| “La democracia es importante
      pero no basta (tampoco la economía). Es necesaria la educación” Amin Maalouf (el paréntesis es mío)   Octubre, mes de mi cumpleaños, ha resultado accidentado. La
      segunda semana debía impartir 2 conferencias sobre “Negocios
      Cognitivos” en un foro sobre Transformación Exponencial en Ecuador
      que se suspendieron a causa de las revueltas por la subida de los
      combustibles. La semana siguiente tenía otras 2 conferencias en Chile
      sobre “Neurociencias y Aprendizaje” que corrieron igual suerte tras
      el caos producido con el incremento del billete del Metro. Esta semana dicto
      un curso para la Unión Europea en Barcelona que se encuentra convulsionada
      tras la sentencia del tribunal supremo a los líderes del proceso
      soberanista … Tras 17 años residiendo en el país, el único caso que conozco de cerca
      es el de Chile. La gota que colmó el vaso fue el anuncio de la subida de
      tarifas del Metro decidida por un panel de 3 expertos (apuesto que
      ninguno usa el Metro) mediante un algoritmo. Justamente el viernes 18, cuando
      se encendió la chispa, me encontraba terminando un curso de Lecciones
      Aprendidas para un grupo de profesionales del Metro… Varios amigos me han
      preguntado cómo se explica la actual crisis. Mi respuesta es simple: Se
      está pagando el precio de dejar a tanta gente atrás al administrar el
      país como un negocio y de la pésima educación. Es la consecuencia del desigual
      reparto del conocimiento y el remedio vendrá, en parte, de cambiar la educación.   Hace años que Chile dejó de ser un país para convertirse en un mercado
      (es el único estado del mundo que ha privatizado el agua). En el mercado,
      todo tiene precio, todo se compra y se vende. Nadie actúa si no es por
      dinero y toda acción espera recibir una recompensa. En un mercado, en
      lugar de ciudadanos con derechos y deberes, lo que hay son clientes que
      pagan (y se endeudan) por los servicios que reciben. En consecuencia, el
      elemento fundamental es el dinero. Como la prioridad del ser humano es sobrevivir,
      la obsesión es
      conseguir dinero como sea, por las buenas o por las malas. El mensaje de este
      modelo es demoledor: “no puedes esperar ayuda de nadie así que
      arréglatelas por tu cuenta, lucha por tu vida”. Este sistema obliga a
      las personas a competir encarnizadamente entre sí y consagra al consumo
      como su razón de ser. El valor fundamental no es la vida o el bienestar
      sino la propiedad y su protección. En esta competición, en la que los contendientes
      no cuentan con las mismas armas, unos pocos ganan y la mayoría pierde. Si
      eres de los que ganan, vives con todo lujo de comodidades. Si perteneces
      a la maltrecha clase media, te mantienes a flote con enorme esfuerzo. Pero
      si eres de los que pierden, las condiciones son bastante humillantes.
      La metáfora del circo romano
      ilustra muy bien la situación en que viven los chilenos: Los gladiadores
      estaban obligados a saltar a la arena y matar a sus contrincantes para
      salvar su vida, de otra forma eran ellos los sacrificados. Ahora bien,
      igual que el circo nace de la voluntad del imperio romano de ofrecer
      entretenimiento a sus ciudadanos, el sistema en Chile nace de la voluntad
      de la clase dirigente de administrar el país bajo esas reglas de relación
      y convivencia. No se trata de mala suerte, maldición divina o de una
      imposición inevitable de la naturaleza.   ¿Qué emoción es la que prima en Chile? El miedo. Miedo a no
      acceder a un trabajo decente que permita pagar los gastos asfixiantes.
      Miedo a perder el trabajo. Miedo a enfermar. Miedo a no jubilar con una
      pensión digna. Pánico que se concretó en las larguísimas colas en las
      gasolineras y supermercados para abastecerse como si el mundo se fuese a
      acabar. Ese miedo reprimido durante décadas se transformó en la explosión
      de rabia desproporcionada que vimos durante las revueltas. Vivir desde el
      miedo provoca 2 comportamientos que envenenan la convivencia: individualismo
      feroz y desconfianza en el prójimo (Chile es el líder en
      desconfianza en la OCDE). Cuando en un país, todo el mundo se refugia
      detrás de rejas, alarmas y guardias de seguridad porque necesita protegerse,
      la confianza está destruida: Cada vez que voy a buscar a mi hijo a casas
      de amigos, tengo que identificarme ante un vigilante. Algo no funciona
      bien.   ¿Qué resultados ha producido este modelo? Por supuesto, ha traído
      estabilidad y cierto nivel de desarrollo pero a costa de unos índices de desigualdad
      vergonzosos. Chile es el país más desigual de la OCDE. Pero además del
      desequilibrio económico, hay un segundo resultado aún más dañino: El maltrato.
      Una selecta minoría del país ha tenido sometida a la mayoría de sus
      compatriotas mediante un desprecio soterrado. Una de las palabras
      que más se ha pronunciado ha sido abuso. Las clases bajas se
      levantan porque se ha mancillado su dignidad. Las personas
      favorecidas por este sistema están convencidas de gozar de una suerte de
      “superioridad moral”. Creen que los pobres son vagos y tontos
      (tienen menos capacidad) y es lógico que no disfruten de privilegios. Lo
      más grave no es que lo piensen sino que lo expresan con una arrogancia y
      falta de pudor insultantes como lo hizo la esposa del Presidente
      del gobierno. Para mantener la conciencia tranquila, la elite usa la caridad
      para “ayudar a los pobres”. Chile es un país eminentemente
      clasista y segregado. Las 3 primeras preguntas que te hace alguien que no
      te conoce son: cómo te apellidas, en qué colegio estudiaste y donde
      vives. Santiago es una ciudad donde cada clase social reside en una zona
      geográfica perfectamente delimitada. La mayor parte de los cargos directivos,
      tanto en el mundo privado como público, están desempeñados por ingenieros hombres que provienen de un
      número reducido de colegios y universidades privados.    En este contexto, son 3 las variables que se conjugan para desencadenar
      la desigualdad: Precios. Santiago es una ciudad con precios ridículamente caros. Hace 3
      semanas me tomé un café en la Gran Vía de Madrid y pasé junto al Retiro,
      parque público y gratuito. Hace 2 semanas hice pedí un café en una
      cafetería en Santiago y me costó más del doble mientras el parque
      Intercomunal cercano a mi casa me obliga a pagar para entrar. Un
      medicamento que compro para mi hijo cuesta la mitad en España que en
      Chile. Todo esto teniendo en cuenta que la renta per capita
      en España es de 40 mil dólares y en Chile es de 24 mil. El precio de un
      concierto del mismo grupo de rock en Santiago cuesta el doble que en
      Buenos Aires o en Lima. La explicación es obvia: En Chile el objetivo es
      ganar lo máximo posible en el menor tiempo, el foco es el corto plazo,
      aquí y ahora. Para mantenerse en esta espiral de consumo, el 73% del
      presupuesto de un hogar chileno está destinado a pagar la deuda. Salarios y pensiones. El 30% del empleo en
      Chile es informal, sin contrato. El salario mínimo es de 363 euros (en España es de
      1.050) y el 71% de la población recibe un salario promedio que no llega 668
      euros. Es decir, una gran mayoría del país cuenta con ingresos precarios
      para hacer frente a los precios de los artículos que necesita. Por el
      contrario, los parlamentarios perciben sueldos 40 veces superiores
      al salario mínimo (récord de la OCDE) lo que muestra su absoluta indiferencia y
      falta de empatía. Las pensiones promedio son de 308 euros. El 1% de la
      población es dueño de casi el 30% de la riqueza nacional. Sin embargo, lo
      más peligroso no son las cifras sino que esa gran masa de chilenos que reciben
      salarios miserables llevan a cabo trabajos de tan poco valor añadido que
      subirles el sueldo no es una medida realista. La pregunta es ¿por qué
      tanta gente realiza tareas de tan poco valor? La respuesta es porque
      carecen de conocimientos para desempeñar empleos de mayor sofisticación
      ¿Y por qué carecen de conocimiento? Porque el sistema educativo es
      tan precario y desigual que se asegura de que unos pocos acumulen
      conocimientos valiosos en instituciones educativas prestigiosas mientras
      el resto accede a educación de segunda clase. Y esta, nuevamente, es una
      decisión deliberada. La principal brecha no es económica sino de
      conocimiento. Impuestos: Para financiar las necesidades de los ciudadanos se requiere
      contribuir a los presupuestos mediante el pago de impuestos. Chile es el
      segundo país con las cargas impositivas
      más bajas de la OCDE. Pero además, hay mucha pedagogía por hacer para reforzar el
      compromiso de todos de contribuir al bien común. El individualismo, la
      ausencia de identidad colectiva y la desconfianza no favorece que las
      personas cumplan sus obligaciones tributarias (empezando por los más
      ricos) y por tanto, resulta difícil recaudar recursos económicos para
      hacer frente a las prioridades: educación, salud y pensiones. Hay mucho dinero
      pero mal repartido. Un ejemplo de cómo el sistema exprime las variables hasta el
      límite: El Metro, empresa propiedad del estado y principal arteria de
      transporte de la capital, cambia su tarifa según la hora del día. El
      precio más caro es justamente en la hora punta que es cuando más gente lo
      utiliza, usuarios que no son las personas más pudientes del país… Cuando
      el foco se coloca en la rentabilidad en lugar de las personas, tarde o
      temprano algo tiene que suceder ¿Por qué se ha demorado tanto esta
      explosión social? Solo se explica por el grado de sumisión de la
      población. El estallido ha sido sobre todo emocional, una reacción desde la
      dignidad encabezada por los jóvenes a quienes se menosprecia por su falta
      de conciencia… No estamos ante un problema racional, de un error en la
      fórmula de un algoritmo sino de la rebeldía contra el abuso. Es un asunto
      de personas y sus sentimientos y no de datos o de tecnología. Administrar
      un país mediante hojas de Excel y números no solo es poco humano sino contraproducente.
      De nada sirve que parte del país disfrute estándares de desarrollo europeos
      cuando la mayoría sufre condiciones indecentes. Las cifras de Chile son
      las mejores de Latinoamérica pero los chilenos tienen expectativas y se
      han aburrido de ser pisoteados y sometidos a un estrés permanente por
      sobrevivir. Y cuando millones de personas se dan cuenta de que un sistema
      no tiene manera de frenarlos si se deciden a actuar (no hay suficientes
      policías o militares), lo hacen y aquellos que dirigen el modelo se echan
      a temblar. Jamás he visto a tantos políticos, de uno u otro bando, pedir
      perdón, empezando por el Presidente. Repentinamente, se congelaron las alzas
      de tarifas (no solo del Metro sino también de la energía o las autopistas)
      varias empresas anunciaron la subida de sueldos de sus trabajadores, se
      aprobó el incremento del salario mínimo… ¿Cómo se explica que lo que solo
      unos días atrás era imposible, por arte de magia se haya vuelto
      perfectamente factible? Como siempre, no es un milagro sino un asunto de
      voluntad. Siempre se pudo pero simplemente no se quiso.    Conclusiones Recuerdo el asombro de mis padres cuando
      pasaban las navidades en Chile ante la impresionante avalancha de regalos
      que recibían los niños. O discusiones familiares porque había que cambiar
      el coche cada 2 años para que no perdiese su valor… Yo no me puedo
      quejar: me considero bien pagado y disfruto de todas las ventajas. Sin
      embargo, ese clima de falta de respeto y escasa amabilidad me llevó a
      tomar la decisión, hace más de 1 año, de iniciar actividades en España
      donde viajo todos los meses. No quiero aceptar un sistema despiadado que ha mercantilizado las
      relaciones, en el que el dinero es la medida de todo y en el que “eres
      según lo que tienes”. Un modelo que tiene a los chilenos agotados, estresados y donde
      cada cual se preocupa de lo suyo y los demás “que se fastidien” (no
      puedo olvidar un verano en las preciosas playas de Bahía Inglesa en el
      norte de Chile, casi desiertas pero llenas de basura de la gente que
      había pasado por allí). Uno de los lemas de las movilizaciones proclama “no son 30
      pesos (la subida del Metro) son 30 años”. No cabe esperar
      soluciones rápidas. Lo que no hiciste en 30 años no lo harás en 30 días. Si estamos de
      acuerdo en que el sistema falló, entonces no sirve ponerle parches. La
      solución no es económica sino que requiere un cambio de paradigma que implica una mirada
      compartida, un consenso nacional sobre los aspectos fundacionales de la
      convivencia. Un cambio así exige sabiduría y valentía porque demanda un nuevo modelo mental que cuestiona 2 verdades
      inmutables: 1. Colaboración en lugar de competencia: Con apenas 17 millones de
      habitantes y situado en uno de los extremos del mundo, para enfrentar los
      desafíos que vienen, Chile necesita talento bien educado y capaz de
      colaborar (ya hemos comprobado que no sirve tener talento poco formado o
      que no colabora). Pasar de la competencia a la colaboración implica creer
      en el bien común, en la igualdad y la solidaridad. Nadie sabe más que
      todos juntos. Hacer ese cambio implica, construir una sociedad inclusiva basada
      en la justicia ¿Por qué la
      educación es al mismo tiempo problema y solución? Desde la educación se inicia
      un sistema que promueve y perpetua los privilegios. El lugar donde comienza la
      competencia es el colegio. Las escuelas en Chile compiten a sangre y
      fuego ofreciendo a los padres la promesa de las mejores notas para sus
      hijos, estableciendo tarifas obscenas y vetando la entrada a aquellos
      niños que puedan poner en riesgo la promesa ¿Es posible educar de otra
      manera? Los países nórdicos apostaron por una educación cuyo objetivo es aprender el arte de vivir: un niño con
      confianza aprende cualquier cosa y por ende, en lugar de presionar por
      resultados les entregan seguridad (“estudian” muchas menos horas
      que en España). Debemos educar para vivir en 2050, con el foco
      puesto en el respeto. Un analfabeto será infeliz toda su vida. 2. Abundancia en lugar de escasez (el dinero no es la clave): Los países y sociedades
      desarrollados son intensivos en conocimiento y no en materias primas. Estamos
      en un mundo de intangibles en el que las neuronas ya dominan a
      los átomos. Como consecuencia, el principal reto consiste en administrar la
      abundancia en lugar de seguir presos del terror por la escasez. Llevamos
      impreso en el inconsciente que los recursos son escasos y que la escasez
      lleva a la competencia. Es hora de asumir que es la competencia la que nos
      ha conducido a la escasez. Vivimos en un mundo de abundancia pero mal repartida. Creemos
      que sin dinero no es posible hacer nada cuando para hacer cualquier cosa,
      primero va la voluntad y solo después el dinero. La solución a las
      interrogantes que debe abordar Chile (mejorar la educación, la salud o las
      pensiones) no es económica. No se puede decir que esos problemas existen
      porque no tenemos los recursos. Mas bien, la educación, las pensiones o
      la salud se han convertido en problemas porque no hemos querido
      administrar los recursos de diferente manera. Cuando se prioriza tener ciudadanos bien educados, eso trae consigo que tendrán mejor salud, mayores capacidades de
      desempeñar mejores empleos que generan riqueza y una elevada conciencia
      de comunidad ¿Quién gana cuando la mejor educación solo es accesible a
      unos pocos? Las entidades que dominan el mercado educativo, una elite de privados
      ¿Quién gana cuando la mejor educación es para todos? El país completo. Una sociedad es tan moderna
      como el más atrasado de sus integrantes.  Hay un asunto que me preocupa. Transitar hacia un nuevo paradigma
      requiere de un modelo mental distinto del que nos ha traído hasta aquí. Cuesta
      creer que aquellos que 1 semana antes pontificaban sobre la idoneidad del
      sistema, se arrepienten y abrazan ahora su transformación. Las creencias
      que sostienen su forma de ver el mundo son muy difíciles de cambiar. Mas
      bien, reaccionan desde el miedo a perder su estatus. No
      puedes proponer un nuevo camino si primero no entiendes bien lo que ha
      ocurrido y no estás dispuesto a renunciar a aquello que te hizo exitoso. Y
      cómo en la fábula del escorpión, está en su naturaleza hacer lo que siempre han
      hecho… Nunca imaginé pasar mi cumpleaños con toque de queda, militares en
      las calles y estado de emergencia. El frágil equilibrio de la convivencia
      es un aviso explícito para las democracias europeas que aun cuando mantienen
      modelos con cierto grado de conciencia social y preocupación por las
      personas, se están acercando peligrosamente al cruel sistema de mercado
      chileno ¿Saldrá algo bueno de todo este cataclismo? Depende de lo que
      hagamos con el conocimiento y de cómo decidamos usarlo. El 7 de noviembre estaremos en Barcelona impartiendo el curso “Knowledge Management in Public Sector Organizations: The DOs and DON¨Ts” presentando mejores prácticas de gestión del conocimiento en
      Europa, organizado por EIPA. El 8 de noviembre estaremos en Girona (España) impartiendo la
      conferencia «Cómo crear organizaciones que aprenden (y los riesgos de
      no aprender» organizada por la Generalitat de Catalunya. El 9 de noviembre estaremos en Bilbao (España) impartiendo la
      sesión «Gestión del Conocimiento y Aprendizaje Organizacional»
      dentro del marco del Executive MBA de
      la Universidad del País Vasco. Entre el 18 y el 21 de noviembre estaremos en Asunción (Paraguay)
      participando en el curso “Escuela regional de Gestión del Conocimiento Nuclear” organizado por la
      Agencia Internacional de Energía
      Atómica de la ONU. |