E D I C I Ó N - N ° 179 - FEBRERO - 2 0 2 1

 

 

 

 

Aprender del futuro
Javier Martínez Aldanondo
Socio Cultura de Aprendizaje de Knowledge Works
javier@kworks.cl y javier.martinez@knoco.com

www.javiermartinezaldanondo.com

Twitter: @javitomar - #culturaprendizaje

 

 

No conocemos las soluciones, lo único que podemos hacer es educar personas que sean capaces de encontrarlas” (Antoine de Saint-Exupéry).

 

El principal desafío que tenemos como humanidad es aprender lo que no sabemos por 2 sencillas razones: el conocimiento del pasado ya no es suficiente para anticipar el futuro y además lo manejarán las máquinas. En el caso de la pandemia, contábamos con mucho conocimiento sobre mascarillas, medidas de distanciamiento social o respiradores artificiales. Pero lo que no sabíamos (desarrollar una vacuna) es lo que tuvo al planeta de rodillas durante más de 1 año. Dado que nunca habíamos estado en una situación igual, se trató de un problema de aprendizaje y no de ejecución.

Ahora bien, no todos los aprendizajes son iguales. Una cosa es aprender lo que ya sabemos. Ese es el negocio de la educación mediante las asignaturas en los colegios y universidades y los cursos de formación en las organizaciones. Los problemas sobre los que nos hace pensar el sistema educativo son casi siempre de respuesta correcta, es decir, predecibles y cuantificables: “Un tren se desplaza a 50 km/h…”. El asunto es que ese conocimiento del pasado, que resulta necesario porque nos garantiza el presente, pronto lo vamos a automatizar y caduca cada vez más rápido. Pero otra cosa muy distinta es aprender lo que no se sabe, aquello que no tiene respuesta correcta, como ha ocurrido con el coronavirus. Dado que nadie tenía el conocimiento para desarrollar la vacuna, hemos tenido que esperar 12 meses, gastar miles de millones de dólares y ver morir a más de 2 millones de personas. Los desafíos que nos esperan dependen menos de nuestra obsesión por resolver problemas conocidos y más de nuestra habilidad para formularnos las preguntas adecuadas. Para crear el futuro, primero necesitamos imaginarlo. Las cosas son creadas mentalmente antes de ser creadas físicamente. Y debemos reconocer que no sabemos imaginar porque enseñamos a memorizar y repetir el pasado. Si no podemos imaginar el futuro, resulta difícil aprenderlo. Entrevista Century Link Forum 2020 Latin America

 

¿Cómo aprender de lo que no ha pasado? Parece un contrasentido para nuestra cultura conservadora que siempre se ha basado en enseñar lo que ya sabemos. Somos expertos en transmitir lo que se sabe: el conocimiento que nos ha permitido llegar hasta aquí resulta cómodo de enseñar (venimos haciéndolo de forma natural durante cientos de años), es más o menos estable y sobre todo muy seguro porque no hace falta cuestionarlo, solo aceptarlo ¿Y por qué aprender del futuro?  ¿Es que lo que sabemos ya no sirve y hay que tirarlo a la basura? En absoluto, el pasado es lo mejor que tenemos. Solo podemos aprender algo nuevo a partir de lo que ya sabemos. Pero ese pasado nos condiciona y nos vigila como un juez. Todo lo que te ata al pasado te quita futuro. A pesar de lo valioso que es nuestro pasado, hace tiempo que resulta insuficiente para lo que nos espera. Los viejos mapas que siempre utilizamos quedaron desactualizados y no nos pueden indicar un camino que no existe. Necesitamos brújulas para orientarnos hacia lo que vendrá. Tendremos que improvisar como los músicos de jazz, algo que se aprende practicando.

Abordé la automatización en las columnas “lo que le tenemos que agradecer a la IA” y “por qué la IA no nos salvó de la pandemia”. Solo quiero recordar que la promesa de la inteligencia artificial es predecir el futuro alimentándose de los datos del pasado (no puede hacer otra cosa ya que carecemos de datos del futuro). Y la premisa que hemos comprobado errónea consiste en asumir que el futuro será una proyección del pasado. Conocer perfectamente lo que pasó no te asegura que podrás anticipar lo que va a pasar.

 

El futuro no es una continuación del pasado. Solemos caer en la tentación de pensar que vivimos el momento más complejo de la historia. Sin embargo, el cambio siempre ha formado parte de nuestra evolución. La única diferencia es la rapidez. La velocidad a la que cambia el mundo provoca incertidumbre: lo que sucede hoy no se parece necesariamente a lo que ya hemos vivido lo que nos hace muy difícil predecir lo que ocurrirá mañana. Eso significa que el conocimiento del pasado no nos alcanza para afrontar los retos que se avecinan, llámense cambio climático, desigualdad, futuro del trabajo, etc.

Nuestro sistema educativo se diseñó para asegurarse que aprendíamos lo que miles de expertos descubrieron o pensaron antes que nosotros, con muy poca libertad para decidir si te interesan otras cosas. El sistema nos impone que las preguntas ya están decididas, que hay una respuesta correcta para cada pregunta, que sabemos esa respuesta y que necesitamos que todos la adopten sin mucha discusión. Por eso tenemos curriculums comunes para todos en todo el mundo. Las asignaturas que yo “estudié” en el colegio y las de mis hijos son casi idénticas y han pasado 40 años. La lógica de aprenderse las respuestas sirve cuando los problemas son conocidos y estables. Eso explica que, durante siglos, nos hayamos limitado a aprender las respuestas a preguntas conocidas. Pero cuando la realidad que surge es inédita, las viejas respuestas ya no sirven. En ese caso, más que hacer esfuerzos en cambiar las respuestas por otras que si funcionen, la clave consiste en crear nuevas preguntas. Y para eso hay que incentivar la curiosidad. Las preguntas abren la puerta al conocimiento. Las competencias para el mundo donde aprendemos lo que ya sabemos nos son familiares: eficiencia, predictibilidad, capacidad de creer, aceptar y obedecer, capacidad de memorizar, almacenar y repetir. Casualmente son las principales fortalezas de la tecnología. No tiene sentido competir con las máquinas en almacenar información y en velocidad de procesamiento. Para inventar el futuro, las competencias que se requieren son radicalmente distintas a las que reinan en el sistema educativo y también las conocemos de sobra: imaginación, creatividad, pensamiento crítico y flexible, resiliencia, flexibilidad, reflexión, colaboración, empatía, proactividad etc. Son capacidades innatas que nos permiten aprender y que todos traemos de fábrica. En un mundo donde tenemos más información que nunca, no es fácil convivir con preguntas importantes que no tienen respuesta porque nos generan ansiedad. Sufrimos cuando no tenemos una explicación para todo, lo que abona el terreno para las fake news. Las preguntas difíciles nos ponen nerviosos. Preguntar deja en evidencia que no sabes. Las máquinas no nos pueden ayudar con las preguntas, solo saben responder. Las respuestas se pueden automatizar, pero las preguntas todavía no. Las preguntas son la respuesta…

 

Aprender del futuro nos obliga a reformular nuestra relación con el error porque cuando tenemos que inventar, estamos más expuestos a equivocarnos. El porvenir no incluye instrucciones sobre qué hacer así que vivimos un ejercicio de prueba y error continuo. El desafío no es desconocido porque históricamente el ser humano siempre progresó de esa manera. Pero antiguamente eran unos pocos genios locos los que se atrevían a nadar contracorriente, inventaban y miraban más allá mientras la mayoría reutilizaba y aprovechaba lo que ya se sabía. Hoy se espera que todas las personas innoven, sean creativas, emprendan y para eso además de las capacidades que mencionamos (y que no estamos enseñando en ningún sitio) es fundamental que las organizaciones generen ambientes mucho más tolerantes con el error. Hemos sido sistemáticamente entrenados para hacer siempre lo mismo y conservarlo, pero no para aprender y cambiar. Pedimos a las personas que cambien en entornos que no favorecen el cambio, que fueron diseñados para repetir y perdurar. Estructuras organizacionales robustas, la antítesis de la flexibilidad. Para un futuro en el que dependemos de ser ágiles, no nos sirven los mismos diseños pensados para entornos predecibles e inalterables.

Una empresa existe porque tiene clientes a los que vende productos/servicios. Eso significa que es exitosa “ejecutando”. Ninguna empresa tiene como objetivo aprender. Pero para aprender del futuro, necesita ser buena “pensando”, lo que implica considerar el pensar como una actividad productiva. Aprender va a ser la única manera de seguir cumpliendo con los objetivos a futuro porque estos cambian en la medida que clientes, servicios, competencia, mercado, etc. cambian.

 

Aprender del futuro implica tener libertad acerca de qué aprender y qué pensar, algo que parece obvio, pero no lo es. Un curriculum predefinido que te mide en función de respuestas correctas, ejerce control sobre qué piensas y cómo piensas La verdadera libertad de la educación te entrega la posibilidad de poder fijar la atención en lo que te interesa o te importa, decidir cómo quieres ver las cosas, se abre a diferentes puntos de vista, no tiene miedo de la discrepancia ni de cambiar de opinión. Si hay que aprender rápido, entonces hay que estar dispuesto a desaprender igual de rápido. Eso sí, la rapidez tiene que mental y no física. En lugar de asimilar lo que otros pensaron, ahora tienes la oportunidad de aportar tu pensamiento. Enseñar solo lo que ya sabemos nos mantiene ciegos y con la mente sellada, nos conduce a ser arrogantes y encerrarnos en lo que nos da seguridad y nos mantiene a salvo. Significa insistir en que hay que seguir haciendo todo como siempre se ha hecho, que las personas no necesitan proponer sino seguir instrucciones porque todo ya está decidido “sabemos mejor que tú cómo funciona el mundo y lo que te conviene…”.

La velocidad del cambio apenas nos deja tiempo para aprender. El conocimiento se desactualiza tan rápido y es tanto el volumen de saberes a adquirir que tenemos que priorizar. Por eso no tiene sentido que todos aprendamos lo mismo durante tantos años. La transformación que debe sufrir la educación no es digital sino radical ¿Por qué no hacemos exámenes donde evaluemos a los alumnos por sus preguntas y no por sus respuestas?

 

Como decía Mark Twainno es lo que no sabes lo que te mete en problemas, es lo que estás seguro de saber y sin embargo no es así”. Dudar siempre es más incómodo que aferrarse a las convicciones. La pandemia derribó algunos paradigmas intocables: “desarrollar una vacuna toma 5 años, no es posible teletrabajar, no se puede hacer ejercicio físico en casa…” Aprender del futuro requiere asumir que no hay certezas, que todo puede cambiar y posiblemente lo hará y hay que estar preparados para ello. Preparados para planificar, pero también para improvisar porque sabemos que habrá imprevistos. Aprender del futuro no lleva apellidos porque ni siquiera sabemos qué hay que aprender. Nos invita a estar cómodos con no saber lo que no sabemos, con no entender o explicarnos lo que sucede y aceptar que lidiaremos con situaciones imposibles de predecir sin desanimarnos por ello, sin perder la cabeza. Si consideramos que el futuro ya no es proyectivo (lineal) sino prospectivo (escenarios) entonces se vuelve crítica la curiosidad, la capacidad de observar, detectar patrones, analizar tendencias, considerar múltiples perspectivas, estudiar lo qué hacen otras organizaciones e industrias (inteligencia competitiva), imaginar posibilidades. Estamos transitando de la era de la información a la de la imaginación. Imaginar es una capacidad clave para anticipar el futuro y el sistema educativo la sigue reprimiendo. Lo increíble del cerebro humano es que no se limita a recrear el pasado, sino que es capaz de imaginar el futuro. La imaginación a su vez “dispara” 2 habilidades clave: la curiosidad como interés por aprender lo que no se sabe y la generosidad como interés por compartir lo que se sabe. Un trabajador del conocimiento queda obsoleto por definición, un trabajador del aprendizaje siempre se mantiene vigente.

 

Conclusiones: La pregunta que enfrenta el responsable de la toma de decisiones estratégicas no es ¿Qué debería hacer su organización mañana? es ¿Qué tenemos que hacer HOY para estar preparados para un mañana incierto?” (Peter Drucker)

Hemos vivido pendientes del pasado, mirando por el retrovisor, enseñando lo que ya se sabía. Pero mañana llegarán problemas desconocidos cuyas soluciones tendremos que inventar ¿Cómo aprendemos de lo que no ha ocurrido todavía? imaginándolo, dejando volar la fantasía, permitiéndonos ser absurdos, justo lo que la tradición siempre nos ha impedido. Por eso mientras aprender del pasado requería un tipo de competencias eminentemente intelectuales, aprender del futuro demanda otras totalmente diferentes, básicamente emocionales: atreverse, desafiar, colaborar, no desanimarse, empatizar… Y quizás lo más importante: la clave no consiste en aplicarlas a título individual sino desplegarlas a nivel colectivo, en el equipo, la organización y la sociedad. La competencia para alumbrar nuevas preguntas no es la misma que la competencia para la búsqueda de sus respuestas. Ni siquiera es el mismo modelo mental y menos aún son las mismas personas.

Aprender del futuro nos exige anticipar problemas y necesidades. Para ello será primordial el proceso de crear conocimiento por encima de gestionar el conocimiento que ya hemos acumulado. Será más importante ser conscientes de lo que no sabemos que lo que ya sabemos. Aprender será nuestro cinturón de seguridad para lo que viene.

 

El futuro no se improvisa. Aprender del futuro implica decidir hacia dónde queremos ir, qué conocimiento hará falta y qué necesitamos aprender. El Por Qué es siempre más importante que el Cómo. Somos lo que hemos aprendido. Si como sociedad queremos ser de otra manera (menos contaminantes, más solidarios, etc.) tenemos que aprender cosas distintas y desaprender algunas de las que sabemos. Si insistimos en aprender mejor lo mismo que ya conocemos, solo llegaremos a ser más eficientes en hacer lo que ya nos hemos dado cuenta de que no funciona. Por eso tenemos que dejar de enseñar lo de siempre para enfocarnos en lo que no sabemos. Cuando el conocimiento del pasado ya no es suficiente, la única alternativa para sobrevivir es aprender del futuro. La única forma de que el futuro no nos estalle en la cara es traerlo al presente y diseñarlo. Si queremos un medio ambiente sostenible para nuestros hijos, lo tenemos que crear hoy. Hay situaciones que no podremos impedir (un terremoto, otra pandemia) pero si nos podemos anticipar, decidir cuál será nuestra respuesta y prepararnos con el conocimiento necesario. Es la diferencia entre quedarse esperando a que las cosas pasen y reaccionar o tratar de provocar que pasen aquellas que queremos (aceptando que siempre habrá situaciones impredecibles) para que vivamos la vida que queremos vivir. No es que no sepamos qué hacer para mejorar la vida en el planeta, es que no nos ponemos de acuerdo para hacerlo.

Vive todos los días como si fuera el último, porque alguna vez acertarás” es una frase apócrifa. Aprender del futuro nos obliga a fijar la mirada en el largo plazo porque el corto plazo mata la innovación, la curiosidad y la reflexión. El mañana llega cada vez más rápido. Es verdad que solo vivimos el presente y que lo único que tenemos es el pasado, pero necesitamos ser más eficientes en anticipar el futuro ¿tenemos alguna garantía de que nuestros deseos se cumplirán? No, pero dado que el ingenio humano es infinito, todo depende de nosotros. Hoy que tanto se habla de transformación, el objetivo de aprender del futuro no es otro que transformar el mundo.

 

El jueves 11 de marzo impartiremos la conferencia inaugural “Aprender del futuro” en el marco del Primer Encuentro ITCIP sobre “Gestión del Conocimiento e Innovación para la Transformación de la Administración Pública”.

El miércoles 21 de abril participaremos en el Annual HR Conference organizado por Seminarium con la conferencia “Actitud, el conocimiento más importante”.

Del 11 al 13 de mayo participaremos en el congreso Edutic "La educación en transformación".

El miércoles 2 de junio impartiremos la conferencia “Aprender del futuro” dentro del Foro de innovación para el aprendizaje y el desarrollo.

 

 

 

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