E D I C I Ó N - N ° 181 - ABRIL - 2 0 2 1

 

 

 

 

La vida es un asunto de energía (y conocimiento)
Javier Martínez Aldanondo
Socio Cultura de Aprendizaje en Knowledge Works
javier@kworks.cl y javier.martinez@knoco.com

www.javiermartinezaldanondo.com

Twitter: @javitomar – Instagram: @javiermartinezaldanondo

 

 

“La energía y la persistencia lo conquistan todo” (Benjamin Franklin)

Hace más de 10 años escribí “Todo es conocimiento”. Estaba equivocado, al menos en parte. La vida es fundamentalmente un asunto de energía. Vivir implica acción. Si permaneces inmóvil sin hacer nada, te mueres. El movimiento obliga a consumir recursos ¿Qué relación tiene la energía con el conocimiento? Existen 2 vínculos cruciales:

 

1. Para vivir, necesitamos energía. Calentar un cuerpo y mantenerlo vivo demanda energía mientras los objetos inertes permanecen fríos. La primera y más urgente preocupación de todos los seres vivos es asegurarse el suministro de energía. Y la principal manera de obtener esa energía consiste en alimentarse. Los animales matamos para comer. La comida es nuestro combustible. La destreza para conseguir comida se debe a nuestra habilidad para crear conocimiento. El gran incentivo del desarrollo del conocimiento humano a lo largo de la historia ha sido el hambre.

2. El órgano que gestiona el conocimiento es el cerebro. La misión del cerebro es garantizar nuestra supervivencia. Para ayudarnos a sobrevivir, el cerebro se preocupa de minimizar el consumo de energía y concentra sus esfuerzos en pronosticar el futuro. El cerebro es una máquina de predecir. Si anticipa lo que va a ocurrir, por un lado, puede reutilizar lo que ya sabe (ahorrando energía) y por otro nos mantiene a salvo de posibles peligros.

 

De entre las necesidades fisiológicas básicas de la pirámide de Maslow, la única que te preocupa diariamente es comer. Respirar es gratis, para dormir te basta un espacio en el suelo, el sexo no te interesa durante muchos años y la salud te angustia solo cuando te falla. Sin embargo, el hambre es una compañía permanente y, lo más importante, para satisfacerla tienes que actuar, gastar energía. ¿Sabes por qué trabajas? Porque tienes que comer. El mundo sería muy distinto si fuésemos capaces de alimentarnos del aire y del sol. Dado que la energía proviene sobre todo de los alimentos que ingerimos, la prioridad siempre ha sido obtener comida: los animales dedican la mayor parte del tiempo que pasan despiertos a alimentarse (los elefantes comen 18h al día). Para conseguir alimentos, la estrategia que utilizamos los humanos fue desarrollar conocimiento. Lo que nos separa de los animales es nuestra capacidad de crear conocimiento colectivo, de cooperar a gran escala. Para ello aprendimos a cazar, a inventar armas y herramientas, a cultivar, a domesticar, a cocinar (y crear el fuego en primer lugar), etc.

 

Gastar siempre es más fácil que producir o reponer lo gastado. Toda acción exige consumo de energía lo que nos obliga a su vez a reponerla lo antes posible para mantenernos vivos y seguir actuando, en un ciclo que solo termina con la muerte. El conocimiento humano surge precisamente de buscar las maneras más eficientes de asegurarnos el suministro de energía. Como nunca existió la certeza de que dicha fuente de energía (alimentos) fuese a estar disponible cuando la necesitásemos, nuestro cerebro se convirtió en un órgano especializado en ahorrar esfuerzos. Eso explica por qué los animales comen todo lo que pueden. La epidemia de obesidad que nos castiga a los animales humanos se comprende porque todavía no hemos podido domesticar el hambre. El instinto primitivo de sobrealimentarnos sigue dominando a pesar de que vivimos en un ecosistema de abundancia de alimentos.

No estamos diseñados para el cambio permanente sino para la estabilidad y el ahorro. En el paleolítico, los cambios eran más lentos y sobrevivir dependía de aprender lo básico (cazar y evitar ser cazado) y ser económicos con la energía. Hoy, sin embargo, la velocidad del cambio se multiplicó y esa misma pasividad nos juega en contra. La transformación tecnológica avanza mucho más rápido que nuestra capacidad biológica de adaptarnos, por eso nos resulta tan difícil cambiar. Después de millones de años de evolución, podemos entender que las personas somos perezosas por una buena causa.

 

Nuestro cerebro pesa 1,3 kilos y es 7 veces más grande de lo que le corresponde en proporción al tamaño de nuestro cuerpo. Es el órgano número uno en consumo de oxígeno y gasta el 25% de la energía que necesitamos. Dado su carácter derrochador, tuvo que evolucionar para ser muy prudente en su desperdicio de energía. La actividad cerebral consiste en millones de impulsos eléctricos que viajan por una red de neuronas cada vez que hacemos algo. El cerebro funciona con “baterías” que necesitan recargarse con alimentos y descanso. Dado que su principal miedo es la extinción, su objetivo es mantenerte vivo y anhela ante todo tu seguridad. Para ello, el cerebro tuvo que especializarse en predecir correctamente para no equivocarse y no derrochar porque se juega la vida. Predecir implica detectar patrones a partir de experiencias pasadas. Continuamente entran al cerebro inputs que compara con lo que ya tiene almacenado en la memoria. Cada vez que detecta una diferencia entre lo que recibe y lo que esperaba, tiene que ser infalible a la hora de aprenderlo para la próxima vez. Y para economizar recursos, reutiliza lo que ya sabe. Para minimizar el consumo de energía, tu cerebro te repite todo el rato “esto ya lo sé, esto ya lo he resuelto antes, esto ya lo he visto…”. Hemos sido educados para creer (a nuestros padres, profesores, autoridades, etc.). Desconfiar malgasta mucha energía: tengo que comprobar si lo que me dicen será verdad, tengo que colocar rejas, alarmas, guardias, etc. Por eso nos subimos en un avión y confiamos en el piloto poniendo nuestra vida en sus manos sin conocerlo. La inercia de seguir haciendo lo mismo de siempre es difícil de romper porque aprender y crear demandan mucha energía. Si le pregunto a mi cerebro, qué prefiere, ver una película o escribir este artículo, no hay duda acerca de cuál será su elección. Por suerte, el cerebro se aburre de lo rutinario y se deslumbra con aquello que le llama la atención, la novedad, la confusión. Y como su obsesión es recuperar el equilibrio, trata de poner orden en el caos para lo que necesita aprender.

Por eso es tan importante la memoria porque reutilizar el conocimiento que ya aprendimos depende de recordar. En el momento que olvidabas que una seta era venenosa o que te habías adentrado en el territorio de un depredador, estabas muerto. Olvidar es embarazoso porque significa reconocer que desperdiciaste la energía que empleaste cuando aprendiste y tendrás que volver a invertir tiempo, dinero y esfuerzo en aprender de nuevo. Sin embargo, el cerebro olvida a propósito lo que no utiliza para ahorrar energía. La memoria exige atención. Si recordásemos todo lo que vemos, oímos, pensamos, leemos o hacemos nos volveríamos locos. Afortunadamente, olvidamos la mayoría de los actos de nuestra vida…

 

Ahora bien, si para sobrevivir la energía es clave, entonces resulta sensato que una parte del cerebro esté situada en el lugar donde procesamos los alimentos. Está comprobado, que existe un segundo cerebro en el sistema digestivo compuesto por unos 200 millones de neuronas. Y se están descifrando las relaciones que existen entre los desequilibrios de la microbiota intestinal y algunos trastornos psíquicos (estrés, ansiedad, depresión, etc.). No solo existe comunicación directa y permanente entre ambos, sino que el estómago influye en el cerebro.

 

Todavía hay un aspecto más que determina la relación entre la energía y el conocimiento. Se ha demostrado que el hecho de que los seres humanos aprendieran a cocinar fue el elemento diferencial que nos permitió desarrollar un cerebro más grande. Cocinar nos permitió ingerir muchas más calorías que el resto de los animales y además hacerlo más rápido de manera que disponíamos de mucho tiempo para otras tareas. Somos la especie del planeta con mayor cantidad de neuronas en el neocórtex (86 mil millones) lo que nos obliga a consumir mucha energía. Cuantas más neuronas tienes, más posibilidades de procesar información existen porque las neuronas son las unidades básicas de gestión. Nuestras habilidades derivan de la forma en que se combinan esos 86 mil millones entre sí. Por eso el individuo importa poco, el secreto está en la colaboración (cuando las neuronas están aisladas, no hay inteligencia). El cerebro no viene con una preconfiguración de esas habilidades excepto las instintivas. Desde que naces, tu cerebro tiene que ir creando un modelo del mundo para que puedas actuar. Cada vez que aprendemos algo, se crean conexiones entre neuronas que se mantienen en el tiempo cuando son útiles y se deshacen cuando no se usan. Aprender consiste en modificar tu cerebro con el uso. Aprender es convertir capacidades (que todos traemos de nacimiento) en habilidades.

 

La capacidad de pensar es la energía más poderosa que existe. Pero también es una energía muy cara de producir. Y la obsesión por el ahorro explica por qué tenemos un sistema educativo de bajo consumo, pero de muy poca eficiencia. Veamos un ejemplo rudimentario ¿es igual el aprendizaje cuando estoy viendo a alguien preparar una tortilla o leyendo la receta que cuando yo hago la tortilla y me queda buena? En un caso “estoy aprendiendo” mientras en el otro caso “ya aprendí”. Existe un aprendizaje teórico, de bajo consumo y un aprendizaje práctico y de alto consumo. El verdadero aprendizaje es aquel que me permite demostrar que puedo hacer algo que antes no era capaz de hacer. El aprendizaje previo me puede servir de preparación, pero es pasivo y se basa en “entender”. Tiene las ventajas de que resulta cómodo, barato y masificable. El aprendizaje de alto consumo es activo y experiencial, se basa en “hacer” es más útil y auténtico, pero requiere más recursos y esfuerzo. Es decir, más energía. El sistema educativo y la formación corporativa optaron por el aprendizaje de bajo consumo que es el que menos energía demanda y por tanto el más extendido, económico y rentable, pero presenta 2 problemas: no se aprende y depende en exceso de la automotivación (de que te interese lo que hay que aprender) ya que considera el aprendizaje como un fin y no como un medio.

 

La energía que mueve a las personas y a las organizaciones es el conocimiento. No puedes vivir sin conocimiento igual que no puedes vivir sin comer. El conocimiento es tu energía mental. Tu cuerpo muere sin alimentos de la misma forma que tu cerebro es inútil sin conocimiento. Es como la gasolina para los coches, sin ella, un automóvil no cumple su cometido, se queda en una carrocería bella y elegante, un motor potente y una mecánica ingeniosa pero inútil. El proceso que produce esa energía es el aprendizaje. Por eso, llamamos coeficiente de inteligencia de una persona o de una empresa a su capacidad de usar estratégicamente el conocimiento que tiene y al mismo tiempo, crear nuevo conocimiento (aprender) para adaptarse al entorno. Incluso la actitud se expresa a través de la motivación que es la energía que te mueve. El conocimiento, al igual que la energía no es estático sino dinámico. Cambia, caduca, se renueva y está en flujo permanente. La contradicción estriba en que nuestras organizaciones fueron creadas para la estabilidad, para conservar y no gastar energía. La lógica de procesos en una empresa está pensada para repetir siempre lo mismo, ser eficientes y rentables. Sin energía, no hay cambio ni mejora.

 

Conclusiones

Esta mañana se me cortó la luz durante 4 horas en medio de un taller con 25 personas. Pude salvar la situación gracias al teléfono, pero 2 horas después, ya no podía trabajar. Nuestra sociedad funciona gracias a la energía: nuestros hogares y empresas requieren electricidad, nuestros computadores y teléfonos funcionan con baterías que hay que recargar, nuestros automóviles con gasolina… La vida es energía y la energía es vida. La energía es la materia prima imprescindible para sobrevivir. Para asegurarnos el suministro de energía, necesitamos conocimiento. Aprender es el proceso que nos garantiza la creación de conocimiento. En un mundo tan expansivo que sigue incrementando el consumo de energía, tenemos que ser muy inteligentes para aprovecharla lo mejor posible. El exceso de información para tomar decisiones al que estamos sometidos agota nuestra energía.

 

Existen 3 realidades unidas por una conexión indestructible. 1. Comer es una actividad capital e impostergable para obtener energía y sobrevivir. El trabajo es una forma indirecta de procurarnos energía. Trabajamos porque no hemos encontrado otra manera mejor para obtener alimentos. 2. Para asegurarnos la provisión de alimentos, hemos generado conocimiento mediante nuestro órgano especializado que es el cerebro. Cocinar es el conocimiento decisivo que inventamos los humanos y que se ha revelado como crítico en el desarrollo de nuestro cerebro (e inteligencia) respecto al resto de animales. Por eso escuchamos frases como “con las cosas de comer (o con el pan de mis hijos) no se juega”. 3. El cerebro cuenta con una segunda “sede” en el aparato digestivo. Alimentarse es tan vital que el conocimiento es imprescindible para obtener la energía que necesitamos y al mismo tiempo, la energía resulta fundamental para generar conocimiento.

 

Estoy convencido de que la comida es el principal responsable (no el único) del desarrollo de conocimiento desde el principio de los tiempos. Si no aprendes lo suficiente como para proveerte alimento, no sobrevives. La culpa la tiene el hambre. Trabajamos porque tenemos que subsistir ¿y si desarrollamos conocimiento para sustentarnos sin trabajar? ¿Y si le asegurásemos a toda la población un ingreso mínimo que cubra las necesidades vitales? No me cabe duda de que teniendo asegurada la supervivencia, el mundo sería muy distinto.

 

El 4 de mayo impartiremos la conferencia “Desarrollar Cultura de Aprendizaje” dentro del programa de formación para directivos públicos profesionales de la Escuela de Administración Pública de Castilla y León.

Del 11 al 13 de mayo participaremos en el congreso Edutic "La educación en transformación".

Entre el 13 y 14 de mayo hablaremos sobre “Cultura de Aprendizaje” en el Congreso Cooperativo Macachín.

El miércoles 2 de junio impartiremos la conferencia “Aprender del futuro” dentro del Foro de innovación para el aprendizaje y el desarrollo.

 

 

 

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