E D I C I Ó N - N ° 186 - SEPTIEMBRE - 2 0 2 1

 

 

 

 

Desmitificando la inteligencia artificial
Javier Martínez Aldanondo
Socio Cultura de Aprendizaje en Knowledge Works
javier@kworks.cl y javier.martinez@knoco.com

www.javiermartinezaldanondo.com

Twitter: @javitomar – Instagram: @javiermartinezaldanondo

 

 

“No aprendes cosas porque eres inteligente, sino que aprender cosas te hace inteligente” (Albert Einstein).

 

HOY tienes un coche (costo) que debes conducir (tarea poco productiva) cuando quieres desplazarte. Si MAÑANA la Inteligencia Artificial (IA) hace posible el vehículo autónomo y eléctrico, pasan 2 cosas:

1. ya no tienes que ocuparte de la tediosa tarea de conducir,

2. ya no necesitas tener coche (que estaba aparcado 96% del tiempo) sino solo usarlo. Por una cuota fija mensual de 100 dólares podrás utilizar cualquier auto sin conductor que circula por la calle y te saldrá 10 veces más barato que comprar tu propio coche.

¿Cuál es el resultado? Ahora tienes:

·       más tiempo para utilizarlo en lo que quieras

·       más dinero en el bolsillo

·       menos contaminación

·       menos muertos por accidentes…

Absolutamente todas las encuestas sobre cuál será la próxima tecnología que revolucionará el mundo apuntan a la IA que ya ha sido bautizada como “la nueva electricidad”. Las reacciones se agrupan en 3 categorías: Los alarmistas convencidos de que las máquinas nos van a sustituir creando un desempleo masivo. Los optimistas que sueñan con la tecnología abarcándolo todo, de forma imparable. Y los realistas que opinan que no es tan sencillo automatizar los trabajos y se inclinan por la convivencia donde las máquinas nos van a complementar en aquello en que son más eficientes ¿Qué panorama nos espera? Aclararé algunos aspectos antes de entrar en pánico.

 

La promesa de la IA es muy arriesgada. El objetivo que persigue la IA es legítimo, pero extremadamente ambicioso: construir máquinas inteligentes. Y lo es porque ni siquiera existe acuerdo sobre qué significa ser inteligente. Yo defino la inteligencia como la “capacidad de tomar buenas decisiones y aprender rápido”. Para decidir adecuadamente de manera recurrente (y no por suerte o casualidad) necesitas tener conocimiento y para contar con ese conocimiento, es imprescindible aprender. Estamos de enhorabuena porque el auge de la IA significa más necesidad de conocimiento y aprendizaje. Pero la inteligencia también requiere intención y consciencia: ser capaz de explicar qué estás haciendo, por qué lo haces así, cómo llegaste a esa conclusión, cómo lo harías si te hubieses equivocado... Para considerar inteligente a una máquina, esta necesita conocimiento respecto de la tarea a realizar, capacidad de aprender autónomamente y ser consciente de lo que hace, atributos todos característicos de las personas. Hoy no tenemos máquinas inteligentes sino capaces de hacer algunas tareas mejor que nosotros o hacer cosas que no podemos hacer, lo que siendo muy valioso no es sinónimo de inteligencia. Claro que la IA no tiene porque ser inteligente sino eficaz y eficiente (igual que un avión no tiene por qué imitar el vuelo de un pájaro). La IA solo toma decisiones en un ámbito muy restringido de la realidad y tiene enormes dificultades para aprender cosas que para un niño de 2 años son elementales. La IA tiene una elevada capacidad de procesamiento pero muy baja capacidad de entendimiento.

 

El fenómeno de la automatización no es nuevo. A lo largo de toda su historia, el ser humano se ha caracterizado por desarrollar avances tecnológicos para aliviarse del trabajo pesado encargando a otros las tareas desagradables (primero a los animales y luego inventando herramientas). Siempre la tecnología sustituyó nuestra fuerza física, pero por primera vez las máquinas amenazan con sustituir nuestro cerebro y eso nos pone nerviosos. Durante la revolución industrial en la Inglaterra del siglo XIX se produjeron conflictos por el riesgo que implicaba que las máquinas sustituyesen a la mano de obra. Existen análisis que predicen que un 47% de trabajos en EEUU están en riesgo de ser remplazados, lo que seguramente es cierto pero incompleto. La tecnología no destruye empleo, lo cambia. Nunca la tecnología ha generado desempleo, más bien lo que ha hecho ha sido alterar los mercados. La única diferencia es que ahora el proceso es mucho más rápido, ocurre a mayor escala y produce mayor impacto que hace 150 años. Aún así, no parece que, a nivel laboral y de desarrollo económico, el mundo haya retrocedido respecto del SXIX…

 

El proceso de automatización es imparable. Si entendemos digitalizar como transformar átomos en bits mediante neuronas, la digitalización de la sociedad en todos sus niveles (comunicaciones, entretenimiento, salud, trabajo, transporte, comercio, educación, etc.) no cesa. Todo lo que hacemos depende de la tecnología y lo hemos comprobado durante la pandemia. Nada hace pensar que ese proceso no siga acelerándose de forma progresiva afectando todas las dimensiones de nuestra vida. Por tanto, el propósito de la IA de dotar a las máquinas de una inteligencia como la humana para que sean capaces de hacer lo que hasta ahora estaba reservado a las personas (decidir y actuar sin nuestra intervención) es un paso “habitual” en nuestra evolución. Con independencia de que sea moralmente correcto, de si será posible, si estamos a favor o en contra o si tendrá un impacto positivo, lo que hacemos (tarde o temprano) lo hará la IA y la disyuntiva es cuánto tiempo falta y cómo queremos que ocurra. Aun no es tarde para diseñarlo. Pero ojo porque si hacemos una IA muy inteligente, despues protestará y no querrá trabajar…

 

El proceso no es inminente. Los augurios de los profetas de la IA tienen un largo trecho hasta hacerse realidad. Es muy poco lo que sabemos todavía acerca del cerebro: si no somos capaces aun de entender cómo funciona la inteligencia humana, no estamos preparados para reproducirla artificialmente a pesar de lo mucho que se ha avanzado en poco tiempo. En este punto se suele producir un malentendido: Que las máquinas hagan cosas que nosotros no podemos no significa que sean inteligentes. Si formulas al sistema de IA más avanzado una pregunta abierta pidiéndole consejo para desarrollar tu negocio, no puede responder nada coherente. Como decía Bohr, “Usted no piensa, se limita a ser lógico”. Pero de la misma forma, si una máquina puede hacer lo que haces tú, significa que tu trabajo no demanda dosis demasiado altas de inteligencia. Las máquinas tienen más potencia de cálculo y de almacenamiento de información que nosotros y cada vez la diferencia será mayor a su favor. Competir con ellas en esas tareas no tiene sentido. Si tu trabajo consiste en hacer lo que hace o hará una máquina y no en pensar, estás en problemas porque son más rentables y capaces de hacer más trabajo y mejor que tú. Sin embargo, todavía, el ser humano ejecuta tareas y labores abstractas (relacionadas con la creatividad, resolución de problemas, comunicación, etc.) y trabajos manuales que las máquinas no pueden hacer y que es donde tiene sentido concentrar los esfuerzos. Esto causará cambios drásticos sobre todo en 2 áreas: desarrollo profesional (qué tipo de trabajos existirán) y educación (qué merecerá la pena aprender).

 

Hay una línea de discusión “ética” respecto de los riesgos de crear máquinas más inteligentes que las personas. Se plantea la posibilidad de que puedan tomarse el control de la sociedad, volverse contra nosotros, someternos y que no las podamos controlar. Estos argumentos son los que han defendido figuras prominentes como Stephen Hawking o Elon Musk. La IA nos viene ayudando desde hace años a tomar mejores decisiones pero la clave pasa por “decidir quien decide”. Podemos trasladar esa responsabilidad a las máquinas igual que podemos dejar nuestro futuro en manos de un loco. De nosotros depende reservar nuestra inteligencia para lo verdaderamente valioso y dejar que las máquinas se encarguen del trabajo sucio, peligroso o aburrido que no queremos hacer. Se trata de consensuar qué decisiones exigen consciencia y nos corresponden a las personas y asegurarnos de que las tareas que no la requieren sigan siendo territorio reservado para las máquinas, como viene ocurriendo desde hace siglos.

 

Existe también una interesante discusión acerca del impacto social y económico que tendría el hecho de que grandes franjas de población se queden sin trabajo y por tanto sin ingresos. Ante tal hipótesis, se reclama la necesidad de que el estado provea un salario social o que los robots paguen impuestos. También se discute la alternativa de reducir las jornadas laborales a menos horas para trabajar todos. Y al mismo tiempo, se vislumbra el peligro de crear elites que, beneficiándose de esa concentración de conocimiento y riqueza, estarían tentadas de monopolizar la economía y la sociedad en su beneficio.

 

Aunque el mundo lleva tecnologizándose desde siempre, hoy tenemos la tasa de desempleo más baja de la historia. A pesar de los muchos y graves problemas que nos faltan por corregir, gozamos del mayor nivel de desarrollo, democracia y bienestar que ha conocido la humanidad. A corto plazo, es seguro que se perderán trabajos. A largo plazo, los antecedentes dicen lo contrario: No se elimina empleo, sino que cambia su composición. Eso mismo ha pasado durante las décadas que llevamos usando computadores masivamente: surgen nuevas industrias lo que conduce a la creación de más trabajos. No es cierto que el mercado laboral tenga un numero finito de puestos de trabajo que, si son ocupados por máquinas, entonces quedan menos para los humanos. Es factible anticipar el empleo que se va a destruir, pero no es tan fácil cuantificar el que se va a crear. Por ejemplo, el sector servicios que apenas existía un siglo atrás (cuando dominaba la agricultura), hoy es claramente mayoritario.

 

Debemos apresurarnos en priorizar: decidir qué merece la pena que hagamos las personas y qué endosaremos a la IA. Las máquinas son inferiores realizando tareas abstractas como producir nuevas ideas, reaccionar ante imprevistos y tomar decisiones porque resulta muy difícil codificar cada paso específico para que una máquina lo haga. Todavía son muy torpes a la hora de comunicarse, manipular objetos y desplazarse (capacidad motora fina) y siguen teniendo problemas con tareas manuales sencillas que no requieren uso de TICs ni título universitario (construcción, gastronomía, cuidado de niños, ancianos y enfermos, peluquería, mecánica, limpieza, transporte, etc.). Sin embargo, como siempre ha ocurrido, las tareas rutinarias y predecibles están siendo remplazadas por tecnología. Aunque las tareas abstractas y manuales corren menos riesgo, el asunto es en cuanto tiempo serán las máquinas capaces de realizarlas. Hace 10 años se pensaba que los conductores eran difíciles de sustituir y hoy el coche autónomo está a la vuelta de la esquina. Lo mismo se puede pensar de otras profesiones, aunque los desafíos todavía son enormes porque los humanos desplegamos una gran capacidad de improvisar. El camino más razonable parece el de complementarnos con las máquinas. El primer piloto automático se empezó a usar en 1947 y sin embargo el piloto humano no ha desaparecido.

 

La tecnología ha transformado radicalmente el trabajo y la sociedad. Convivimos con profesiones y trabajos que no existían cuando nosotros íbamos al colegio ¿Cuántos community managers, monitores de spinning, peluqueros de perros, instructores de yoga, diseñadores gráficos, youtubers, conductores profesionales de drones o consultores en gestión del conocimiento podíamos encontrar en la época en que tus padres trabajaban? ¿qué trabajos son los más demandados para 2021? Desarrollador Big Data, arquitectos cloud y especialista en ciberseguridad, ninguno se podía estudiar cuando fui a la universidad. La aplastante mayoría están relacionados con la informática con lo que cualquier persona competente en el manejo de tecnología ve incrementadas sus posibilidades de supervivencia. Cada tecnología que irrumpe crea una nueva industria. Basta con observar el impacto de la telefonía móvil. Cuando me incorporé al mundo laboral, los dueños de los primeros móviles los llevaban en el coche (con una pequeña antena en el techo), tenían un precio prohibitivo y sufrían la burla general ¿para qué puede querer alguien un teléfono en el coche? 25 años después, emergió una industria colosal de investigación, diseño, fabricación y venta de smartphones, de planes de conexión, de desarrollo de software, de servicios, de apps, de baterías… Los avances tecnológicos siempre hicieron que se perdiesen trabajos: desapareció el herrero que fabricaba y colocaba herraduras a los caballos junto con el conductor de diligencias y prosperó una industria de construcción de automóviles, fabricantes de neumáticos, empresas petroleras que refinan combustible, talleres mecánicos, compañías de transporte, de seguros, etc. El mercado laboral seguirá cambiando cada vez más deprisa y surgirán nuevos modelos de negocio como pasó con Netflix, Uber o AirBnB. Evolucionará el trabajo y la forma de trabajar lo que cambiará a los trabajadores y sus competencias obligándonos a redefinir el concepto mismo de trabajo una vez que hemos comprobado que no es un lugar físico: El cómo, el dónde, el qué del trabajo es distinto al de hace 10 años y seguirá transformándose. A nuestros hijos no les estará esperando un empleo y menos para toda la vida. No solo competirán en un mercado laboral distinto con otros jóvenes mejor formados que nunca, sino también con algoritmos. En una economía mayoritariamente integrada por profesionales free lance, habrá mucho trabajo, pero no habrá empleo. La computación cuántica, que está a la vuelta de la esquina, promete capacidad de procesamiento ilimitado. Eso facilita exponencialmente el entrenamiento de la IA y abarata el costo de experimentar, simular y cometer errores. Los efectos de la IA serán muy profundos: si tratamos el conocimiento como activo físico, se mantiene paradigma de competir por recursos finitos. Pero si tratamos el conocimiento como un intangible, se abre opción de colaborar y ese cambio de paradigma porque cambia modelo de organización, de trabajo, de educación, de convivencia y revoluciona la civilización. Surgirán nuevos tipos de organizaciones, un nuevo tipo de relación con sus integrantes basada en el conocimiento y un nuevo tipo de sociedad con instituciones y reglas diferentes.

 

Conclusiones:

“Inteligencia no es lo que sabes sino lo que haces cuando no sabes” (Jean Piaget).

Hay especialistas que aseguran que nuestro próximo compañero en la oficina será un robot y libros apocalípticos que pronostican el fin del trabajo. Los avances de la ciencia dejan muy claro que ningún sector puede ignorar la IA porque los transformará todos. Muchas organizaciones empiezan a plantearse si incorporan antes nueva tecnología que nuevas personas. Y, sin embargo, durante la crisis que todavía estamos viviendo, la IA no ha jugado un papel protagonista. Le debemos agradecer a la IA que haya puesto de moda la inteligencia, obligándonos a investigar qué significa ser inteligente, cómo funciona el cerebro, en qué consiste el conocimiento y cómo aprendemos.

El futuro pasa por colaborar en lugar de competir: combinar nuestra inteligencia con la IA, es decir, que la IA ejecute lo que nosotros decidimos. La IA hace el trabajo más humano porque elimina lo rutinario y se lo pasa a la máquina. Si sigues haciendo lo que haces, es lógico pensar que pronto te quedarás sin trabajo. Pero si lo analizamos desapasionadamente ¿no prefieres que una máquina trabaje por ti? Todo pasa por la decisión de conservar para nosotros los “qué” y los “por qué” y delegar en las máquinas los “cómo”. Con la IA estamos frente una oportunidad única, no para mejorar un modelo que ya rebasó sus límites sino para liberarnos de paradigmas y creencias limitantes y diseñar un modelo que coloque al ser humano por encima del crecimiento y la eficiencia. Para producir cobre, carbón o hierro, necesitas minas. Para producir petróleo necesitas yacimientos. Para producir tecnología necesitas neuronas, es decir, personas. No todos los países tienen materias primas pero todos ellos tienen personas. No tenemos que cambiar por las terribles desigualdades que hemos provocado o por el impacto del cambio climático sino porque lo que hemos venido haciendo no es correcto ni ético y la consecuencia es que destruimos el planeta y mantenemos a demasiada gente en situación insostenible. Tal vez tengamos que preocuparnos menos de la IA y más de la inteligencia de los humanos que manejen la IA…

 

El 5 de octubre realizamos la segunda sesión de CADABRA (dentro de ABRA Laboratorio de Aprendizaje) donde conversaremos sobre “Inteligencia Artificial y Aprendizaje” con Daniel Suarez CEO de Zapiens. El 19 conversaremos con Gabriel Bunster sobre “Física Cuántica, Conciencia y Aprendizaje”.

El 14 de octubre participaremos en el webinar “Lo que le tenemos que agradecer a la Inteligencia Artificial” organizado por LUMEN.

También el 14 de octubre participaremos en el panel “Gestión del conocimiento y Evaluación de Desempeño" organizado por el Ayuntamiento de Gijón.

El 15 de octubre impartiremos la conferencia “Aprender del futuro” en el marco del evento organizado por Caja 18 y Sofofa.

El 26 de octubre participaremos en la mesa redonda sobre “Gestión del Conocimiento” organizada por el equipo de GC del Instituto Andaluz de Administración Pública.

 

 

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