“Si
tuviésemos una organización de 25.000 aprendedores que viniesen cada día
y aprendiesen nuevas maneras de mejorar, seríamos la empresa más
competitiva del mundo” James Champy
Durante
2019, viajé más que nunca en mi vida: 1 vuelo al mes entre España y Chile
(13 horas sin escalas) y unos cuantos viajes en Latinoamérica. En total,
participé en unas 100 actividades entre conferencias, cursos y proyectos.
Durante 2020, no me moví de mi casa y participé en cerca de 200
actividades. Un día impartí una conferencia a las 6 de la mañana para
España, una segunda a las 10 AM para Chile y una tercera a las 14h para
México. Solo un año antes, esa situación hubiese sido imposible: hubiera
tenido que elegir entre viajar a España, quedarme en Chile o trasladarme
a México. La videoconferencia existía en 2019 pero la distancia seguía
siendo un concepto físico y desde luego, mental. Hoy ya no lo es. Como
veremos, la diferencia estriba en el poder
de los intangibles, especialmente del conocimiento, una de cuyas
principales expresiones es la tecnología. Y como el proceso que crea
conocimiento se llama aprender, convertirnos en lifelong
learners (“aprendedores” de por vida) nos obliga a ser
expertos en aprendizaje. El virus del que todos necesitamos contagiarnos
es el del aprendizaje. No nos sirve de nada que solo algunos se contagien
igual que no erradicamos la pandemia si solo algunos se vacunan… Los
individuos dependemos de la comunidad, solos no podemos sobrevivir.
Hace
3 años, escribí acerca del
triunfo de las neuronas sobre los átomos. Hoy, a mediados del 2021, cuando
todavía no superamos la pandemia, las neuronas y las ideas ganan por
goleada: son las que nos mantienen vivos y medianamente cuerdos. La razón
la expuse 1 año antes: vivimos en un mundo que cada vez más
será gobernado por intangibles.
Mckinsey publicó un artículo sobre el impacto de invertir en intangibles en la productividad. En síntesis, confirma
que la pandemia ha acelerado el cambio hacia los intangibles y que las
empresas que más crecen invierten 2,6 veces más en intangibles que las
que menos crecen.
¿Por
qué esto es importante? Baste una muestra: la Comisión Europea ha lanzado
el plan
de recuperación para Europa con el objetivo no solo de salir más
fuertes de la pandemia sino sobre todo transformar la economía para el
continente del futuro. Ese plan pone el foco en 2 aspectos fundamentales:
economía verde (sostenible) y economía digital. La llave para lograrlo es
el conocimiento. Los átomos son importantes, pero son el resultado y
además son un recurso finito. Son los intangibles los que “deciden” cuál
es el mejor uso que se puede dar a esos átomos. Y al contrario que pasa
con los átomos, el conocimiento es potencialmente infinito. No podemos
decir que tenemos un problema de energía, de agua o de contaminación.
Tenemos que decir que todavía no hemos desarrollado el conocimiento que
nos permita obtener energía barata y reutilizable del sol (en lugar de
seguir quemando combustibles fósiles que además son limitados), no
sabemos desalar agua de mar a precios razonables ni construir vehículos
eléctricos y autónomos. Pero es solo cuestión
de tiempo. Digitalizar es convertir átomos en bits. Las responsables
de que ese proceso ocurra son las neuronas creando tecnología. Pero ojo,
la tecnología no es el dispositivo físico, es lo que ese dispositivo te
permite hacer (gracias al conocimiento) que antes resultaba imposible.
Si
echamos un vistazo, comprobaremos que para la mayoría de las actividades
que realizamos diariamente (informarnos, comprar, acceder a
entretenimiento, comunicarnos, trabajar, aprender, desplazarnos, etc.)
utilizamos algoritmos, es decir, intangibles. La mayor parte de la
vida laboral en los últimos 20 años la hemos pasado frente a una
pantalla. Y durante la
pandemia, este proceso se ha disparado a niveles estratosféricos: como
los átomos estaban confinados y no se podían mover, las que se movieron
fueron las neuronas a través de los bits. Gracias a los intangibles
convertidos en tecnología, hemos podido mantener un nivel de comunicación
sin precedentes. Es cierto que muchos negocios basados en átomos han
sufrido las consecuencias de la crisis, pero aquellos que tuvimos la
fortuna de gestionar negocios virtualizables, hemos podido continuar
trabajando de manera sorprendentemente fluida… Esta misma pandemia, hace
solo 10 o 15 años hubiese supuesto un descalabro descomunal.
La
economía (y la vida en general), se han ido desmaterializando desde hace
ya décadas. Veamos algunos ejemplos: hace 150 años, asistir a una obra de
teatro obligaba a que átomos y neuronas estuvieran juntos al mismo tiempo
y en el mismo lugar (tanto actores como espectadores) lo que limitaba la
experiencia: la hacía cara y elitista (solo la disfrutan unos pocos) y
obligaba a repetirla cada día. Con la llegada de la tecnología del cine,
la experiencia cambia por completo porque permite multiplicar el acceso
masivamente (cantidad), en cualquier momento y lugar (geografía) y además
enriquece esa experiencia con efectos especiales, animación, etc. Hoy ya
ni siquiera necesitamos desplazarnos a una sala de cine ni dependemos de la
hora en que se programa la proyección. Es exactamente lo mismo que pasa
con la educación. Antes dependía de que el conocimiento (profesores,
bibliotecas) estuviese a una distancia prudente de mi casa, de cuantos
alumnos caben en un aula… Hoy, si todos los ciudadanos de un país no
tienen acceso a la mejor educación (servicio poco dependiente de los
átomos) es porque así se quiere. En el pasado se podían explicar
situaciones de desigualdad por dificultades en el acceso a bienes
tangibles y físicos (escasos y que se consumían con el uso), pero esa
excusa desaparece con el “consumo” de intangibles. El futbol ha
conseguido salvarse gracias a los intangibles. No fue posible contar con
espectadores en los campos, pero la tecnología (TV) salvó el negocio. El
solo hecho de contar con conocimiento para fabricar vehículos eléctricos
y además autónomos va a revolucionar la industria del automóvil (y la de
la energía e incluso la fisonomía de las ciudades) haciendo que no
merezca la pena comprar un automóvil. No nos interesa la propiedad de los
bienes físicos sino su uso. Para qué perder el tiempo conduciendo si lo
puedo emplear en otra cosa mientras el coche me lleva donde necesito ir.
¿Qué
impacto tiene el hecho de que la distancia tanto física como temporal
entre personas y también entre proveedores, colaboradores y clientes, se
reduzca a cero? El más importante es que tenemos una magnifica
herramienta para combatir la desigualdad. En un mundo gobernado por los
activos físicos, lo que impera en primer lugar es la escasez: los
recursos son finitos lo que provoca miedo de que no tengamos para todos.
Compartir un bien físico significa perderlo y con ello aparece en segundo
lugar el concepto de propiedad (asegurarse legalmente el disfrute de esos
escasos recursos físicos). A partir de aquí, nos arriesgamos al conflicto
entre quienes tienen y quienes tienen menos y quieren más (riqueza,
territorios, poder…). Sin embargo, en un mundo gobernado por los
intangibles, en el que hay conocimiento
abundante, no hay lugar para el conflicto. El conocimiento no se
pierde cuando se comparte, al revés, se incrementa su valor porque en
lugar de que solo una persona lo tenga, son varias las que lo pueden disfrutar.
Si tratamos el conocimiento como activo físico, se mantiene el paradigma
de competir, pero si lo tratamos como un intangible, entonces aparece el
paradigma de la colaboración consciente. Los recursos físicos dividen,
los intangibles multiplican. La desigualdad no se enfrenta compartiendo
activos físicos sino conocimiento. La cantidad de átomos en el mundo se
mantiene más o menos constante, la cantidad de conocimiento crece con
cada segundo que pasa.
El
otro gran impacto de administrar neuronas es que nos obliga a realizar
una revisión de nuestro modelo mental que implica abandonar un sistema de
gestión basado en la estabilidad, donde el cambio no solo es lento, sino
resistido cuando aparece. Un sistema basado en la certeza y la
predictibilidad que fue muy útil para planificar reduciendo al mínimo los
riesgos. Un sistema basado en tareas repetitivas donde se requerían
trabajadores obedientes y eficientes (y no creativos ni autónomos). El
objetivo de este sistema era producir cada vez más rápido y barato a
costa de agotar los recursos y contaminar y haciendo caso omiso de la
reutilización. Los resultados los tenemos a la vista: no solo el planeta
se degrada (crisis climática) sino que, ante la aceleración del cambio,
el conocimiento caduca rápidamente y surgen situaciones para las que no
tenemos respuesta (crisis sociales, pandemias, automatización del
trabajo, etc.). En ese contexto basado en procesos predecibles, las
máquinas nos pulverizan (como comprobó el ex campeón del mundo de ajedrez
Kaspárov).
El
modelo mental que se vislumbra exige una estructura de gestión diseñada a
partir de neuronas. Un nuevo sistema que entiende que la velocidad impide
anticipar: cuando el pasado ya no sirve para predecir futuro, estamos
obligados a inventarlo y la imaginación se vuelve una capacidad crítica.
Cuanto mayor es nuestra velocidad, más lejos necesitamos ver. En ese
escenario, la única receta es aprender rápido. Pero ya no podemos
mantener el ritual de aprender como actividad con inicio y fin,
condicionada por una hora, un lugar, un contenido o un profesor, sino que
se convierte en un aprendizaje como flujo, dinámico, permanente y
autodirigido ¿O acaso alguien hizo un curso de covid?
Un
sistema donde el liderazgo se basa en preguntas más que respuestas
(invitándonos a desaprender)
y el principal líder es el cliente que demanda personalización
y diversidad (productos y servicios a su medida). Un sistema de
consumidores conscientes que nos empuje a crear más valor con menos
recursos: consumir menos, producir mejor en lugar de en masa,
desperdiciar y contaminar menos y reciclar más, algo que solo se logra
con más conocimiento. Un sistema que funciona a partir de la
colaboración, mediante la contribución del conocimiento que aporta cada
individuo para enfrentar esos desafíos inéditos. Será un sistema en el
que las neuronas cambian más rápido que los átomos y donde el individuo
cambia más lento que el colectivo y en el que solo serán exitosos
aquellos que creen mejores redes y alianzas.
Conclusiones: El coronavirus ha beneficiado a los
intangibles. Zoom, que es un algoritmo en forma de plataforma virtual,
vale hoy más que las 7 principales líneas áreas del mundo juntas. Estos
últimos meses, se viene recrudeciendo la batalla entre inteligencia
artificial e inteligencia emocional. Si en las empresas solo trabajasen
máquinas, nos bastaría con ocuparnos de lo tangible, con enseñar lo
medible (matemáticas o física). Pero como el mundo está formado por
personas y somos los humanos quienes tomamos las decisiones, las
emociones y las habilidades sociales y adaptativas son clave. La buena noticia es que a
mayor importancia de la inteligencia (ya sea artificial o no), más
necesidad de conocimiento y, por tanto, más imprescindible resulta el
aprendizaje. Lo preocupante es que tenemos un plan para enseñar lo
conocido, pero no para aprender lo desconocido.
Los átomos no van a
desaparecer. Estamos hechos de átomos, nos alimentamos de átomos y no de
intangibles. Pero la siguiente etapa de nuestra evolución contempla a las
neuronas haciendo el uso más inteligente posible de los átomos. Tal vez,
para llegar a la economía de intangibles tuvimos que pasar primero por la
de átomos. El próximo estadio, sin renunciar a la cultura industrial,
solo se logra incrementando exponencialmente el conocimiento. Por eso, no
debiésemos hablar de cuarta revolución industrial sino de primera era
digital.
La pandemia nos está
ayudando a eliminar el
concepto de remoto, mientras nos exige revisar el diseño de nuestras
organizaciones: no se trata de cambiar el organigrama o la estructura sino el
modelo mental para pasar de gestionar lo que ya sabemos (pasado) a
gestionar lo que no se sabe (futuro). Las capacidades que se requieren
para semejante desafío son diametralmente opuestas a las que hemos venido
enseñando y valorando. Invertir en intangibles no es lo mismo que hacerlo
en activos físicos. Las neuronas no entienden de género, geografía, si
eres alta o gordo, qué dice tu curriculum o cuantos años tienes sino de
cómo contribuyes con tu conocimiento.
Dejemos de pedir a
los intangibles, que se comporten como tangibles. El problema no ha sido
la escasez de átomos sino su mala repartición y el uso poco inteligente.
Dado que los átomos son finitos, tenemos que producir y consumir mejor,
desperdiciar menos y reciclar más. Y eso solo resulta factible mediante
conocimiento. Solo gastaremos menos átomos si las neuronas son capaces de
generar más conocimiento y cambiamos nuestro estilo de vida. Los
intangibles modifican el mundo físico, nos conducen de lo finito a lo
infinito y de competir a colaborar. Diseñemos organizaciones, relaciones
y modelos de gestión para funcionar alrededor de intangibles porque, nos
guste o no, ya ganaron la partida y nuestro futuro depende de ellos.
El
viernes 9 de julio a las 12:00 en As Fabrik Bilbao (Zorrozaurre)
impartiremos la conferencia “Aprender
del Futuro” en el marco de la graduación del diplomado Chief Learning
Officer impartido por Mondragón Unibertsitatea
y Teamlabs.
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