E D I C I Ó N - N ° 183 - JUNIO - 2 0 2 1

 

 

 

 

Distancia cero
Javier Martínez Aldanondo
Socio Cultura de Aprendizaje en Knowledge Works
javier@kworks.cl y javier.martinez@knoco.com

www.javiermartinezaldanondo.com

Twitter: @javitomar – Instagram: @javiermartinezaldanondo

 

 

Si tuviésemos una organización de 25.000 aprendedores que viniesen cada día y aprendiesen nuevas maneras de mejorar, seríamos la empresa más competitiva del mundoJames Champy

 

Durante 2019, viajé más que nunca en mi vida: 1 vuelo al mes entre España y Chile (13 horas sin escalas) y unos cuantos viajes en Latinoamérica. En total, participé en unas 100 actividades entre conferencias, cursos y proyectos. Durante 2020, no me moví de mi casa y participé en cerca de 200 actividades. Un día impartí una conferencia a las 6 de la mañana para España, una segunda a las 10 AM para Chile y una tercera a las 14h para México. Solo un año antes, esa situación hubiese sido imposible: hubiera tenido que elegir entre viajar a España, quedarme en Chile o trasladarme a México. La videoconferencia existía en 2019 pero la distancia seguía siendo un concepto físico y desde luego, mental. Hoy ya no lo es. Como veremos, la diferencia estriba en el poder de los intangibles, especialmente del conocimiento, una de cuyas principales expresiones es la tecnología. Y como el proceso que crea conocimiento se llama aprender, convertirnos en lifelong learners (“aprendedores” de por vida) nos obliga a ser expertos en aprendizaje. El virus del que todos necesitamos contagiarnos es el del aprendizaje. No nos sirve de nada que solo algunos se contagien igual que no erradicamos la pandemia si solo algunos se vacunan… Los individuos dependemos de la comunidad, solos no podemos sobrevivir.

Hace 3 años, escribí acerca del triunfo de las neuronas sobre los átomos. Hoy, a mediados del 2021, cuando todavía no superamos la pandemia, las neuronas y las ideas ganan por goleada: son las que nos mantienen vivos y medianamente cuerdos. La razón la expuse 1 año antes: vivimos en un mundo que cada vez más será gobernado por intangibles. Mckinsey publicó un artículo sobre el impacto de invertir en intangibles en la productividad. En síntesis, confirma que la pandemia ha acelerado el cambio hacia los intangibles y que las empresas que más crecen invierten 2,6 veces más en intangibles que las que menos crecen.

 

¿Por qué esto es importante? Baste una muestra: la Comisión Europea ha lanzado el plan de recuperación para Europa con el objetivo no solo de salir más fuertes de la pandemia sino sobre todo transformar la economía para el continente del futuro. Ese plan pone el foco en 2 aspectos fundamentales: economía verde (sostenible) y economía digital. La llave para lograrlo es el conocimiento. Los átomos son importantes, pero son el resultado y además son un recurso finito. Son los intangibles los que “deciden” cuál es el mejor uso que se puede dar a esos átomos. Y al contrario que pasa con los átomos, el conocimiento es potencialmente infinito. No podemos decir que tenemos un problema de energía, de agua o de contaminación. Tenemos que decir que todavía no hemos desarrollado el conocimiento que nos permita obtener energía barata y reutilizable del sol (en lugar de seguir quemando combustibles fósiles que además son limitados), no sabemos desalar agua de mar a precios razonables ni construir vehículos eléctricos y autónomos. Pero es solo cuestión de tiempo. Digitalizar es convertir átomos en bits. Las responsables de que ese proceso ocurra son las neuronas creando tecnología. Pero ojo, la tecnología no es el dispositivo físico, es lo que ese dispositivo te permite hacer (gracias al conocimiento) que antes resultaba imposible.

 

Si echamos un vistazo, comprobaremos que para la mayoría de las actividades que realizamos diariamente (informarnos, comprar, acceder a entretenimiento, comunicarnos, trabajar, aprender, desplazarnos, etc.) utilizamos algoritmos, es decir, intangibles. La mayor parte de la vida laboral en los últimos 20 años la hemos pasado frente a una pantalla. Y durante la pandemia, este proceso se ha disparado a niveles estratosféricos: como los átomos estaban confinados y no se podían mover, las que se movieron fueron las neuronas a través de los bits. Gracias a los intangibles convertidos en tecnología, hemos podido mantener un nivel de comunicación sin precedentes. Es cierto que muchos negocios basados en átomos han sufrido las consecuencias de la crisis, pero aquellos que tuvimos la fortuna de gestionar negocios virtualizables, hemos podido continuar trabajando de manera sorprendentemente fluida… Esta misma pandemia, hace solo 10 o 15 años hubiese supuesto un descalabro descomunal.

 

La economía (y la vida en general), se han ido desmaterializando desde hace ya décadas. Veamos algunos ejemplos: hace 150 años, asistir a una obra de teatro obligaba a que átomos y neuronas estuvieran juntos al mismo tiempo y en el mismo lugar (tanto actores como espectadores) lo que limitaba la experiencia: la hacía cara y elitista (solo la disfrutan unos pocos) y obligaba a repetirla cada día. Con la llegada de la tecnología del cine, la experiencia cambia por completo porque permite multiplicar el acceso masivamente (cantidad), en cualquier momento y lugar (geografía) y además enriquece esa experiencia con efectos especiales, animación, etc. Hoy ya ni siquiera necesitamos desplazarnos a una sala de cine ni dependemos de la hora en que se programa la proyección. Es exactamente lo mismo que pasa con la educación. Antes dependía de que el conocimiento (profesores, bibliotecas) estuviese a una distancia prudente de mi casa, de cuantos alumnos caben en un aula… Hoy, si todos los ciudadanos de un país no tienen acceso a la mejor educación (servicio poco dependiente de los átomos) es porque así se quiere. En el pasado se podían explicar situaciones de desigualdad por dificultades en el acceso a bienes tangibles y físicos (escasos y que se consumían con el uso), pero esa excusa desaparece con el “consumo” de intangibles. El futbol ha conseguido salvarse gracias a los intangibles. No fue posible contar con espectadores en los campos, pero la tecnología (TV) salvó el negocio. El solo hecho de contar con conocimiento para fabricar vehículos eléctricos y además autónomos va a revolucionar la industria del automóvil (y la de la energía e incluso la fisonomía de las ciudades) haciendo que no merezca la pena comprar un automóvil. No nos interesa la propiedad de los bienes físicos sino su uso. Para qué perder el tiempo conduciendo si lo puedo emplear en otra cosa mientras el coche me lleva donde necesito ir.

 

¿Qué impacto tiene el hecho de que la distancia tanto física como temporal entre personas y también entre proveedores, colaboradores y clientes, se reduzca a cero? El más importante es que tenemos una magnifica herramienta para combatir la desigualdad. En un mundo gobernado por los activos físicos, lo que impera en primer lugar es la escasez: los recursos son finitos lo que provoca miedo de que no tengamos para todos. Compartir un bien físico significa perderlo y con ello aparece en segundo lugar el concepto de propiedad (asegurarse legalmente el disfrute de esos escasos recursos físicos). A partir de aquí, nos arriesgamos al conflicto entre quienes tienen y quienes tienen menos y quieren más (riqueza, territorios, poder…). Sin embargo, en un mundo gobernado por los intangibles, en el que hay conocimiento abundante, no hay lugar para el conflicto. El conocimiento no se pierde cuando se comparte, al revés, se incrementa su valor porque en lugar de que solo una persona lo tenga, son varias las que lo pueden disfrutar. Si tratamos el conocimiento como activo físico, se mantiene el paradigma de competir, pero si lo tratamos como un intangible, entonces aparece el paradigma de la colaboración consciente. Los recursos físicos dividen, los intangibles multiplican. La desigualdad no se enfrenta compartiendo activos físicos sino conocimiento. La cantidad de átomos en el mundo se mantiene más o menos constante, la cantidad de conocimiento crece con cada segundo que pasa.

 

El otro gran impacto de administrar neuronas es que nos obliga a realizar una revisión de nuestro modelo mental que implica abandonar un sistema de gestión basado en la estabilidad, donde el cambio no solo es lento, sino resistido cuando aparece. Un sistema basado en la certeza y la predictibilidad que fue muy útil para planificar reduciendo al mínimo los riesgos. Un sistema basado en tareas repetitivas donde se requerían trabajadores obedientes y eficientes (y no creativos ni autónomos). El objetivo de este sistema era producir cada vez más rápido y barato a costa de agotar los recursos y contaminar y haciendo caso omiso de la reutilización. Los resultados los tenemos a la vista: no solo el planeta se degrada (crisis climática) sino que, ante la aceleración del cambio, el conocimiento caduca rápidamente y surgen situaciones para las que no tenemos respuesta (crisis sociales, pandemias, automatización del trabajo, etc.). En ese contexto basado en procesos predecibles, las máquinas nos pulverizan (como comprobó el ex campeón del mundo de ajedrez Kaspárov).

El modelo mental que se vislumbra exige una estructura de gestión diseñada a partir de neuronas. Un nuevo sistema que entiende que la velocidad impide anticipar: cuando el pasado ya no sirve para predecir futuro, estamos obligados a inventarlo y la imaginación se vuelve una capacidad crítica. Cuanto mayor es nuestra velocidad, más lejos necesitamos ver. En ese escenario, la única receta es aprender rápido. Pero ya no podemos mantener el ritual de aprender como actividad con inicio y fin, condicionada por una hora, un lugar, un contenido o un profesor, sino que se convierte en un aprendizaje como flujo, dinámico, permanente y autodirigido ¿O acaso alguien hizo un curso de covid?

Un sistema donde el liderazgo se basa en preguntas más que respuestas (invitándonos a desaprender) y el principal líder es el cliente que demanda personalización y diversidad (productos y servicios a su medida). Un sistema de consumidores conscientes que nos empuje a crear más valor con menos recursos: consumir menos, producir mejor en lugar de en masa, desperdiciar y contaminar menos y reciclar más, algo que solo se logra con más conocimiento. Un sistema que funciona a partir de la colaboración, mediante la contribución del conocimiento que aporta cada individuo para enfrentar esos desafíos inéditos. Será un sistema en el que las neuronas cambian más rápido que los átomos y donde el individuo cambia más lento que el colectivo y en el que solo serán exitosos aquellos que creen mejores redes y alianzas.

 

Conclusiones: El coronavirus ha beneficiado a los intangibles. Zoom, que es un algoritmo en forma de plataforma virtual, vale hoy más que las 7 principales líneas áreas del mundo juntas. Estos últimos meses, se viene recrudeciendo la batalla entre inteligencia artificial e inteligencia emocional. Si en las empresas solo trabajasen máquinas, nos bastaría con ocuparnos de lo tangible, con enseñar lo medible (matemáticas o física). Pero como el mundo está formado por personas y somos los humanos quienes tomamos las decisiones, las emociones y las habilidades sociales y adaptativas son clave. La buena noticia es que a mayor importancia de la inteligencia (ya sea artificial o no), más necesidad de conocimiento y, por tanto, más imprescindible resulta el aprendizaje. Lo preocupante es que tenemos un plan para enseñar lo conocido, pero no para aprender lo desconocido.

Los átomos no van a desaparecer. Estamos hechos de átomos, nos alimentamos de átomos y no de intangibles. Pero la siguiente etapa de nuestra evolución contempla a las neuronas haciendo el uso más inteligente posible de los átomos. Tal vez, para llegar a la economía de intangibles tuvimos que pasar primero por la de átomos. El próximo estadio, sin renunciar a la cultura industrial, solo se logra incrementando exponencialmente el conocimiento. Por eso, no debiésemos hablar de cuarta revolución industrial sino de primera era digital.

La pandemia nos está ayudando a eliminar el concepto de remoto, mientras nos exige revisar el diseño de nuestras organizaciones: no se trata de cambiar el organigrama o la estructura sino el modelo mental para pasar de gestionar lo que ya sabemos (pasado) a gestionar lo que no se sabe (futuro). Las capacidades que se requieren para semejante desafío son diametralmente opuestas a las que hemos venido enseñando y valorando. Invertir en intangibles no es lo mismo que hacerlo en activos físicos. Las neuronas no entienden de género, geografía, si eres alta o gordo, qué dice tu curriculum o cuantos años tienes sino de cómo contribuyes con tu conocimiento.

Dejemos de pedir a los intangibles, que se comporten como tangibles. El problema no ha sido la escasez de átomos sino su mala repartición y el uso poco inteligente. Dado que los átomos son finitos, tenemos que producir y consumir mejor, desperdiciar menos y reciclar más. Y eso solo resulta factible mediante conocimiento. Solo gastaremos menos átomos si las neuronas son capaces de generar más conocimiento y cambiamos nuestro estilo de vida. Los intangibles modifican el mundo físico, nos conducen de lo finito a lo infinito y de competir a colaborar. Diseñemos organizaciones, relaciones y modelos de gestión para funcionar alrededor de intangibles porque, nos guste o no, ya ganaron la partida y nuestro futuro depende de ellos.

 

El viernes 9 de julio a las 12:00 en As Fabrik Bilbao (Zorrozaurre) impartiremos la conferencia “Aprender del Futuro” en el marco de la graduación del diplomado Chief Learning Officer impartido por Mondragón Unibertsitatea y Teamlabs.

 

 

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