de la materia física es mediante conocimiento.

 

Empiezo esta columna el 22 de abril, día internacional de la Madre Tierra. Solemos decir que la naturaleza es sabia. Su mensaje para los seres vivos siempre fue unívoco: “Os entrego todo lo que necesitáis para vivir y si queréis aprovecharlo, utilizad vuestras neuronas ¿quieres alimentarte, calentarte y evitar las enfermedades? Tienes a tu disposición lo que hace falta, aprende a usarlo adecuadamente ¿quieres explorar la luna? Te regalo materias primas de sobra para lograrlo, todo depende de tu ingenio.

¿Cómo se entiende que, teniendo todo lo que necesitamos, no solo nos resulte insuficiente, sino que estemos destruyendo el planeta? Obviamente porque no hemos sabido administrar la escasez con inteligencia. Y esta ignorancia tiene explicación. Nuestra historia se ha construido sometida a la dictadura de un mundo material en el que los átomos impusieron su ley desde el principio. Lo primero que percibe un recién nacido es el mundo físico de aquello que puede ver, tocar, oler y degustar. Como popularizó la pirámide de Maslow, nos damos cuenta de que para sobrevivir dependemos de los átomos: alimentarnos, un lugar donde descansar y escondernos, ropa para cubrirnos del frio... Proveerse de dichos elementos requiere de tanto esfuerzo que concluimos que vivimos en un mundo de escasez. Acumular “cosas” se vuelve un objetivo prioritario, a veces cuestión de vida o muerte. Acuñamos el término de propiedad y sobre él construimos todo nuestro sistema de convivencia económica, jurídica y social. Atesorar te hace poderoso y es el pasaporte para un futuro estable para ti y tu familia. Aunque el ser humano nace colaborativo, el modelo que diseñamos se aprovecha de las debilidades de nuestro cerebro primitivo: el miedo a perder lo que tenemos hace aflorar el sentimiento de desconfianza. Es evidente que debemos proteger la libertad y la seguridad de las personas y de sus bienes, pero la tozudez por consagrar la propiedad por encima de todo ha salido muy cara. La obsesión por poseer cosas desató una espiral de producción y consumo que está conduciendo a la destrucción del planeta y a una creciente desigualdad (que los mercados siguen incrementando). En este contexto, los intangibles, con el conocimiento a la cabeza, han sido absolutamente irrelevantes. Fomentar la posesión nos ha conducido por el camino de competir, del egoísmo individualista en lugar de la colaboración. Los refranes lo reflejan a la perfección: “Divide y vencerás”, “la unión hace la fuerza”. Cuando potenciamos la colaboración (neuronas), aparecen nociones impensables para el mundo físico como usar y alquilar en lugar de tener, reutilizar en vez de desechar, reciclar en lugar de contaminar… No es casualidad que los modelos de negocio exitosos de los últimos años se basen en estos principios. Cada vez más expertos insisten en que nos adentramos en la economía de los intangibles. Basta revisar la lista de los países mas desarrollados del mundo (no producen petróleo o cobre sino que generan conocimiento) o el ranking de las empresas más valiosas (compañías de software). Se puede ser sostenible equilibrando átomos y neuronas, siempre que sean las segundas las que lleven la voz cantante. Producir y usar intangibles requiere de un ínfimo consumo de átomos…

 

Veamos, por ejemplo, el impacto de las neuronas en el transporte. Durante miles de años, los seres humanos estuvimos limitados en nuestros desplazamientos por lo que nos permitían nuestros átomos: Nos movimos usando nuestras piernas a velocidad humana. Posteriormente nos apoyamos en animales (sobre todo caballos). Hasta hace 150 años, el único vehículo que existió fue el barco creado para surcar los mares (a merced del viento) o navegar los ríos (a merced de la corriente). A medida que nuestras neuronas producen más conocimiento, descubrimos cómo viajar más rápido o más lejos: surgen el barco a vapor, el tren, el automóvil, el avión, el cohete… Si hace 1 siglo, en 1 día me podía desplazar a unos pocos km de mi casa, hoy puedo dar la vuelta al mundo. Incluso, y gracias de nuevo a las neuronas, ahora viajamos sin movernos: el teléfono, la radio, la TV, Internet o los drones nos permiten “estar” en otros lados sin necesidad de que nuestros átomos cambien de lugar. Todos esos dispositivos se encuentran al alcance de los habitantes de los países desarrollados. La razón por la que se produce toda esta avalancha de conocimiento es justamente gracias a la colaboración: de disciplinas, tecnologías, expertos, instituciones y empresas, países, capital, etc. ¿Qué nos deparará el futuro? ¿quién puede negar que en algún momento exista conocimiento, en forma de tecnología, para fabricar tu propio medio de transporte? Que puedas descargar el diseño de un dispositivo (los planos de un dron porta-humanos o incluso un “traje” al estilo Iron Man), lo imprimas en 3D en tu casa y lo ensambles ¿Es factible que estás oportunidades sean accesibles para todo el mundo? La respuesta es Sí, pero para ello deben cumplirse 2 premisas:

1. Más conocimiento. Los desafíos para el transporte cambian cada día: vehículos autónomos sin conductor, eficiencia energética (prohibición de combustibles fósiles), materiales ligeros, resistentes, baratos y sostenibles… Los avances en conocimientos como inteligencia artificial, bioingeniería, neurociencia, impresión 3D y otras tecnologías por aparecer, permitirán llevar la experiencia de viajar a cotas insospechadas. Como siempre, él único límite es nuestra disponibilidad de conocimiento.

2. Más voluntad. Cuando asumimos que las neuronas deciden el camino a seguir y los átomos obedecen, todo cambia por una simple razón: El conocimiento es abundante y cada día crece exponencialmente. Al contrario que los bienes físicos (que son limitados y se consumen con el uso) el conocimiento no se gasta cuando se comparte, sino que se incrementa. El conocimiento surge de la colaboración, de la reflexión y la comunicación. Si el conocimiento garantiza la riqueza y la sostenibilidad entonces todo se reduce a una decisión obvia ¿mantenemos las desigualdades y promovemos la competencia para que siga habiendo pocos ganadores y muchos perdedores? ¿u optamos por democratizar el conocimiento, su acceso y disfrute? Como pasa con el manido ejemplo de perder peso, el destino no es inevitable, la clave no está en saber lo que hay que hacer sino en lo que decidamos. Se trata de un asunto político y, sobre todo, económico.

 

CONCLUSIONES

Gracias a la evolución del conocimiento, la humanidad goza del mayor nivel de bienestar de la historia. Pero todavía falta mucho por hacer. Una sociedad es tan desarrollada como el menos desarrollado de sus miembros ¿Por qué razón solo unos pocos pueden acceder al mejor médico, la mejor universidad o vivienda? Porque todavía impera la creencia de que el conocimiento es escaso lo que hace que se concentre en pocas manos que deciden administrarlo a su antojo. La verdad es muy distinta: el conocimiento es ilimitado. Es cierto que crear conocimiento es un proceso laborioso pero el secreto no depende de contar con recursos (los emprendimientos más reconocidos comenzaron en un garaje, a cargo de jóvenes sin experiencia). Sin embargo, compartir conocimiento es una tarea simple y su impacto es gigantesco ¿quién se beneficia cuando en un país existen diferencias sonrojantes en los niveles de educación, salud o ingresos? Es imprescindible recompensar a quienes producen conocimiento, pero a continuación, la prioridad debe ser difundirlo de forma que llegue a todas las personas. Un país en que todos los ciudadanos reciben la mejor educación, la mejor atención sanitaria o las mejores pensiones, es un país que solo puede prosperar. Distribuir átomos es caro y laborioso, disponibilizar conocimiento es rápido y barato.

Las prioridades son claras: la primera, concentrar los esfuerzos en generar conocimiento. Y dado que el proceso que lo produce se llama aprendizaje, estamos obligados a cambiar drásticamente el sistema educativo. Cuando la creatividad y la innovación pasan a ser la norma y no la excepción, la educación no puede mantener su modelo de obedecer y memorizar la respuesta correcta. La segunda es compartir el conocimiento inmediatamente a la mayor cantidad de personas que sea posible. Lograrlo no nos va a salir gratis y no es tarea fácil, pero es perfectamente factible y el planeta será el principal beneficiado. Un mundo basado en intangibles modifica el tejido social y laboral porque exige nuevas formas de trabajar, producir, comunicarse y vivir que a su vez demandan un conjunto de conocimientos y actitudes distintas. No se trata de trabajar más sino menos. El foco no puede ser consumir más sino mejor (Unamuno decía que para que una sociedad se civilice y crezca es más importante que aprenda a consumir, que a producir). Las empresas igualmente van a mutar hacia organismos que aprenden. Es más fácil automatizar átomos que neuronas.

Sabemos que los recursos del planeta son finitos, sin embargo, la inteligencia (y también la estupidez) es infinita. El conocimiento es la llave para un futuro más sensato y por eso debemos otorgarle al aprendizaje la máxima prioridad. No hablamos de aprender lo que ya sabemos sino, sobre todo, aprender lo que no se sabe. Por eso, se trata de una cuestión de principios y valores ¿En qué creemos? ¿en el medio ambiente y la solidaridad? ¿A qué estamos dispuestos a renunciar? Hasta hoy, los padres legaban “cosas” a sus hijos (trabajaban para adquirir una vivienda y dejársela en herencia). Nosotros les vamos a dejar conocimiento por que el porvenir no depende de lo que tengas sino de lo que sepas hacer. De la situación actual no saldremos produciendo más cosas sino dedicando más espacio a la reflexión, siendo conscientes y aprendiendo. Tenemos conocimiento de sobra…

 

El 7 y 8 de mayo, en el palacio de congresos Euskalduna de Bilbao, participaremos en el congreso “Anticipándose al futuro de la educación” organizado por Erkide con la charla “El rol del aprendizaje y los docentes en el SXXI”.

El 16 de mayo en Barcelona participaremos en la IV Jornada CEFJE/EDO “Aplicaciones prácticas de la gestión del conocimiento en las organizaciones” en una mesa redonda sobre el factor clave del éxito de las experiencias de GC consolidadas.

También el 16 de mayo en Barcelona, de 18h a 20h en las oficinas de Pla & Associats, C/Numància 187, 2-2 participaremos en la sesión “¿Tienen cerebro las organizaciones? Sacando partido del conocimiento colaborativo para crear nuevo valor” organizado por Neos.

 

 

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