E D I C I Ó N - N ° 178 - ENERO - 2 0 2 1

 

 

 

 

Las mentiras que nos contamos (y nos creemos) en las organizaciones
Javier Martínez Aldanondo
Socio Cultura de Aprendizaje de Knowledge Works
javier@kworks.cl y javier.martinez@knoco.com

www.javiermartinezaldanondo.com

Twitter: @javitomar - #culturaprendizaje

 

 

“Un hombre (mujer) razonable se adapta al mundo. Uno irracional, insiste en que el mundo se adapte a él. Por tanto, el progreso depende de los hombres (y mujeres) irracionales” (George Bernard Shaw).

 

No queremos reconocerlo, pero hemos sido educados para obedecer. Y también para creer lo que nos cuentan y no ponerlo en duda. Seguimos instrucciones y acatamos órdenes en casa, en el colegio y en el trabajo ¡Imagínate 30 niños cuestionando lo que les enseñan en un aula o contradiciendo a sus padres! Esa sumisión posiblemente fue una estrategia inteligente. La curiosidad es un pozo sin fin que demanda mucha energía. Dudar implica abrazar la incertidumbre. Disentir del estatus quo crea conflicto. Es mucho más cómodo aceptar el discurso oficial y dormir tranquilos. Las instituciones que han sobrevivido hasta nuestros días (Ejército, Iglesia, Universidad…) se sostuvieron sobre verdades absolutas de las que no se podía discrepar so pena de sufrir las consecuencias. En el seno de la familia, los padres mandaban y su autoridad era sagrada. Así que aceptamos dócilmente una serie de paradigmas que se mantienen vigentes sin discusión.

Todo tiene explicación, pero cuando la desconoces o deja de ser válida, te encuentras repitiendo un comportamiento o un argumento absurdo. Y hacer las cosas de forma automática, sin saber por qué las haces, tan solo porque siempre se han hecho así, es preocupante. Y peligroso. Nos volvemos vulnerables, fácilmente manipulables y hacemos cosas que no contribuyen a nuestro beneficio, ni individual ni colectivo. El manoseado ejemplo de los monos es elocuente.

 

Hemos pasado demasiado tiempo anestesiados. Uno de los objetivos de la educación es cuestionar los paradigmas imperantes. No abogo por volverse incrédulo o paranoico, pero existe un paso intermedio que consiste en preguntarse ¿por qué? Si leemos que la desaparición de las abejas provocaría un colapso mundial, lo mínimo es querer entender por qué eso es así. Sorprende que en la época que encumbró el individualismo salvaje, exista tan poco pensamiento propio…

Detrás de todo lo que haces y piensas se encuentran tus creencias y cada uno tiene las suyas (de las que no somos conscientes). Mientras para algunos la pandemia ha traído depresión, para otros ha brindado oportunidades. La realidad objetiva no existe, sino que cada uno la construye a partir de cómo la percibe, en función de sus creencias. Afortunadamente, esas creencias se pueden identificar y modificar en aquello en que no te sirven, te limitan o condicionan. En el ámbito de las neurociencias se habla de los neuromitos (usamos el 10% del cerebro) como falsas creencias instaladas sin ninguna base y que resultan difíciles de erradicar ¿Cuáles son las mentiras que dominan el contexto de las organizaciones? La lista es larga y cada una merece un artículo por lo que me extenderé un poco más en las 3 primeras.

 

1. El éxito en la vida depende de competir y ganar: Estamos tan convencidos de que los recursos del planeta son escasos, que no vemos otra salida que competir por acceder a ellos. En ese caso, la colaboración no tiene ninguna oportunidad. Si el mundo es un mercado, entonces para sobrevivir hay que derrotar a los competidores. Y no solo derrotarlos, aniquilarlos. Y no solo a los rivales, muchas veces también a los colegas de trabajo (de otras áreas, de otras sucursales o incluso del propio equipo) o a los compañeros de clase. La educación misma es un proceso individual. Triunfa la egocracia. Sin embargo, es mentira que no haya recursos suficientes para todos, lo que ocurre es que están desigualmente repartidos. Es lo que pasa con el hambre en un mundo en el que sobra comida. Es cierto que los activos físicos son finitos y los hemos ido expoliando, pero los activos intangibles (encabezados por el conocimiento) son inagotables. Dos ejemplos: el agua dulce es un bien escaso cuya disputa puede provocar guerras, pero el conocimiento para desalar agua marina atenúa ese problema. La energía es otro bien estratégico pero el conocimiento para extraer energía barata del sol reduce ese riesgo. Nuestro futuro no depende de matarnos por los recursos finitos, sino que depende de colaborar para crear conocimiento que nos permita compartir dichos recursos de manera inteligente. La era de los átomos ya dio paso a la de las neuronas. La pandemia nos recuerda que los seres humanos hemos llegado hasta aquí gracias a nuestra capacidad de compartir y que los desafíos futuros solo se resuelven cooperando. La vacuna del covid ha sido posible gracias a la colaboración de miles de científicos. Si cada país hubiese optado por desarrollar su propia vacuna para administrarla únicamente a sus ciudadanos, jamás saldríamos de la pandemia. Claro que nuestras organizaciones fueron diseñadas para gestionar cosas, bienes tangibles. Si tratamos el conocimiento como un activo físico, entonces no podemos escapar del paradigma de competir. Un activo físico tiene la característica de que no es renovable, se desgasta con el uso, su posesión se pierde cuando se comparte. Pero si lo consideramos un intangible, se abre la opción de colaborar. Si te regalo un disco, me quedo sin él, pero si te comparto un mp3, ambos disfrutamos la música…

El mundo es plural, pero lo abordamos desde la perspectiva individual. Los desafíos no se resuelven con individuos más inteligentes sino con mayor inteligencia colectiva. No se trata de que la colaboración sea buena, es que es la única alternativa para enfrentar el futuro porque nadie tiene todo el conocimiento. La incompletitud de nuestro conocimiento nos obliga a colaborar con los demás. ¿Estamos condenados a luchar y destruir el planeta en el proceso? No. Competir es una decisión, una creencia que se puede modificar si lo decidimos. Entonces ¿esperamos a otra crisis para colaborar?

 

2. Conocimiento es poder: Esta mentira es la principal derivada de la anterior. Fomentar la competencia dentro de las organizaciones genera ambientes envenenados. Quien siembra vientos cosecha tempestades... Una de las preguntas que SIEMPRE se repite en TODAS las empresas es “¿Qué hacemos cuando una persona se guarda el conocimiento y no lo quiere compartir?” En otras palabras: ¿Qué hacemos con los egoístas HDP? En mi experiencia, la principal responsabilidad la tiene la propia organización. Veamos la lógica que sigue el individuo: “Si mi conocimiento me hace valioso (es la razón por la que tengo un empleo, es decir, mi salvoconducto a la supervivencia), entonces ¿por qué debería regalárselo a otros perdiendo mi ventaja, mi condición de imprescindible?” Se trata de la respuesta natural al contexto en el que le toca trabajar. “Dime cómo me vas a medir y te diré cómo me voy a comportar” Si me pagan por meter goles, cada vez que veo el balón chuto a puerta, no me importa si el equipo gana o pierde. La persona hace lo que sea para sobrevivir, ni más ni menos. Si lo que pretendemos es que el conocimiento sea un activo común, patrimonio de la organización, entonces a las personas les tiene que merecer más la pena compartirlo que guardárselo. Y mientras no es así, las personas actúan según las reglas con las que les obligan a jugar. No conozco a ningún experto tan malvado que no esté dispuesto a compartir lo que sabe, siempre que se genere un “ambiente” favorable para que ello suceda. Las personas confiesan que no comparten el conocimiento con sus pares porque carecen de instancias para ello: No existen rutinas diseñadas para conversar, no hay incentivos ni reconocimiento alguno, no dominan las metodologías, de hecho, muchas veces ni siquiera conocen a sus compañeros… Pasar del “conocimiento es mío al conocimiento es nuestro” requiere gestionar la energía de las personas, cuidar la calidad de las relaciones, desarrollar la confianza… Lograr el “conocimiento compartido es poder” implica transformar el ADN de la empresa. Otra creencia modificable.

 

3. Para progresar es obligatorio crecer. ¿Qué pasaría si tu cuerpo creciese indefinidamente? Colapsaría porque no está diseñado para tal fin. Lo que hace es desarrollarse hasta alcanzar la madurez ¿Dónde nos conduce la obsesión enfermiza de tantos directivos respecto de que cada año los resultados sean mejores que los del año anterior? A perder la perspectiva del largo plazo y a sacrificar nuestra vida por los objetivos inmediatos. Se acaba la paciencia, no queda tiempo para otra cosa que no sea lo urgente y sobre todo lo rentable. Sabemos que las cosas importantes no se logran de la noche a la mañana. Nos subimos a la rueda del hámster y esprintamos cada vez más rápido para no movernos del sitio. Es el mismo peligro que corremos con la moda de la economía exponencial. El entorno empresarial nos impone aumentar la velocidad, ser más agiles, más disruptivos, multiplicar la escala o de lo contrario desapareceremos ¿Seguro? ¿Correr más rápido para llegar dónde? El problema no es la velocidad, es el ritmo. Cuando corres a un ritmo distinto del tuyo natural, o bien te aburres (si es que vas muy despacio) o te ahogas (cuando vas demasiado rápido). No conozco a nadie que se queje de que le sobra tiempo. Por el contrario, conozco demasiada gente agobiada porque siente que el trabajo le tiene con el agua al cuello: corre sin parar y a pesar de ello, nunca respira tranquila ¿A qué se debe tanta voracidad? ¿Cuántos beneficios son suficientes? ¿Cuál es la lógica de autoexigirnos indefinidamente, nunca satisfechos, nunca descansando ni disfrutando de lo que hemos logrado? ¿Qué pasaría si en lugar de ir más rápido vamos más despacio, a un ritmo humano? Como vimos, tenemos más de lo necesario, pero mal repartido ¿Para qué más? Frenar es, otra vez, nuestra decisión ¿La fiebre actual por el mindfulness, la meditación y el bienestar serán un primer paso para cuidarnos por encima de la tiranía de los resultados?

 

4. Las personas son lo más importante de la organización. Si este axioma fuese cierto, sería difícil ver despidos en las empresas (se agotarían todas las fórmulas para evitar prescindir de los colaboradores). Lo más importante es el dinero. Si no me crees, echa un vistazo a la memoria anual de cualquier empresa y comprobarás que el 50% se dedica a dar cuenta de los resultados financieros. Es verdad que sin personas no existe la organización, pero en realidad, lo más importante en una empresa es el conocimiento. Si mañana hacemos el ejercicio de intercambiar a los integrantes de Iberia por los de Google y a los de Amazon por los de British Petroleum, las 4 empresas colapsan de inmediato. Y no podemos decir que hayamos dejado a esas empresas sin personas inteligentes. Pero en el momento en que cambiamos el conocimiento de lugar, aunque mantengamos los activos físicos en su sitio (aviones, servidores, refinerías, etc.) nada funciona ¿Cuál es la buena noticia? Que, por ahora, el conocimiento lo tienen las personas. Dependemos de ellas. Eso sí, no me sirve cualquier persona sino aquella que cuenta con el conocimiento que requiere la organización ¿Cuál es la mala? Que eso será cierto hasta que la automatización sustituya el conocimiento de las personas por máquinas y algoritmos. Una vez más, es nuestra decisión.

 

5. Lo que no se puede medir no se puede gestionar. Este es el gran mantra de la gestión (sobre todo financiera) de las empresas que tanto daño ha hecho. Esta falacia tiene 2 aristas. La primera es la obsesión por medirlo todo con números. Es indiscutible que tenemos que evaluar las cosas que hacemos ¿Pero son los números la única manera? ¿Qué tiene sentido que evaluemos, por qué y cómo? La segunda arista es que gestionamos lo que es fácil de medir y no necesariamente lo importante. Como dijo Einstein, “No todo lo que importa puede ser contado, ni todo lo que puede ser contado importa” ¿Qué es lo más importante de tu vida? Supongamos que el bienestar de tus hijos. Imagino que haces muchas cosas para proveérselo ¿Cómo lo mides? ¿Habría que evaluar los medios que utilizas o el resultado? En la mentira anterior afirmé que los intangibles son el activo más importante que tiene una empresa, pero no conozco ninguna que cuente con un tablero de control para hacer seguimiento diario de los aprendizajes y de su stock de conocimiento. Sin embargo, invierten gran cantidad de recursos para vigilar hasta el mínimo detalle la producción o las ventas. La pandemia nos pone a prueba respecto de qué creencia es más importante: la salud (intangible) o la economía…

 

6. El cambio es lo único constante: El cambio se ha convertido en un negocio obsceno. El estrés sale rentable. Se trata de otra trampa autoinfligida porque provocamos la mayoría de los cambios a los que tenemos que adaptarnos. Mis padres cambiaban de coche cada 10 años, hoy se cambia cada 2 o 3. Todo se vuelve transitorio, efímero. Más cambio equivale a más consumo y a su vez a más producción… Cambiamos más por inercia que por convencimiento ¿La resistencia al cambio es una reacción natural? Depende de qué cambio se trate. Si mañana te toca la lotería, no creo que te resistas a cambiar tu estilo de vida (dejar de trabajar, despreocuparte de los gastos…). El cambio no es nuevo. Un ser humano se desarrolla porque cambia desde que nace. Si la humanidad no hubiese cambiado, todavía estaríamos en las cavernas con taparrabos. Es cierto que el cambio se ha ido acelerando, justamente por eso resulta indispensable cuestionarse lo irracional de su obligatoriedad ¿Soy yo quien decido cambiar? ¿Por qué? ¿O el cambio me ocurre y solo puedo reaccionar? ¿Por qué vamos a cambiar lo que funciona bien? ¿Qué cosas queremos conservar porque forman parte de nuestra esencia? Cuanto más rápido es el cambio, más conocimiento nuevo tenemos que crear para lidiar con ese cambio. Y cuanto más conocimiento creamos, más cambiamos el mundo. Una cosa es cambiar, otra muy diferente es estar siempre pensando en cambiar y una tercera es decidir qué no queremos cambiar. Cómo reza un viejo dicho futbolístico: “equipo que funciona no se toca” Es hora de ejercer el derecho a permanecer.

 

7. Los líderes son la clave: Líder no es sinónimo de Liderazgo. El líder todavía se asocia con el poder, con la posición en el organigrama. Si embargo, el liderazgo se relaciona con la responsabilidad. Los líderes son personas ungidas con atribuciones especiales (hereditarias durante siglos) y que se exponen a sufrir la enfermedad de considerarse “infalibles”. La trayectoria exitosa de muchos líderes les lleva a creer que no pueden perder. El liderazgo, sin embargo, es algo que nos corresponde a todos ¿Dónde ha estado el liderazgo durante la pandemia? ¿En los políticos, autoridades y directivos? ¿O en los médicos, maestras, investigadoras, periodistas, repartidores, padres…? El liderazgo tiene que ser distribuido, compartido y basado en el conocimiento. A todos nos tiene que tocar liderar, llegado el momento y según la situación. Decidir no es delegable pero el proceso para tomar la decisión debe ser colaborativo. Históricamente las decisiones se han concentrado siempre en unos pocos. En la familia, los padres están obligados a asumir el rol mientras los hijos maduran. Pero mantener esa dinámica entre adultos es inaceptable. La jerarquía acarrea beneficios: el líder no tiene que compartir el poder ni consultar a nadie. Y el liderado se lava las manos y se refugia infantilmente bajo las faldas del jefe. Todos perdemos si las decisiones las toman solo los líderes: Por un lado, la era de la colaboración redefine el liderazgo ya que cuando no podemos predecir lo que vendrá, las mejores respuestas proceden siempre de la inteligencia colectiva y no individual. Y por otro, dependemos de lo que cada líder considera prioritario. Un par de ejemplos pandémicos: Siempre se pudo teletrabajar (pero los líderes que podían autorizarlo nunca quisieron). Desarrollar vacunas requería 10 años hasta que decidimos hacerlo en 1 año... Cuestionar el concepto de líder desmantela un negocio gigantesco y un paradigma inmemorial. Pero mantener esa creencia solo retrasará lo inevitable: que todos ejerzamos el liderazgo rotativo que nos corresponde.

 

“Los únicos peces que van corriente abajo son los que están muertos”

Antes de hacer cosas distintas, hace falta pensar distinto. La lista de “mentiras” es extensa. Revisar nuestros modelos mentales con serenidad y decidir qué creencias queremos dejar atrás es un ejercicio sano. Si algo nos ha regalado la pandemia ha sido tiempo para reflexionar. Aprovecharlo sigue siendo decisión nuestra.

 

 

 

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