“No conocemos las
soluciones, lo único que podemos hacer es educar personas que sean
capaces de encontrarlas” (Antoine de
Saint-Exupéry).
El
principal desafío que tenemos como humanidad es aprender lo que no
sabemos por 2
sencillas razones: el conocimiento del pasado ya no es
suficiente para anticipar el futuro y además lo manejarán las máquinas.
En el caso de la pandemia, contábamos con mucho conocimiento sobre
mascarillas, medidas de distanciamiento social o respiradores
artificiales. Pero lo que no sabíamos (desarrollar una vacuna) es lo que
tuvo al planeta de rodillas durante más de 1 año. Dado que nunca habíamos estado en una
situación igual, se trató de un problema de aprendizaje y no de
ejecución.
Ahora
bien, no todos los aprendizajes son iguales. Una cosa es aprender lo que
ya sabemos. Ese es el negocio de la educación mediante las asignaturas en
los colegios y universidades y los cursos de formación en las
organizaciones. Los problemas sobre los que
nos hace pensar el sistema educativo son casi siempre de respuesta
correcta, es decir, predecibles y cuantificables: “Un tren se desplaza
a 50 km/h…”. El asunto es que ese conocimiento del pasado, que
resulta necesario porque nos garantiza el presente, pronto lo vamos a
automatizar y caduca cada vez más rápido. Pero otra cosa muy distinta es
aprender lo que no se sabe, aquello que no tiene respuesta correcta, como
ha ocurrido con el coronavirus. Dado que nadie tenía el conocimiento para
desarrollar la vacuna, hemos tenido que esperar 12 meses, gastar miles de
millones de dólares y ver morir a más de 2 millones de personas. Los
desafíos que nos esperan dependen menos de nuestra obsesión por resolver
problemas conocidos y más de nuestra habilidad para formularnos las
preguntas adecuadas. Para crear el futuro, primero necesitamos
imaginarlo. Las cosas son creadas mentalmente antes de ser creadas
físicamente. Y debemos reconocer que no sabemos imaginar porque enseñamos
a memorizar y repetir el pasado. Si no podemos imaginar el futuro,
resulta difícil aprenderlo. Entrevista Century Link Forum 2020 Latin America
¿Cómo aprender de lo que no ha pasado? Parece un
contrasentido para nuestra cultura conservadora que siempre se ha basado
en enseñar lo que ya sabemos. Somos expertos en transmitir lo que se
sabe: el conocimiento que nos ha permitido llegar hasta aquí resulta
cómodo de enseñar (venimos haciéndolo de forma natural durante cientos de
años), es más o menos estable y sobre todo muy seguro porque no hace
falta cuestionarlo, solo aceptarlo ¿Y por qué aprender del futuro? ¿Es que lo que sabemos ya no sirve y
hay que tirarlo a la basura? En absoluto, el pasado es lo mejor que
tenemos. Solo podemos aprender algo nuevo a partir de lo que ya sabemos.
Pero ese pasado nos condiciona y nos vigila como un juez. Todo lo que te ata al pasado te quita
futuro. A pesar de lo
valioso que es nuestro pasado, hace tiempo que resulta insuficiente para lo
que nos espera. Los viejos mapas que siempre utilizamos quedaron
desactualizados y no nos pueden indicar un camino que no existe.
Necesitamos brújulas para orientarnos hacia lo que vendrá. Tendremos que
improvisar como los músicos de jazz, algo que se aprende practicando.
Abordé la automatización
en las columnas “lo que le tenemos que
agradecer a la IA” y “por qué la IA no nos
salvó de la pandemia”. Solo quiero recordar que la promesa de la inteligencia
artificial es predecir el futuro
alimentándose de los datos del pasado (no puede hacer otra cosa
ya que carecemos de datos del futuro). Y la premisa que hemos comprobado
errónea consiste en asumir que el futuro será una proyección del pasado.
Conocer perfectamente lo que pasó no te asegura que podrás anticipar lo
que va a pasar.
El futuro no es una
continuación del pasado. Solemos caer en la tentación de pensar que vivimos el
momento más complejo de la historia. Sin embargo, el cambio siempre ha
formado parte de nuestra evolución. La única diferencia es la rapidez. La
velocidad a la que cambia el mundo provoca incertidumbre: lo que sucede
hoy no se parece necesariamente a lo que ya hemos vivido lo que nos hace
muy difícil predecir lo que ocurrirá mañana. Eso significa que el conocimiento
del pasado no nos alcanza para afrontar los retos que se avecinan,
llámense cambio climático, desigualdad, futuro del trabajo, etc.
Nuestro sistema educativo se diseñó para asegurarse que
aprendíamos lo que miles de expertos descubrieron o pensaron antes que
nosotros, con muy poca libertad para decidir si te interesan otras cosas.
El sistema nos impone que las preguntas ya están decididas, que hay una
respuesta correcta para cada pregunta, que sabemos esa respuesta y que
necesitamos que todos la adopten sin mucha discusión. Por eso tenemos curriculums comunes para todos en todo el mundo. Las
asignaturas que yo “estudié” en el colegio y las de mis hijos son casi
idénticas y han pasado 40 años. La lógica de aprenderse las respuestas
sirve cuando los problemas son conocidos y estables. Eso explica
que, durante siglos, nos hayamos limitado a aprender las respuestas a
preguntas conocidas. Pero cuando la realidad que surge es inédita, las
viejas respuestas ya no sirven. En ese caso, más que hacer esfuerzos en
cambiar las respuestas por otras que si funcionen, la clave consiste en crear nuevas preguntas. Y para eso hay que
incentivar la curiosidad. Las preguntas
abren la puerta al conocimiento. Las competencias para el mundo donde aprendemos lo que ya
sabemos nos son familiares: eficiencia, predictibilidad, capacidad de
creer, aceptar y obedecer, capacidad de memorizar, almacenar y repetir.
Casualmente son las principales fortalezas de la tecnología. No tiene
sentido competir con las máquinas en almacenar información y en velocidad
de procesamiento. Para inventar el futuro, las competencias que se
requieren son radicalmente distintas a las que reinan en el sistema
educativo y también las conocemos de sobra: imaginación, creatividad,
pensamiento crítico y flexible, resiliencia,
flexibilidad, reflexión, colaboración, empatía, proactividad etc.
Son capacidades innatas que nos
permiten aprender y que todos traemos de fábrica. En un mundo donde tenemos más información
que nunca, no es fácil convivir con preguntas importantes que no tienen
respuesta porque nos generan ansiedad. Sufrimos cuando no tenemos una
explicación para todo, lo que abona el terreno para las fake news. Las preguntas difíciles nos ponen
nerviosos. Preguntar deja en evidencia que no sabes. Las máquinas no nos
pueden ayudar con las preguntas, solo saben responder. Las respuestas se
pueden automatizar, pero las preguntas todavía no. Las preguntas son la
respuesta…
Aprender del
futuro nos obliga a reformular nuestra relación con el error porque
cuando tenemos que inventar, estamos más expuestos a equivocarnos. El
porvenir no incluye instrucciones
sobre qué hacer así que vivimos un
ejercicio de prueba y error continuo. El desafío no es desconocido
porque históricamente el ser humano siempre progresó
de esa manera. Pero antiguamente eran unos pocos genios locos los que se
atrevían a nadar contracorriente, inventaban y miraban más allá mientras
la mayoría reutilizaba y aprovechaba lo que ya se sabía. Hoy se espera
que todas las personas innoven, sean creativas, emprendan y para eso
además de las capacidades que mencionamos (y que no estamos enseñando en
ningún sitio) es fundamental que las organizaciones generen ambientes
mucho más tolerantes con el error. Hemos sido sistemáticamente entrenados
para hacer siempre lo mismo y conservarlo, pero no para aprender y
cambiar. Pedimos a las personas que cambien en entornos que no favorecen
el cambio, que fueron diseñados para repetir y perdurar. Estructuras
organizacionales robustas, la antítesis de la flexibilidad. Para un
futuro en el que dependemos de ser ágiles, no nos sirven los mismos diseños
pensados para entornos predecibles e inalterables.
Una empresa existe porque tiene clientes a los que vende
productos/servicios. Eso significa que es exitosa “ejecutando”. Ninguna
empresa tiene como objetivo aprender. Pero para aprender del futuro,
necesita ser buena “pensando”, lo que implica considerar el pensar como
una actividad productiva. Aprender va a ser la única manera de seguir
cumpliendo con los objetivos a futuro porque estos cambian en la medida
que clientes, servicios, competencia, mercado, etc. cambian.
Aprender del futuro implica tener libertad
acerca de qué aprender y qué pensar, algo que parece obvio, pero no lo
es. Un curriculum predefinido que te mide en función de respuestas
correctas, ejerce control sobre qué piensas y cómo piensas La verdadera
libertad de la educación te entrega la posibilidad de poder fijar la
atención en lo que te interesa o te importa, decidir cómo quieres ver las
cosas, se abre a diferentes puntos de vista, no tiene miedo de la
discrepancia ni de cambiar de opinión. Si hay que aprender rápido, entonces hay que
estar dispuesto a desaprender igual de rápido. Eso sí, la rapidez
tiene que mental y no física. En lugar de asimilar lo que otros pensaron, ahora tienes
la oportunidad de aportar tu pensamiento. Enseñar solo lo que ya sabemos
nos mantiene ciegos y con la mente sellada, nos conduce a ser
arrogantes y encerrarnos en lo que
nos da seguridad y nos mantiene a salvo. Significa insistir en que hay que seguir haciendo
todo como siempre se ha hecho, que las personas no necesitan proponer
sino seguir instrucciones porque todo ya está decidido “sabemos mejor
que tú cómo funciona el mundo y lo que te conviene…”.
La
velocidad del cambio
apenas nos deja tiempo para aprender. El conocimiento se desactualiza tan
rápido y es tanto el volumen de saberes a adquirir que tenemos que
priorizar. Por eso no tiene sentido que todos aprendamos lo mismo durante
tantos años. La transformación que debe sufrir la educación no es digital
sino radical ¿Por qué no hacemos exámenes donde evaluemos a los alumnos
por sus preguntas y no por sus respuestas?
Como decía Mark
Twain “no es lo que no sabes lo que te mete en
problemas, es lo que estás seguro de saber y sin embargo no es así”. Dudar siempre es más incómodo que
aferrarse a las convicciones. La pandemia derribó algunos paradigmas
intocables: “desarrollar una vacuna toma 5 años, no es posible
teletrabajar, no se puede hacer ejercicio físico en casa…” Aprender
del futuro requiere asumir que no hay certezas, que todo puede cambiar y
posiblemente lo hará y hay que estar preparados para ello. Preparados
para planificar, pero también para improvisar porque sabemos que habrá
imprevistos. Aprender del futuro no lleva apellidos porque ni siquiera sabemos qué hay que
aprender. Nos invita a estar
cómodos con no saber lo que no sabemos, con no entender o explicarnos lo
que sucede y aceptar que lidiaremos con situaciones imposibles de predecir
sin desanimarnos por ello, sin perder la cabeza. Si
consideramos que el futuro ya no es proyectivo (lineal) sino prospectivo
(escenarios) entonces se vuelve crítica la
curiosidad, la capacidad de observar, detectar patrones, analizar
tendencias, considerar múltiples perspectivas, estudiar lo qué hacen otras
organizaciones e industrias (inteligencia competitiva), imaginar
posibilidades. Estamos transitando de la era de la
información a la de la imaginación.
Imaginar es una capacidad clave para
anticipar el futuro y el sistema educativo la
sigue reprimiendo. Lo
increíble del cerebro humano es que no se limita a recrear el pasado,
sino que es capaz de imaginar el futuro. La imaginación a su vez
“dispara” 2 habilidades clave: la
curiosidad como interés por aprender lo que no se sabe y la generosidad
como interés por compartir lo que se sabe. Un trabajador
del conocimiento queda obsoleto por definición, un trabajador del
aprendizaje siempre se mantiene vigente.
Conclusiones: “La pregunta que
enfrenta el responsable de la toma de decisiones estratégicas no es ¿Qué
debería hacer su organización mañana? es ¿Qué tenemos que hacer HOY para
estar preparados para un mañana incierto?” (Peter Drucker)
Hemos vivido pendientes del pasado, mirando por el
retrovisor, enseñando lo que ya se sabía. Pero mañana llegarán problemas
desconocidos cuyas soluciones tendremos que inventar ¿Cómo aprendemos de
lo que no ha ocurrido todavía? imaginándolo, dejando volar la fantasía,
permitiéndonos ser absurdos, justo lo que la tradición siempre nos ha
impedido. Por eso mientras aprender del pasado requería un tipo de
competencias eminentemente intelectuales, aprender del futuro demanda
otras totalmente diferentes, básicamente emocionales: atreverse,
desafiar, colaborar, no desanimarse, empatizar… Y quizás lo más
importante: la clave no consiste en aplicarlas a título individual sino
desplegarlas a nivel colectivo, en el equipo, la organización y la
sociedad. La competencia para
alumbrar nuevas preguntas no es la misma que la competencia para la
búsqueda de sus respuestas. Ni siquiera es el mismo modelo mental y menos aún son las mismas personas.
Aprender
del futuro nos exige anticipar problemas y necesidades. Para ello será primordial el proceso de crear conocimiento por encima de
gestionar el conocimiento que ya hemos acumulado. Será más
importante ser conscientes de lo que no sabemos que lo que ya sabemos. Aprender será nuestro cinturón de
seguridad para lo que viene.
El futuro no se improvisa.
Aprender del futuro implica decidir hacia dónde queremos ir, qué
conocimiento hará falta y qué necesitamos aprender. El Por
Qué es siempre más importante que el Cómo. Somos lo que hemos aprendido.
Si como sociedad queremos ser de otra manera (menos contaminantes, más
solidarios, etc.) tenemos que aprender cosas distintas y desaprender
algunas de las que sabemos. Si insistimos en aprender mejor lo mismo que
ya conocemos, solo llegaremos a ser más eficientes en hacer lo que ya nos
hemos dado cuenta de que no funciona. Por eso tenemos que dejar de
enseñar lo de siempre para enfocarnos en lo que no sabemos. Cuando el
conocimiento del pasado ya no es suficiente, la única alternativa para
sobrevivir es aprender del futuro. La única forma de que el futuro no nos estalle en la cara
es traerlo al presente y diseñarlo. Si queremos un medio ambiente
sostenible para nuestros hijos, lo tenemos que crear hoy. Hay situaciones
que no podremos impedir (un terremoto, otra pandemia) pero si nos podemos
anticipar, decidir cuál será nuestra respuesta y prepararnos con el
conocimiento necesario. Es la diferencia entre quedarse esperando a que
las cosas pasen y reaccionar o tratar de provocar que pasen aquellas que
queremos (aceptando que siempre habrá situaciones impredecibles) para que
vivamos la vida que queremos vivir. No es que no sepamos qué hacer para
mejorar la vida en el planeta, es que no nos ponemos de acuerdo para
hacerlo.
“Vive todos los días
como si fuera el último, porque alguna vez acertarás” es una frase
apócrifa. Aprender del futuro nos obliga a fijar la mirada en el largo
plazo porque el corto plazo mata la innovación, la curiosidad y la
reflexión. El mañana llega cada vez más rápido. Es verdad que solo
vivimos el presente y que lo único que tenemos es el pasado, pero
necesitamos ser más eficientes en anticipar el futuro ¿tenemos alguna
garantía de que nuestros deseos se cumplirán? No, pero dado que el
ingenio humano es infinito, todo depende de nosotros. Hoy que tanto se
habla de transformación, el objetivo de aprender del futuro no es otro
que transformar el mundo.
El jueves 11 de marzo
impartiremos la conferencia inaugural “Aprender
del futuro” en el marco del Primer Encuentro ITCIP sobre “Gestión del
Conocimiento e Innovación para la Transformación de la Administración
Pública”.
El miércoles 21 de abril participaremos
en el “Annual HR Conference”
organizado por Seminarium con la
conferencia “Actitud, el
conocimiento más importante”.
Del 11 al 13 de mayo
participaremos en el congreso Edutic "La educación en transformación".
El miércoles 2 de junio
impartiremos la conferencia “Aprender
del futuro” dentro del Foro
de innovación para el aprendizaje y el desarrollo.
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