“¿No es extraño que la criatura
más inteligente que ha caminado sobre la faz de la Tierra esté
destruyendo su único hogar?” (Jane Goodall)
Nuestra civilización se ha desarrollado bajo la creencia ciega en
el concepto de escasez: “Termínate
la comida que muchos niños pasan hambre”. Tener alimento en el plato
cada día era un privilegio (estar gordo fue señal inequívoca de buena
salud y prosperidad mientras los pobres siempre eran flacos). Acaparar
cosas ha sido sinónimo de riqueza, no tenerlas es signo de miseria.
Parece lógico ya que los recursos de nuestro planeta son limitados. Sin
embargo, esa premisa errónea nos tiene al borde del colapso. La única
manera de recuperar el equilibrio es enfocar la realidad desde el punto
de vista de la abundancia. Veamos por qué.
No es cierto que exista una crisis de hídrica mundial cuando el 70%
de la superficie terrestre está cubierta por agua. Más bien, tenemos que
reconocer que nos falta conocimiento para desalar agua de mar. Tampoco
existen dificultades con la energía cuando, por ejemplo, el sol nos hace
el favor de brillar cada día ¿Problemas de hambre o enfermedades? Desde
luego, no es por falta de alimentos o fármacos … El inconveniente nunca
ha sido la carencia de recursos sino la falta de conocimiento para
administrar dichos recursos. Afortunadamente, el conocimiento y nuestra
capacidad para generarlo son infinitos. La única manera de gestionar las
limitaciones de la materia física es mediante conocimiento.
Empiezo esta columna el 22 de abril, día internacional de la Madre
Tierra. Solemos decir que la naturaleza es sabia. Su mensaje para los
seres vivos siempre fue unívoco: “Os
entrego todo lo que necesitáis para vivir y si queréis aprovecharlo,
utilizad vuestras neuronas ¿quieres alimentarte, calentarte y evitar las
enfermedades? Tienes a tu disposición lo que hace falta, aprende a usarlo
adecuadamente ¿quieres explorar la luna? Te regalo materias primas de
sobra para lograrlo, todo depende de tu ingenio.
¿Cómo se entiende que, teniendo todo lo que necesitamos, no solo
nos resulte insuficiente, sino que estemos destruyendo el planeta?
Obviamente porque no hemos sabido administrar la escasez con
inteligencia. Y esta ignorancia tiene explicación. Nuestra historia se ha
construido sometida a la dictadura de un mundo material en el que los átomos
impusieron su ley desde el principio. Lo primero que percibe un recién
nacido es el mundo físico de aquello que puede ver, tocar, oler y
degustar. Como popularizó la pirámide de Maslow, nos damos cuenta de que para sobrevivir dependemos de los átomos:
alimentarnos, un lugar donde descansar y escondernos, ropa para cubrirnos
del frio... Proveerse de dichos elementos requiere de tanto esfuerzo que
concluimos que vivimos en un mundo de escasez. Acumular “cosas” se vuelve
un objetivo prioritario, a veces cuestión de vida o muerte. Acuñamos el
término de propiedad y sobre él construimos todo nuestro sistema
de convivencia económica, jurídica y social. Atesorar te hace poderoso
y es el pasaporte para un futuro estable para ti y tu familia. Aunque el
ser humano nace colaborativo, el modelo que diseñamos se aprovecha de las debilidades de
nuestro cerebro primitivo: el miedo a perder lo que tenemos hace aflorar
el sentimiento de desconfianza. Es evidente que debemos proteger la
libertad y la seguridad de las personas y de sus bienes, pero la tozudez
por consagrar la propiedad por encima de todo ha salido muy cara. La
obsesión por poseer cosas desató una espiral de producción y consumo que
está conduciendo a la destrucción del planeta y a una creciente
desigualdad (que los mercados siguen incrementando). En este contexto,
los intangibles, con el conocimiento a la cabeza, han sido absolutamente
irrelevantes. Fomentar la posesión nos ha conducido por el camino de competir,
del egoísmo individualista en lugar de la colaboración. Los refranes lo
reflejan a la perfección: “Divide y
vencerás”, “la unión hace la fuerza”. Cuando potenciamos la
colaboración (neuronas), aparecen nociones impensables para el mundo
físico como usar y alquilar en lugar de tener, reutilizar en vez de
desechar, reciclar en lugar de contaminar… No es casualidad que los
modelos de negocio exitosos de los últimos años se basen en estos
principios. Cada vez más expertos insisten en que nos adentramos en la
economía de los intangibles. Basta revisar la lista de los países mas desarrollados del mundo (no producen
petróleo o cobre sino que generan conocimiento) o el ranking de las empresas más valiosas (compañías de software). Se puede ser sostenible equilibrando
átomos y neuronas, siempre que sean las segundas las que lleven la voz
cantante. Producir y usar intangibles requiere de un ínfimo consumo de átomos…
Veamos, por ejemplo, el impacto de las neuronas en el transporte.
Durante miles de años, los seres humanos estuvimos limitados en nuestros
desplazamientos por lo que nos permitían nuestros átomos: Nos movimos
usando nuestras piernas a velocidad humana. Posteriormente nos apoyamos
en animales (sobre todo caballos). Hasta hace 150 años, el único vehículo
que existió fue el barco creado para surcar los mares (a merced del
viento) o navegar los ríos (a merced de la corriente). A medida que
nuestras neuronas producen más conocimiento, descubrimos cómo viajar más
rápido o más lejos: surgen el barco a vapor, el tren, el automóvil, el
avión, el cohete… Si hace 1 siglo, en 1 día me podía desplazar a unos
pocos km de mi casa, hoy puedo dar la vuelta al mundo. Incluso, y gracias
de nuevo a las neuronas, ahora viajamos sin movernos: el teléfono, la
radio, la TV, Internet o los drones nos permiten “estar” en otros lados
sin necesidad de que nuestros átomos cambien de lugar. Todos esos
dispositivos se encuentran al alcance de los habitantes de los países
desarrollados. La razón por la que se produce toda esta avalancha de
conocimiento es justamente gracias a la colaboración: de disciplinas,
tecnologías, expertos, instituciones y empresas, países, capital, etc. ¿Qué
nos deparará el futuro? ¿quién puede negar que en algún momento exista
conocimiento, en forma de tecnología, para fabricar tu propio medio de
transporte? Que puedas descargar el diseño de un dispositivo (los planos
de un dron porta-humanos o incluso un “traje” al estilo Iron Man), lo imprimas en 3D en tu casa y lo
ensambles ¿Es factible que estás oportunidades sean accesibles para todo
el mundo? La respuesta es Sí, pero para ello deben cumplirse 2 premisas:
1. Más conocimiento. Los desafíos para el transporte cambian cada
día: vehículos autónomos sin conductor, eficiencia energética
(prohibición de combustibles fósiles), materiales ligeros, resistentes,
baratos y sostenibles… Los avances en conocimientos como inteligencia
artificial, bioingeniería, neurociencia, impresión 3D y otras tecnologías
por aparecer, permitirán llevar la experiencia de viajar a cotas
insospechadas. Como siempre, él único límite es nuestra disponibilidad de
conocimiento.
2. Más voluntad. Cuando asumimos que las neuronas deciden el camino
a seguir y los átomos obedecen, todo cambia por una simple razón: El
conocimiento es abundante y cada día crece exponencialmente. Al contrario
que los bienes físicos (que son limitados y se consumen con el uso) el
conocimiento no se gasta cuando se comparte, sino que se incrementa. El
conocimiento surge de la colaboración, de la reflexión y la comunicación.
Si el conocimiento garantiza la riqueza y la sostenibilidad entonces todo
se reduce a una decisión obvia ¿mantenemos las desigualdades y promovemos
la competencia para que siga habiendo pocos ganadores y muchos
perdedores? ¿u optamos por democratizar el conocimiento, su acceso y
disfrute? Como pasa con el manido ejemplo de perder peso, el destino no
es inevitable, la clave no está en saber lo que hay que hacer sino en lo
que decidamos. Se trata de un asunto político y, sobre todo, económico.
CONCLUSIONES
Gracias a la evolución del conocimiento, la humanidad goza del
mayor nivel de bienestar de la historia. Pero todavía falta mucho por
hacer. Una sociedad es tan desarrollada como el menos desarrollado de sus
miembros ¿Por qué razón solo unos pocos pueden acceder al mejor médico,
la mejor universidad o vivienda? Porque todavía impera la creencia de que
el conocimiento es escaso lo que hace que se concentre en pocas manos que
deciden administrarlo a su antojo. La verdad es muy distinta: el
conocimiento es ilimitado. Es cierto que crear conocimiento es un proceso
laborioso pero el secreto no depende de contar con recursos (los
emprendimientos más reconocidos comenzaron en un garaje, a cargo de
jóvenes sin experiencia). Sin embargo, compartir conocimiento es una
tarea simple y su impacto es gigantesco ¿quién se beneficia cuando en un
país existen diferencias sonrojantes en los
niveles de educación, salud o ingresos? Es imprescindible recompensar a
quienes producen conocimiento, pero a continuación, la prioridad debe ser
difundirlo de forma que llegue a todas las personas. Un país en que todos
los ciudadanos reciben la mejor educación, la mejor atención sanitaria o
las mejores pensiones, es un país que solo puede prosperar. Distribuir
átomos es caro y laborioso, disponibilizar
conocimiento es rápido y barato.
Las prioridades son claras: la primera, concentrar los esfuerzos en
generar conocimiento. Y dado que el proceso que lo produce se llama
aprendizaje, estamos obligados a cambiar drásticamente el sistema
educativo. Cuando la creatividad y la innovación pasan a ser la norma y no
la excepción, la educación no puede mantener su modelo de obedecer y
memorizar la respuesta correcta. La segunda es compartir el conocimiento
inmediatamente a la mayor cantidad de personas que sea posible. Lograrlo
no nos va a salir gratis y no es tarea fácil, pero es perfectamente
factible y el planeta será el principal beneficiado. Un mundo basado en
intangibles modifica el tejido social y laboral porque exige nuevas
formas de trabajar, producir, comunicarse y vivir que a su vez demandan
un conjunto de conocimientos y actitudes distintas. No se trata de
trabajar más sino menos. El foco no puede ser consumir más sino mejor
(Unamuno decía que para que una sociedad se civilice y crezca es más
importante que aprenda a consumir, que a producir). Las empresas igualmente
van a mutar hacia organismos que aprenden. Es más fácil automatizar átomos que neuronas.
Sabemos que los recursos del planeta son finitos, sin embargo, la
inteligencia (y también la estupidez) es infinita. El conocimiento es la
llave para un futuro más sensato y por eso debemos otorgarle al
aprendizaje la máxima prioridad. No hablamos de aprender lo que ya
sabemos sino, sobre todo, aprender lo que no se sabe. Por eso, se trata
de una cuestión de principios y valores ¿En qué creemos? ¿en el medio
ambiente y la solidaridad? ¿A qué estamos dispuestos a renunciar? Hasta
hoy, los padres legaban “cosas” a sus hijos (trabajaban para adquirir una
vivienda y dejársela en herencia). Nosotros les vamos a dejar
conocimiento por que el porvenir no depende de lo que tengas sino de lo
que sepas hacer. De la situación actual no saldremos produciendo más
cosas sino dedicando más espacio a la reflexión, siendo conscientes y aprendiendo.
Tenemos conocimiento de sobra…
El 7 y 8 de mayo, en el palacio de
congresos Euskalduna de Bilbao, participaremos en el congreso “Anticipándose
al futuro de la educación” organizado por Erkide con la
charla “El rol del aprendizaje y los docentes en el SXXI”.
El 16 de mayo en Barcelona
participaremos en la IV Jornada CEFJE/EDO “Aplicaciones prácticas de la gestión del conocimiento en las
organizaciones” en una mesa redonda sobre el factor clave
del éxito de las experiencias de GC consolidadas.
También
el 16 de mayo en Barcelona, de
18h a 20h en las oficinas de Pla & Associats, C/Numància 187,
2-2 participaremos en la sesión “¿Tienen cerebro las
organizaciones? Sacando partido del conocimiento colaborativo para crear
nuevo valor” organizado por Neos.
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