“La energía y la persistencia
lo conquistan todo” (Benjamin
Franklin)
Hace más de 10 años escribí “Todo es conocimiento”.
Estaba equivocado, al menos en parte. La vida es fundamentalmente un asunto
de energía. Vivir implica acción. Si permaneces inmóvil sin hacer nada, te
mueres. El movimiento obliga a consumir recursos ¿Qué relación tiene la
energía con el conocimiento? Existen 2 vínculos cruciales:
1. Para vivir, necesitamos energía.
Calentar un cuerpo y mantenerlo vivo demanda energía mientras los objetos
inertes permanecen fríos. La primera y más urgente preocupación de todos
los seres vivos es asegurarse el suministro de energía. Y la principal
manera de obtener esa energía consiste en alimentarse. Los animales matamos
para comer. La comida es nuestro combustible. La destreza para conseguir
comida se debe a nuestra habilidad para crear conocimiento. El gran
incentivo del desarrollo del conocimiento humano a lo largo de la
historia ha sido el hambre.
2. El órgano que gestiona el
conocimiento es el cerebro. La misión del cerebro es garantizar nuestra
supervivencia. Para ayudarnos a sobrevivir, el cerebro se preocupa de
minimizar el consumo de energía y concentra sus esfuerzos en pronosticar el futuro. El
cerebro es una máquina de predecir. Si
anticipa lo que va a ocurrir, por un lado, puede reutilizar lo que ya
sabe (ahorrando energía) y por otro nos mantiene a salvo de posibles
peligros.
De entre las necesidades
fisiológicas básicas de la pirámide de Maslow, la única
que te preocupa diariamente es comer. Respirar es gratis, para dormir te
basta un espacio en el suelo, el sexo no te interesa durante muchos años
y la salud te angustia solo cuando te falla. Sin embargo, el hambre es
una compañía permanente y, lo más importante, para satisfacerla tienes
que actuar, gastar energía. ¿Sabes por qué trabajas? Porque tienes que
comer. El mundo sería muy distinto si fuésemos capaces de alimentarnos
del aire y del sol. Dado que la energía proviene
sobre todo de los alimentos que ingerimos, la prioridad siempre ha sido
obtener comida: los animales dedican la mayor parte del tiempo que pasan
despiertos a alimentarse (los elefantes comen 18h al día). Para conseguir
alimentos, la estrategia que utilizamos los humanos fue desarrollar
conocimiento. Lo que nos separa de los animales es nuestra capacidad de crear conocimiento
colectivo, de cooperar a gran escala. Para ello aprendimos a
cazar, a inventar armas y herramientas, a cultivar, a domesticar, a
cocinar (y crear el fuego en primer lugar), etc.
Gastar
siempre es más fácil que producir o reponer lo gastado. Toda
acción exige consumo de energía lo que nos obliga a su vez a reponerla lo
antes posible para mantenernos vivos y seguir actuando, en un ciclo que
solo termina con la muerte. El conocimiento humano surge precisamente de buscar
las maneras más eficientes de asegurarnos el suministro de energía. Como
nunca existió la certeza de que dicha fuente de energía (alimentos) fuese
a estar disponible cuando la necesitásemos, nuestro cerebro se convirtió
en un órgano especializado en ahorrar esfuerzos. Eso explica por qué los
animales comen todo lo que pueden. La epidemia de obesidad que nos castiga
a los animales humanos se comprende porque todavía no hemos podido
domesticar el hambre. El instinto primitivo de sobrealimentarnos sigue
dominando a pesar de que vivimos en un ecosistema de abundancia de alimentos.
No estamos diseñados para el
cambio permanente sino para la estabilidad y el ahorro. En el
paleolítico, los cambios eran más lentos y sobrevivir dependía de
aprender lo básico (cazar y evitar ser cazado) y ser económicos con la energía.
Hoy, sin embargo, la velocidad del cambio se multiplicó y esa misma pasividad
nos juega en contra. La transformación tecnológica avanza mucho más
rápido que nuestra capacidad biológica de adaptarnos, por eso nos resulta tan difícil cambiar. Después
de millones de años de evolución, podemos entender que las personas somos perezosas por una buena causa.
Nuestro
cerebro pesa 1,3 kilos y es 7 veces más grande de lo que le corresponde
en proporción al tamaño de nuestro cuerpo. Es el órgano número uno en consumo
de oxígeno y gasta el 25% de la energía que necesitamos. Dado su carácter
derrochador, tuvo que evolucionar para ser muy prudente en su desperdicio
de energía. La actividad cerebral consiste en millones de impulsos
eléctricos que viajan por una red de neuronas cada vez que hacemos algo.
El cerebro funciona con “baterías” que necesitan recargarse con alimentos
y descanso. Dado que su principal miedo es la extinción, su objetivo es
mantenerte vivo y anhela ante todo tu seguridad. Para ello, el cerebro tuvo
que especializarse en predecir correctamente para no equivocarse y no derrochar
porque se juega la vida. Predecir implica detectar patrones a partir de
experiencias pasadas. Continuamente entran al cerebro inputs que compara
con lo que ya tiene almacenado en la memoria. Cada vez que detecta una
diferencia entre lo que recibe y lo que esperaba, tiene que ser infalible
a la hora de aprenderlo para la próxima vez. Y para economizar recursos, reutiliza
lo que ya sabe. Para minimizar el consumo de energía, tu cerebro te repite
todo el rato “esto ya lo sé, esto ya lo he resuelto antes, esto ya lo he
visto…”. Hemos sido educados para creer (a nuestros padres,
profesores, autoridades, etc.). Desconfiar malgasta mucha energía: tengo
que comprobar si lo que me dicen será verdad, tengo que colocar rejas, alarmas,
guardias, etc. Por eso nos subimos en un avión y confiamos en el piloto poniendo
nuestra vida en sus manos sin conocerlo. La inercia de seguir haciendo lo
mismo de siempre es difícil de romper porque aprender y crear demandan
mucha energía. Si le pregunto a mi cerebro, qué prefiere, ver una película
o escribir este artículo, no hay duda acerca de cuál será su elección.
Por suerte, el cerebro se aburre de lo rutinario y se deslumbra con
aquello que le llama la atención, la novedad, la confusión. Y como su
obsesión es recuperar el equilibrio, trata de poner orden en el caos para
lo que necesita aprender.
Por
eso es tan importante la memoria porque reutilizar el conocimiento que ya
aprendimos depende de recordar. En el momento que olvidabas que una
seta era venenosa o que te habías adentrado en el territorio de un
depredador, estabas muerto. Olvidar es embarazoso porque significa reconocer
que desperdiciaste la energía que empleaste cuando aprendiste y tendrás que
volver a invertir tiempo, dinero y esfuerzo en aprender de nuevo. Sin
embargo, el cerebro olvida a propósito lo que no utiliza para ahorrar
energía. La memoria exige atención. Si recordásemos todo lo que vemos,
oímos, pensamos, leemos o hacemos nos volveríamos locos. Afortunadamente,
olvidamos la mayoría de los actos de nuestra vida…
Ahora bien, si para sobrevivir la energía es clave, entonces resulta sensato
que una parte del cerebro esté situada en el lugar donde procesamos los
alimentos. Está comprobado, que existe un segundo cerebro en el sistema
digestivo compuesto por unos 200 millones de neuronas. Y se están
descifrando las relaciones que existen entre los desequilibrios
de la microbiota intestinal y algunos trastornos psíquicos (estrés, ansiedad, depresión, etc.). No solo existe comunicación directa y permanente entre
ambos, sino que el estómago influye en el cerebro.
Todavía
hay un aspecto más que determina la relación entre la energía y el
conocimiento. Se ha demostrado que el hecho de que los seres humanos aprendieran a cocinar fue
el elemento diferencial que nos permitió desarrollar un cerebro más
grande. Cocinar nos
permitió ingerir muchas más calorías que el resto de los animales y además
hacerlo más rápido de manera que disponíamos de mucho tiempo para otras
tareas. Somos la especie del planeta con mayor cantidad de neuronas en el
neocórtex (86 mil millones) lo que nos obliga a consumir mucha energía. Cuantas
más neuronas tienes, más posibilidades de procesar información existen
porque las neuronas son las unidades básicas de gestión. Nuestras
habilidades derivan de la forma en que se combinan esos 86 mil millones
entre sí. Por eso el individuo importa poco, el secreto está en la
colaboración (cuando las neuronas están aisladas, no hay inteligencia).
El cerebro no viene con una preconfiguración de esas habilidades excepto
las instintivas. Desde que naces, tu cerebro tiene que ir creando un
modelo del mundo para que puedas actuar. Cada vez que aprendemos algo, se
crean conexiones entre neuronas que se mantienen en el tiempo cuando son
útiles y se deshacen cuando no se usan. Aprender consiste en modificar tu
cerebro con el uso. Aprender es convertir capacidades (que todos
traemos de nacimiento) en habilidades.
La capacidad de pensar es la energía más poderosa
que existe. Pero también es una energía muy cara de producir. Y la obsesión por el ahorro explica por qué
tenemos un sistema educativo de bajo consumo, pero de muy poca eficiencia.
Veamos un ejemplo rudimentario ¿es igual el aprendizaje cuando estoy
viendo a alguien preparar una tortilla o leyendo la receta que cuando yo hago
la tortilla y me queda buena? En un caso “estoy aprendiendo”
mientras en el otro caso “ya aprendí”. Existe un aprendizaje
teórico, de bajo consumo y un aprendizaje práctico y de alto consumo. El verdadero
aprendizaje es aquel que me permite demostrar que puedo hacer algo que
antes no era capaz de hacer. El aprendizaje previo me puede servir de preparación,
pero es pasivo y se basa en “entender”. Tiene las ventajas de que
resulta cómodo, barato y masificable. El aprendizaje de alto consumo es
activo y experiencial, se basa en “hacer” es más útil y auténtico,
pero requiere más recursos y esfuerzo. Es decir, más energía. El sistema
educativo y la formación corporativa optaron por el aprendizaje de bajo
consumo que es el que menos energía demanda y por tanto el más extendido,
económico y rentable, pero presenta 2 problemas: no se aprende y depende en exceso de
la automotivación (de que te interese lo que
hay que aprender) ya que considera el aprendizaje como un fin y no como
un medio.
La energía que mueve a las personas y a las organizaciones es el
conocimiento. No puedes vivir sin conocimiento igual que no puedes vivir
sin comer. El conocimiento es tu energía mental. Tu cuerpo muere sin alimentos
de la misma forma que tu cerebro es inútil sin conocimiento. Es como la
gasolina para los coches, sin ella, un automóvil no cumple su cometido,
se queda en una carrocería bella y elegante, un motor potente y una
mecánica ingeniosa pero inútil. El proceso que produce esa energía es el
aprendizaje. Por eso, llamamos coeficiente de inteligencia de una persona
o de una empresa a su capacidad de usar estratégicamente el conocimiento que
tiene y al mismo tiempo, crear nuevo conocimiento (aprender) para
adaptarse al entorno. Incluso la actitud se expresa a través de la motivación que es la energía que te mueve. El conocimiento, al igual
que la energía no es estático sino dinámico. Cambia, caduca, se renueva y
está en flujo permanente. La contradicción estriba en que nuestras
organizaciones fueron creadas para la estabilidad, para conservar y no
gastar energía. La lógica de procesos en una empresa está pensada para repetir
siempre lo mismo, ser eficientes y rentables. Sin energía, no hay cambio
ni mejora.
Conclusiones
Esta mañana
se me cortó la luz durante 4 horas en medio de un taller con 25 personas.
Pude salvar la situación gracias al teléfono, pero 2
horas después, ya no podía trabajar. Nuestra
sociedad funciona gracias a la energía: nuestros hogares y empresas
requieren electricidad, nuestros computadores y teléfonos funcionan con
baterías que hay que recargar, nuestros automóviles con gasolina… La vida
es energía y la energía es vida. La energía es la materia prima imprescindible
para sobrevivir. Para asegurarnos el suministro de energía, necesitamos
conocimiento. Aprender es el proceso que nos garantiza la creación de
conocimiento. En un mundo tan expansivo
que sigue incrementando el consumo de energía, tenemos que ser muy
inteligentes para aprovecharla lo mejor posible. El exceso de información
para tomar decisiones al que estamos sometidos agota nuestra energía.
Existen 3 realidades unidas
por una conexión indestructible. 1. Comer es una actividad capital e
impostergable para obtener energía y sobrevivir. El trabajo es una forma indirecta de procurarnos energía.
Trabajamos porque no hemos encontrado otra manera mejor para obtener alimentos.
2. Para
asegurarnos
la provisión de alimentos, hemos generado conocimiento mediante
nuestro órgano especializado que es el cerebro. Cocinar es el conocimiento
decisivo que inventamos los humanos y que se ha revelado como crítico en
el desarrollo de nuestro cerebro (e inteligencia) respecto al resto de animales.
Por eso escuchamos frases como “con las cosas de comer (o con el pan
de mis hijos) no se juega”. 3. El cerebro cuenta con una segunda “sede”
en el aparato digestivo. Alimentarse es tan vital que el conocimiento es
imprescindible para obtener la energía que necesitamos y al mismo tiempo,
la energía resulta fundamental para generar conocimiento.
Estoy
convencido de que la comida es el principal responsable (no el único) del
desarrollo de conocimiento desde el principio de los tiempos. Si no
aprendes lo suficiente como para proveerte alimento, no sobrevives. La
culpa la tiene el hambre. Trabajamos porque tenemos que subsistir ¿y si desarrollamos
conocimiento para sustentarnos sin trabajar? ¿Y si le asegurásemos a toda la población un
ingreso mínimo que cubra las necesidades vitales? No me cabe duda de que
teniendo asegurada la supervivencia, el mundo sería muy distinto.
El 4 de mayo impartiremos la
conferencia “Desarrollar
Cultura de Aprendizaje” dentro del programa de formación para
directivos públicos profesionales de la Escuela de Administración Pública
de Castilla y León.
Del 11 al 13 de mayo
participaremos en el congreso Edutic
"La educación en transformación".
Entre el 13 y 14 de mayo
hablaremos sobre “Cultura de Aprendizaje” en el Congreso
Cooperativo Macachín.
El miércoles 2 de junio
impartiremos la conferencia “Aprender
del futuro” dentro del Foro
de innovación para el aprendizaje y el desarrollo.
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