E D I C I Ó N - N ° 182 - MAYO - 2 0 2 1

 

 

 

 

Liderazgo sin líderes
Javier Martínez Aldanondo
Socio Cultura de Aprendizaje en Knowledge Works
javier@kworks.cl y javier.martinez@knoco.com

www.javiermartinezaldanondo.com

Twitter: @javitomar – Instagram: @javiermartinezaldanondo

 

 

El liderazgo es un negocio jugoso sostenido por 2 creencias ancestrales: el ejercicio individual del poder y la existencia de distintas categorías de personas. Aunque sea suicida criticarlo, confieso que no creo en la figura del líder. Y no creo porque es un rol que legitima la desigualdad, uno de nuestros principales problemas. Lo que sí defiendo es que a todos nos corresponde asumir diferentes responsabilidades, que es algo muy distinto.

Aunque no soy experto en liderazgo, sería ingenuo no reconocer su influencia en la cultura de las organizaciones. Las empresas, excepto contadas excepciones, están organizadas de forma vertical y en la cima, donde se concentra el poder, se sitúan los líderes. En una organización, pasa aquello que los lideres “quieren que pase”. De la misma manera, lo que no ocurre es porque el liderazgo no lo considera importante. Que una empresa carezca de estrategias de innovación, aprendizaje o gestión del conocimiento no se explica por el conformismo o la incapacidad de sus colaboradores, sino por la falta de prioridad directiva.

 

Sería injusto no reconocer que se vienen haciendo intentos por modernizar el concepto de líder. Pero por más que se hable y se escriba sobre liderazgo para servir, estratégico, humanista o adaptativo, de influir, de guiar, de hacer crecer, de alinear… mayoritariamente se acepta que la principal función del líder es dirigir, mandar y contar con seguidores (se hace la diferencia entre líderes y trabajadores). Después de tantos siglos, tenemos demasiado grabados en el inconsciente los principales rasgos, a veces caricaturizados, del liderazgo:

 

Individualista: El organigrama de una empresa muestra cómo está distribuido el poder. Los líderes siempre han estado asociados a cargos o funciones. Líder es sinónimo de poder (formal o informal) que se ejerce de forma individual. De hecho, se habla de la soledad del poder. El poder resulta tan difícil de compartir que conocemos pocos casos de liderazgo colegiado. Los líderes sufren para mantener el difícil equilibrio entre autoestima y ego cayendo habitualmente en el personalismo, la arrogancia, el autoritarismo.... El líder corre el riesgo de manipular a sus liderados para conseguir sus propios objetivos.

Competitivo y ganador. El poder es un atributo codiciado porque otorga privilegios especiales y envidiables. Por eso mismo, un líder siempre lucha a brazo partido por conservarlo frente a los muchos aspirantes a arrebatárselo. No soy tan ingenuo como para pensar que es posible eliminar toda forma de competencia, pero podemos pasar de competir para ganar a competir para mejorar, sobre todo en beneficio del colectivo. Se trata de poner freno al egoísmo.

Excluyente: Lo peor de la batalla por el poder es que genera desigualdades. Es muy fácil convencerse de que el disfrute del poder está reservado exclusivamente a determinadas categorías de personas “superiores” y vetado para el resto por razones de clase social, raza, ideología, nacionalidad, credo religioso, apellidos, nivel educativo, genética… Cuando perpetuamos la creencia de que hay personas merecedoras de liderar (a las que cuidamos) mientras el resto queda excluido, entonces legitimamos la desigualdad. Dicha creencia, además de falsa, es poco inteligente. En el pasado, una mayoría de personas “educadas para obedecer y ser sumisas”, aceptaban las injusticias. La historia del mundo se ha construido sobre la desigualdad donde unos pocos elegidos decidían en nombre de la mayoría. Hoy, las repetidas crisis sociales en todo el mundo clamando por dignidad y respeto nos demuestran que ya no es así.

Patriarcal: Todos conocemos el paradigma del héroe fuerte, poderoso, carismático, admirado y masculino que ejerce su dominio (muchas veces opresivamente) sobre aquellos que no gozan de esas mismas cualidades. El líder infalible está convencido de que no necesita aprender nada. La jerarquía tiene ventajas obvias ya que el proceso de ejecución de las decisiones es mucho más rápido. Cuando se acumula poder, la tentación de usar el miedo como herramienta de gestión es muy seductora.

Paternalista: Es el líder protector que cuida de los demás por su propio bien. Contar con una figura protectora resulta cómodo y conveniente porque permite al resto eludir sus obligaciones y trasladar a otros la responsabilidad de resolver los problemas. Y cuando las cosas salen mal, es muy sencillo señalar a los culpables. Las empresas replican el modelo de la familia (donde por razones biológicas los lideres son los padres) tratando a sus empleados como niños que no son capaz de gobernarse solos. Si quieres educar a tus hijos, no sirve de mucho decirles lo que deben hacer. Nada mejor que darles ejemplo.

 

Mi propuesta es que, para afrontar el futuro, estamos obligados a sustituir liderazgo por colaboración, pero una colaboración consciente. No es suficiente con mejorar el liderazgo. El concepto se quedó anticuado porque en la base, su objetivo es mantener el status quo. El liderazgo y la jerarquía atentan contra la colaboración. Y la colaboración redefine el liderazgo. La colaboración se sostiene sobre el respeto y la convicción de que, siendo iguales, tenemos distintas responsabilidades. La pandemia nos volvió a recordar que los desafíos que se nos presentan (llámese cambio climático, automatización, desigualdad...) van a exigir la colaboración global porque nadie tiene el conocimiento que se necesita para enfrentarlos. Dependemos unos de otros; cada persona aporta su conocimiento y entre todos construimos las soluciones. Eso implica reinventar el concepto de liderazgo con foco en 2 atributos:

 

1. Distribuido. Todos somos líderes. La única manera de comprometernos y asumir responsabilidades pasa por que el liderazgo nos corresponda a todos. El liderazgo es un deporte de equipo, es un patrimonio colectivo que se ha manejado a nivel individual. Hemos comprobado de sobra lo que pasa cuando concentramos mucho poder en pocas manos. El liderazgo colectivo solo funciona si creemos que todos podemos y debemos liderar, pero fracasa si asumimos que es patrimonio reservado únicamente a una minoría. El liderazgo se aprende. No es una ciencia sino un arte que tiene su técnica. Y esa técnica se desarrolla practicando (y no escuchando en un aula o leyendo un libro).

 

2. Situacional y rotativo. El liderazgo ejercido desde el conocimiento no es un rol fijo, ni es propiedad de una persona, sino que es un momento en el que me corresponde decidir y actuar en función de mi conocimiento. El liderazgo es una acción, no una posición. Liderar es una tarea, compleja, pero no deja de ser una tarea. No me toca liderar todo el tiempo, ni en todas las circunstancias. Son las situaciones y los contextos los que generan los liderazgos. Todos estamos llamados a ser líderes en distintos momentos y para diferentes desafíos según el conocimiento que tenemos. Hoy me toca a mí y mañana te toca a ti. “El liderazgo no es una persona ni una posición. Es una compleja relación moral entre personas” (Joanne Ciulla).

 

Conclusiones:

Pronunciarse contra el liderazgo es impopular. Los líderes son los principales interesados en perpetuar su condición y los mejores clientes de una industria boyante que vende cursos, seminarios, libros, programas de coaching, etc. Sin embargo, estamos obligados a cambiar porque nuestra convivencia no resiste que unos lideren y otros no. Es muy peligroso depender de los lideres para que las cosas pasen. Colaborar implica compartir el poder. No sobreviviremos si todos no contribuyen y todos no disfrutan los resultados. El perfil de líder actual explica el modelo de relaciones dominante en la sociedad: Hipercompetitivo en lugar de colaborativo, obsesionado con el corto plazo y el interés individual por sobre el bien común. El líder “no tiene la culpa” pero mantener ese rol significa amparar un modelo tramposo que perpetua conductas insostenibles que favorecen la existencia de ciudadanos de primera y de segunda categoría. Competir afecta a la colaboración. Cuando mi éxito depende de tu derrota, es imposible que la cooperación entre nosotros pueda prosperar. Cuanta más injusticia, menos colaboración.

 

Si las organizaciones se ven obligadas a reinventarse porque los entornos cada vez son más dinámicos, entonces ¿Cómo no vamos a estar dispuestos a revisar el papel del líder? Si apostamos por empresas más ágiles y planas, donde entregamos autonomía a equipos descentralizados ¿Cómo no vamos a considerar un liderazgo distribuido y rotativo? A nadie se le ocurre pensar que la innovación sea privilegio de un grupo acotado de individuos que llevan el cartel de innovadores en la empresa como si el resto no lo fueran. De la misma manera, todos en la organización tienen la responsabilidad de liderar. Si de verdad nos consideramos miembros de una comunidad, entonces somos tan fuertes como el más débil de los eslabones. En lugar de reforzar a los líderes, reforcemos el liderazgo de cada colaborador, de cada ciudadano. Si el liderazgo consiste en ayudar a otros a que crean en sí mismos y que crezcan, entonces todos podemos ejercer liderazgo sin necesidad de ser líderes.

Dejemos de hablar tanto de líderes y hablemos más de responsabilidad, compromiso, confianza, honestidad, empatía o transparencia, todos ellos componentes esenciales de la colaboración intencionada. Es hora de dejar de esconderse en las faldas de los líderes y asumir las obligaciones que nos corresponden.

 

El miércoles 2 de junio impartiremos la conferencia “Aprender del futuro” dentro del Foro de innovación para el aprendizaje y el desarrollo.

El jueves 3 de junio dinamizamos el taller “Intercambio y gestión del conocimiento en la Cooperación Sur-Sur y la Cooperación Triangular: innovación en tiempos de pandemia” con participación de los 21 países miembros del programa.

 

 

 

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