E D I C I Ó N - N ° 1 5 9 - JUNI O - 2 0 1 9

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¿Qué es un buen alumno?
Javier Martínez Aldanondo
Socio Cultura de Aprendizaje de Knowledge Works
javier@knowledgeworks.cl y javier.martinez@knoco.com

Twitter: @javitomar

 

 

“La parte más importante de la educación del hombre es aquella que él mismo se da” (Walter Scott)

Desconozco si será casualidad, pero recientemente he participado en varios seminarios con un foco común: reflexionar sobre el rol del docente en el siglo XXI. Los desafíos de un mundo tan complejo, incierto y sometido a la tiranía de la tecnología obligan a analizar el cambio que están experimentando los profesores. Durante el último congreso, se me vino a la cabeza lo mucho que se habla y se escribe sobre la importancia de los profesores y lo poco que se repara en el alumno siendo, en principio, hacia quien se dirigen todos los esfuerzos. Formamos a los maestros durante años, existen cientos de libros y miles de artículos que describen qué características debe tener un buen profesor. Hace 9 años abordé este tema y hace 12 le dediqué 2 columnas consecutivas asustado al comprobar que ningún niño manifestaba interés por ser profesor cuando fuese adulto ¿Y qué es un buen alumno? Nunca nos hacemos esta pregunta, parece no importar demasiado. A fin de cuentas, quien verdaderamente marca la diferencia es el profesor: mientras tengas buenos profesores, todo está resuelto.

 

Según la Real Academia Española de la Lengua, la palabra alumno tiene 2 acepciones: 1. Persona que recibe enseñanza, respecto de un profesor o de la escuela, colegio o universidad donde estudia.

2. Persona criada o educada desde su niñez por alguien, con quien mantiene una cierta vinculación.

Es preocupante que, en ambos casos, el alumno aparezca siempre supeditado al profesor, la escuela o “alguien”. Se deduce que aprender depende de terceros y no de uno mismo. Parece que somos incapaces de aprender si no es de la mano de otros… También aparece la palabra “estudia”. Usamos el término “estudiante” como sinónimo de persona que aprende lo que nos conduce a otra grave equivocación: para aprender no hace falta estudiar aunque nos hayan engañado con esa falacia durante generaciones.

 

¿Cuáles son las características de un buen alumno? Si preguntamos a profesores, padres o directivos de centros educativos, las respuestas coinciden. Un buen alumno:

·       Saca excelentes notas (estudia y se aplica)

·       Hace todo lo que le piden (es obediente y cumplidor)

·      No molesta ni interfiere con el normal desarrollo de las actividades (sumiso y dócil)

No olvidemos que el sistema educativo se diseñó siglos atrás para “producir” trabajadores que se integrasen a un mundo industrial y jerarquizado donde las principales cualidades eran la disciplina y la obediencia. No hacían falta empleados creativos sino eficientes. No eran tiempos para ciudadanos libres, democráticos y autónomos. Para cumplir ese objetivo, se asumió que al alumno hay que “iluminarlo”, llenarlo de contenidos dado que no sabe nada ni tiene capacidad de elegir. Para tal fin, se creó un mecanismo artificial que se plasmó en escuelas, cursos, aulas, asignaturas, profesores, exámenes, notas, etc. Alguien malpensado podría inferir que las personas educadas bajo ese sistema son más fáciles de manipular…

 

¿Qué le ha sucedido a ese modelo asfixiante? Que el mundo complejo, incierto, tecnológico y cambiante lo ha devorado. La sociedad actual demanda unos conocimientos que el sistema educativo no provee porque nunca fue diseñado para ese fin ¿Y qué características debe tener el buen “alumno” del siglo XXI? Justo las opuestas a las que hemos venido impulsando y premiando durante décadas:

·       Es curioso. Aquí tenemos una ventaja insuperable. Todos los bebés nacen con la curiosidad innata por explorar y entender el mundo que les rodea. Por tanto, bastaría con que no aniquilemos ese impulso. No conozco a nadie que no tenga interés por nada, pero si conozco a mucha gente que no necesariamente se interesa por lo que el colegio les ofrece. La mejor muestra de la curiosidad es la capacidad de preguntar. El colegio no fomenta las preguntas, sino que te recompensa por las respuestas a preguntas que no son tuyas. Todos los padres sabemos que los niños son inquisitivos por naturaleza. Como decía EinsteinLo importante es no dejar nunca de hacer preguntas, no perder jamás la bendita curiosidad”. No saber ya no es motivo de vergüenza. Reconocer la ignorancia y estar cómodo con no tener respuestas es el primer paso para atreverse a aprender.

·       Es creativo. Es capaz de inventar sus propios desafíos e imaginar sus propias respuestas. No se pone límites y siempre se cuestiona ¿por qué no? ¿qué pasaría sí? La duda o la confusión no solo no le paralizan, sino que le mueven. Asume que tras cada respuesta surgen nuevas preguntas.

·       Es inconformista. No se contenta con el primer resultado ni se cree cualquier explicación. No busca ser el mejor sino mejorar siempre y no fracasa por no conseguir el objetivo sino cuando no lo intenta. No se relaja, desconfía de las cosas fáciles y convive con un nivel de insatisfacción que le estimula a seguir progresando.

·       Es desafiante y se rebela a ser domesticado, pero al mismo tiempo es respetuoso y, sobre todo, agradecido.

·       Es flexible. Capaz de cambiar de opinión, está dispuesto a desaprender, aunque le esté yendo bien y eso le signifique correr riesgos. Sabe escuchar y dejarse aconsejar y reconoce cuando otra idea puede ser más valiosa que la suya.

·       Es humilde, sabe que siempre puede aprender, de todos y en cualquier momento. No lo sabe todo, de hecho, es consciente de que no sabe casi nada. Se acepta como aprendiz permanente y no solo disfruta aprendiendo, sino que siente la necesidad constante de adquirir nuevos conocimientos. Entiende que el aprendizaje es cada vez menos formal y programado y que la principal fuente de conocimiento son otras personas (y no los cursos) y por eso le importa conectarse y tejer redes.

·       Es responsable. Se hace cargo de sus actos y de sus decisiones. No pone excusas ni culpa a otros cuando las cosas no salen como esperaba. Es autocritico.

·       Es automotivado. Se marca sus propios objetivos y prioridades y se resiste a que le gobiernen otros. Está comprometido con hacer las cosas bien. Es persistente y a la vez autoexigente ya que entiende que la exigencia no puede venir de fuera. No se rinde ante los errores. Está dispuesto a sacrificarse porque reconoce el valor y el disfrute del esfuerzo. Es capaz de actuar con intensidad y vivir relajado.

·       Se conoce a sí mismo, sus virtudes y sus defectos, ha dedicado tiempo a reflexionar sobre lo que no quiere y lo que le mueve (su identidad) y lo que necesita para conseguirlo.

·       Es colaborador y solidario. No vive desde la competición (no aspira a vencer ni derrotar). Puede liderar un día y asumir un rol secundario el siguiente. Comparte lo que sabe y se inclina por enseñar y ayudar a otros. Se da cuenta de que enseñando es cuando más se aprende porque obliga a poner en orden lo que sabes.

 

¿Cuáles son los antónimos de ese perfil? Pasivo, conformista, complaciente, indolente, rígido, descarado, ególatra, irresponsable, pueril, competitivo, individualista…

¿Qué perfil de alumno elegimos? ¿Es posible pensar en desarrollar esas capacidades en nuestros jóvenes o estamos hablando de una utopía irrealizable? Claro que es factible, si bien casi nada de ello “viene instalado de fabrica”, todo se puede potenciar. Pero el primer paso exige cambiar nuestro modelo mental. En lugar de insistir en que un niño necesita de alguien que lo “alimente”, restándole autonomía y poder de decisión (arrogantemente los llamamos discípulos o aprendices) es hora de enfocarlo al revés: encauzar su energía, ayudarle a que florezca, mostrarle opciones para que se expanda. En definitiva, confiar.

 

¿Qué repercusiones tiene esto para las empresas? Todo buen líder no solo es un maestro sino sobre todo, necesita ser un buen alumno (como muchos directivos ya reconocen), un aprendedor. Cualquier profesional que quiera desempeñar su carrera con plenitud, por definición debe ser buen alumno porque el aprendizaje será una constante fundamental en su vida. Con el tiempo, se podrá convertir en buen maestro para otros y aprender cómo enseñar.

 

Conclusión: Si hay un mantra que glorificamos por encima de todos es “el usuario es el rey”, donde todo gira en tono a la “experiencia del cliente”. La educación ha hecho suya esa moda bajo el lema “el alumno en el centro”. Para vergüenza general, los niños y jóvenes siguen estando totalmente excluidos del proceso de diseño del servicio que hemos preparado para ellos. Deberíamos aprender de una vez que no podemos empezar a diseñar desde la oferta. Sabemos que existen miles de alternativas educativas que se incrementan todos los días, cada vez más personalizadas, contextualizadas, socializadas, con o sin tecnología... Sin embargo, la clave está en la demanda, en el receptor del “servicio” ¿qué valores decidimos impulsar para nuestra sociedad y cómo nos aseguramos de que nuestros jóvenes los aprenden?

Un buen alumno es ante todo curioso (pregunta) y creativo (imagina para buscar soluciones o respuestas). Quiere ser mejor, no el mejor. Necesita entender el mundo y buscar su lugar en el mismo y no solo aprender cosas con valor monetario. Como reza la frase inicial de Walter Scott, las principales preguntas son las que se hace uno mismo. Es hora de que nos cuestionemos ¿quién es más creativo, un artista o un economista? ¿quién es más imaginativo, un filósofo o un poeta que sueñan o un ingeniero que construye ese sueño? Un buen alumno es alguien de quien tienes mucho que aprender. No es habitual que los profesores lleguen a su casa declarando lo que cada día aprenden de sus alumnos.

El 27 de agosto en Santiago participaremos en el II Congreso Internacional Actitud de Gestión Organizacional organizado por la Universidad Autónoma de Chile en el panel de la Mirada desde las Personas.

 

 

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