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“Cuando la inteligencia
artificial haga lo que haces, tu cliente, en lugar de llamarte a ti,
recurrirá a la IA (ya lo está haciendo)”. La primera vez que solté esta
afirmación fue en una reunión donde nos presentaban al nuevo gerente de una
consultora con la que colaboramos habitualmente. La cara de todos los
presentes, que viven de su conocimiento, era un poema. “Y entonces ¿cuál
es nuestro futuro?” preguntó uno de los consultores visiblemente
preocupado. “La nueva ventaja competitiva será la capacidad de aprender”.
Nunca pensé que iba a escribir esto porque llevo más de 20 años dedicado en
cuerpo y alma a la gestión del conocimiento. Mi “negocio” y por tanto mi
sustento consiste en impartir conferencias y cursos y ejecutar proyectos
para ayudar a organizaciones a implementar estrategias para gestionar su
conocimiento. Pero por drástico que suene, si tu entregable (el producto de
tu trabajo) es un documento o es documentable, una IA lo hará mejor que tú,
más rápido y mucho más barato. La inmensa mayoría de los adultos trabajan
sentados frente a un ordenador haciendo ese tipo de tareas que son
conocimiento codificable. Y cuando los robots humanoides se popularicen (lo
que irremediablemente ocurrirá), el trabajo físico también será ejecutado
por máquinas. Todo lo que pueda automatizarse, se automatizará. Desde el
momento en que le deleguemos el conocimiento a la IA, el mundo cambiará y
la ventaja será la capacidad de crear nuevo conocimiento, es decir de
aprender. Imagina que después de miles de años viviendo en tierra firme,
mañana tenemos que vivir en el agua: los que prosperen no serán los que
tuvieron mejor desempeño en tierra sino aquellos capaces de adaptarse y
aprender a vivir en las nuevas condiciones del medio acuático. Cambiemos el
agua por la IA y nos podremos hacer una idea de que no habrá nada más
importante para tu organización (y para ti mismo) que desarrollar el
músculo del aprendizaje. El problema es que las empresas son bastante
torpes para aprender porque nunca le dieron importancia.
1. Nuestra civilización está
organizada alrededor del conocimiento. Si exceptuamos el oxígeno y la
luz del sol, prácticamente todo lo que necesitamos para vivir lo hemos
tenido que inventar y fabricar: alimentos procesados, medicinas, viviendas,
transporte, energía, dispositivos, etc. Para producir cualquiera de esas
cosas hace falta conocimiento, para adquirirlas necesitas dinero y para
generarlo inventamos el trabajo. Tu vida depende de tu trabajo, y tu
trabajo depende del conocimiento que tienes. Un médico, una abogada, un
ingeniero, una actriz o un futbolista “cobran” por su conocimiento que han
tenido que aprender y entrenar durante años. Dime
qué conocimiento tienes y te diré cómo te ganas la vida.
A lo largo de la historia, el
conocimiento siempre lo han suministrado las personas. Y dado que
necesitamos conocimiento para todo lo que hacemos, la principal restricción
que tenemos es la cantidad de conocimiento disponible, es decir, la
cantidad de profesionales con el conocimiento específico. Por ejemplo,
estoy en lista de espera para operarme porque no hay suficientes cirujanos
ahora mismo. El tren de alta velocidad tardará algunos años en llegar a San
Sebastián porque no hay suficientes personas con el conocimiento (y la
voluntad) para construirlo. El cuello de botella ha sido siempre nuestra
biología. Fabricar un cirujano nos lleva unos 30 años entre crianza,
educación y especialización y fabricar el segundo cirujano requiere otros
30 años. Lo mismo sucede con una ingeniera o un investigador. En el pasado,
el conocimiento venía “empaquetado” dentro de un cuerpo humano. Hoy estamos
delegando el conocimiento a sistemas de IA. Mañana ya no necesitaremos
personas sino solo el conocimiento para elaborar los productos y servicios.
Si entrenamos a una IA con el conocimiento disponible, dejamos de depender
de la oferta de expertos humanos y podemos “fabricar” inteligencia bajo
demanda, a velocidades y costes imposibles para una persona. Y eso no es
una mejora o un pequeño ajuste, es un cambio radical del sistema.
2. Damos por hecho
que hay que competir. Hemos diseñado nuestra economía sobre una
idea muy simple: no hay recursos para todos. Si tú tienes, yo no tengo. Ese
modelo mental de escasez nos ha llevado a un paradigma de competencia feroz
dominado por el miedo: los recursos no alcanzan para todos y por tanto los
demás compiten conmigo. Lo peor del ser humano aparece en esa situación de
lucha por la supervivencia: o ganas el cliente o lo pierdes ante tu
competidor, o creces o te absorben, o acumulas riqueza (la propiedad
privada es la única manera de asegurarme el futuro) o te quedas fuera del
juego. Por eso hablamos de ventaja competitiva como lo que me
permite diferenciarme de mis competidores o la razón por la que los
clientes me eligen a mí en lugar de al resto. La
ventaja competitiva ha estado basada en el conocimiento: hay algo que yo sé
hacer y los demás no saben. Mientras ese conocimiento sea único, tengo
ventaja. En el momento en que se generaliza, la pierdo. Sin embargo, la
mayoría de las “escaseces” que vivimos no son de recursos como de conocimiento
para usarlos bien. No nos falta agua en el planeta, nos falta
conocimiento para desalar agua de mar a gran escala a costes razonables. No
nos falta energía, nos falta conocimiento para aprovechar mejor la que nos
regala el sol. Sabemos que hay recursos de sobra para todos (desde
alimentos a dinero) pero están desigualmente repartidos. La IA acelera
brutalmente esta transición porque convierte el conocimiento de un activo
escaso y caro en un recurso abundante y barato. Cuando el conocimiento deja
de ser escaso, el modelo basado en competir por él empieza a tambalearse.
El problema que nos va a plantear la IA no será técnico sino estratégico.
Podríamos pasar de una economía de mentes individuales que compiten a una
economía basada en la inteligencia colectiva. Cuando ya no tengamos que
pelear por el conocimiento, ¿por qué seguir compitiendo como antes? ¿qué
modelo de sociedad vamos a diseñar bajo unas nuevas condiciones que nunca
tuvimos y nos permitirían colaborar en lugar de competir?
3. El
tsunami de la IA: el conocimiento caduca. El
monopolio de la inteligencia lo hemos tenido siempre los humanos gracias a
un maravilloso órgano que todavía no conocemos bien: el cerebro. Con la IA hemos
inventado la manera de fabricar inteligencia fuera de los cuerpos
humanos. Ya no es una inteligencia que nace, sino que se fabrica. Y si
podemos fabricar inteligencia a voluntad, los cimientos sobre los que hemos
construido nuestra forma de vivir cambian: ya no dependemos de la cantidad
de profesionales con un conocimiento específico que imponen su precio o sus
condiciones. El acceso al conocimiento se vuelve masivo y prácticamente
inmediato. Y el conocimiento que antes te diferenciaba se vuelve un
commodity. Lo que sabías mejor que nadie te servía para entregar un
servicio, fabricar un producto o ejecutar un proceso. Hoy, ese mismo
conocimiento puede estar ya disponible en un modelo de IA al que cualquiera
accede. Y, por si fuera poco, se ha disparado la creación de nuevo
conocimiento a un ritmo y volumen exponencial. La consecuencia de todo ello
es palpable: el conocimiento caduca mucho más rápido. Si tu ventaja era “saber
algo que otros no”, estás en problemas porque ya no eres único. En el
momento en que entregamos a la IA lo que nosotros sabemos, tu ventaja ya no
está en lo que sabes, sino en lo que eres capaz de aprender antes que los
demás. Habrá trabajo, pero cada vez más artificial y menos humano. Lo que
sabías deja de ser tu refugio y la alternativa más inteligente es el
aprendizaje ágil y de calidad: generar conocimiento nuevo más que utilizar
conocimiento antiguo.
4. La mala noticia: De repente, nos damos
cuenta de que somos malos para aprender. El aprendizaje siempre fue un
proceso menospreciado en las organizaciones. A nivel de los individuos salimos mejor
parados. El aprendizaje no es una habilidad, sino que es innato, viene con nosotros
de nacimiento, aunque tenemos que desarrollarlo. Nacemos
curiosos, exploradores, con ganas de probar y equivocarnos. Pero el sistema
educativo nos entrena para otra cosa: estudiar, memorizar, aprobar exámenes
y obedecer. Aprender pasa de ser algo natural y placentero a ser una
imposición externa, algo que “me hacen” en lugar de algo que “yo hago”. Nos
enemistamos con el aprendizaje, no lo vemos como responsabilidad nuestra
porque nunca pudimos elegir lo que nos interesaba aprender y perdemos la
alegría y el disfrute de aprender que traíamos de serie.
En las organizaciones el
problema es aún más grave: no existe el músculo de aprender. La prioridad
de las empresas consiste en maximizar resultados y no se ven a sí mismas
como una serie de conocimientos “encadenados” para producir valor. Aprender
se percibe como un “extra” si sobra tiempo y presupuesto y se confunde
aprendizaje como sinónimo de formación. Pero una organización que no
aprende, una
empresa estúpida, está condenada a
desaparecer en el mundo de la IA. Por muy eficiente que seas
produciendo, si no aprendes mientras produces, te vas quedando atrás hasta
que tu modelo de negocio ya no tiene clientes y el cementerio
empresarial está lleno de ejemplos. La buena noticia es que sabemos cómo
crear ese músculo (como vimos con los
8 momentos del aprendizaje). Convertirse en una organización que
aprende es una decisión, no un milagro ni una casualidad.
5. Cómo reconocer
una organización que aprende ¿Qué distingue a una empresa que aprende
de una que solo repite? Una organización que no aprende suele mostrar
síntomas muy claros: Repite los mismos errores una y otra vez, reinventa
soluciones que ya existen en otro lugar, pierde conocimiento crítico cuando
se marchan las personas, tiene su información dispersa y difícil de
encontrar, los proyectos terminan “cuando se entrega el producto” y
se evalúan por el resultado y no por lo aprendido. En cambio, una
organización que aprende hace cosas distintas: Integra el aprendizaje en el
flujo del trabajo y no como una actividad puntual, no empieza nada
importante sin buscar primero qué conocimiento existe ya dentro o fuera, no
termina un proyecto hasta haber reflexionado qué funcionó, qué no y qué se
haría distinto, captura y documenta esas lecciones y las comparte con
quienes las van a necesitar. Y sobre todo se hace siempre dos preguntas muy
simples: ¿qué hemos aprendido? y ¿la próxima vez lo haríamos igual o
cambiaríamos algo?
Crear
cultura de aprendizaje no es un asunto de intenciones sino de procesos,
roles y tecnologías sobradamente conocidos como retrospectivas, lecciones
aprendidas, comunidades de práctica, acompañamiento entre pares, referentes
internos para ofrecer conocimiento, espacios para experimentar y
equivocarse sin ser castigado, etc.
Conclusiones:
IA, aprendizaje y la próxima pregunta incómoda. Ojo, el
conocimiento seguirá siendo imprescindible pero ya no será una ventaja por
que estará disponible para todos, lo mismo que pasa con el oxígeno. La
verdadera desventaja competitiva consistirá en aferrarse al viejo modelo,
ignorar la irrupción de la IA y retrasar el desarrollo del músculo de
aprender. Estamos volcando en la IA el conocimiento existente lo que hará
al mundo más eficiente, pero no más innovador: automatizar no cambia las
reglas del juego porque seguimos haciendo lo mismo de siempre, pero
añadiéndole IA. La clave en el futuro será resolver lo que todavía no
sabemos y crear conocimiento para problemas nuevos. Se trata de usar la IA
para pensar mejor, no para dejar de pensar. Este cambio de escenario exige
decidir qué será importante aprender y requiere otras habilidades porque
las que hemos valorado siempre eran las del mundo del conocimiento. Y son
habilidades que nunca hemos enseñado
seriamente: pensar, imaginar, crear, colaborar, conversar, cuestionar,
hacerse buenas preguntas o experimentar. Y al levantar la mirada para mirar
más adelante, inevitablemente aparece una pregunta crucial “¿Qué pasará
cuando la IA no solo acumule todo el conocimiento existente, sino que
también aprenda mejor y más rápido que nosotros?” Después de
automatizar el conocimiento, automatizaremos el aprendizaje. Si eso ocurre,
la ventaja competitiva ya no estará tampoco en aprender. Lo verdaderamente
valioso será aquello que siga siendo escaso y profundamente humano: Definir
propósito, objetivos y prioridades (para qué queremos usar tanta
inteligencia), la calidad de nuestras relaciones, las actitudes, valores y
manera de estar en el mundo y nuestra atención, que es el recurso más
finito que tenemos. Potenciar la IA solo tiene sentido para potenciarnos
nosotros. No se trata de impulsar la IA para hacer máquinas más
inteligentes sino para hacernos a nosotros más inteligentes y que vivamos
mejor todos ¿Llegaremos a un momento en el que no tengamos que competir
para sobrevivir y, por tanto, aprender deje de ser obligatorio y pase a ser
algo que elegimos para disfrutar y expandirnos? Mientras ese mundo se va
configurando, hay una realidad difícil de esquivar: El conocimiento dejará
de ser la ventaja competitiva. La capacidad de aprender (como persona y
como organización) será la nueva frontera.
- El 10
de diciembre participaremos en la mesa redonda virtual “IA que funciona:
casos reales, lo que nadie te cuenta” organizado por OPEM
-
El 17 de diciembre en Vitoria en impartiremos la conferencia “Tu empresa no
podrá ser inteligente ni sobrevivir sin IA” para CIDEC
-
El 18 de diciembre impartiremos una Masterclass de la 4ª edición del Curso
Superior de IA aplicada a la D. y G. de Empresas organizado por OPEM
-
El 23 de enero en Somorrostro (Vizcaya) impartiremos la conferencia “Hacia un mundo de organizaciones más inteligentes
” en el marco de la entrega de los premios Marcelo Gangoiti
-
El 9 y el 23 de diciembre en Cadabra la magia de aprender,
realizaremos las sesiones sobre “La inteligencia vista desde el cerebro y
desde la IA” con Pedro Maldonado
y Rodrigo Duran
y “Neuroeducación, pensamiento (critico) e IA: hacia donde debemos enfocar
la educación” con Anna Forés
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