“No aprendes cosas porque eres inteligente, sino que aprender
cosas te hace inteligente” (Albert Einstein).
HOY tienes un coche (costo) que debes conducir (tarea poco
productiva) cuando quieres desplazarte. Si MAÑANA la Inteligencia
Artificial (IA) hace posible el vehículo autónomo y eléctrico, pasan 2
cosas:
1. ya no tienes que ocuparte de la tediosa tarea de conducir,
2. ya no necesitas tener coche (que estaba aparcado 96% del
tiempo) sino solo usarlo. Por una cuota fija mensual de 100 dólares
podrás utilizar cualquier auto sin conductor que circula por la calle y
te saldrá 10 veces más barato que comprar tu propio coche.
¿Cuál es el resultado? Ahora tienes:
·
más
tiempo para utilizarlo en lo que quieras
·
más
dinero en el bolsillo
·
menos
contaminación
·
menos
muertos por accidentes…
Absolutamente todas las encuestas sobre cuál será la próxima
tecnología que revolucionará el mundo apuntan a la IA que ya ha sido
bautizada como “la nueva electricidad”. Las reacciones se agrupan
en 3 categorías: Los alarmistas convencidos de que las máquinas nos van a
sustituir creando un desempleo masivo. Los optimistas que sueñan con la
tecnología abarcándolo todo, de forma imparable. Y los realistas que
opinan que no es tan sencillo automatizar los trabajos y se inclinan por
la convivencia donde las máquinas nos van a complementar en aquello en
que son más eficientes ¿Qué panorama nos espera? Aclararé algunos
aspectos antes de entrar en pánico.
La promesa de la IA es muy arriesgada. El objetivo que persigue la IA es
legítimo, pero extremadamente ambicioso: construir máquinas inteligentes. Y lo es porque ni siquiera existe
acuerdo sobre qué significa ser inteligente. Yo defino la
inteligencia como la “capacidad de tomar buenas decisiones y aprender
rápido”. Para decidir adecuadamente de manera recurrente (y no por
suerte o casualidad) necesitas tener conocimiento y para contar con ese
conocimiento, es imprescindible aprender. Estamos de enhorabuena porque
el auge de la IA significa más
necesidad de conocimiento y aprendizaje. Pero la inteligencia también
requiere intención y consciencia: ser capaz de explicar qué estás
haciendo, por qué lo haces así, cómo llegaste a esa conclusión, cómo lo
harías si te hubieses equivocado... Para considerar inteligente a una máquina, esta
necesita conocimiento respecto de la tarea a realizar, capacidad de
aprender autónomamente y ser consciente de lo que hace, atributos todos
característicos de las personas. Hoy no tenemos máquinas inteligentes
sino capaces de hacer algunas tareas mejor que nosotros o hacer cosas que
no podemos hacer, lo que siendo muy valioso no es sinónimo de
inteligencia. Claro que la IA no tiene porque ser inteligente sino eficaz
y eficiente (igual que un avión no tiene por qué imitar el vuelo de un
pájaro). La IA solo
toma decisiones en un ámbito muy restringido de la realidad y tiene
enormes dificultades para aprender cosas que para un niño de 2 años son
elementales. La IA tiene una elevada capacidad de procesamiento pero
muy baja capacidad de entendimiento.
El fenómeno de la
automatización no es nuevo. A lo largo de toda su historia, el
ser humano se ha caracterizado por desarrollar
avances tecnológicos para aliviarse del trabajo pesado encargando a
otros las tareas desagradables (primero a los animales y luego inventando
herramientas). Siempre la tecnología sustituyó nuestra fuerza física,
pero por primera vez las máquinas amenazan con sustituir nuestro cerebro
y eso nos pone nerviosos. Durante la revolución industrial en la
Inglaterra del siglo XIX se produjeron conflictos por el riesgo que
implicaba que las máquinas sustituyesen a la mano de obra. Existen
análisis que predicen que un 47% de trabajos en EEUU están en riesgo de
ser remplazados, lo que seguramente es cierto pero incompleto. La
tecnología no destruye empleo, lo cambia. Nunca la tecnología ha generado
desempleo, más bien lo que ha hecho ha sido alterar los mercados. La
única diferencia es que ahora el proceso es mucho más rápido, ocurre a
mayor escala y produce mayor impacto que hace 150 años. Aún así, no parece que, a nivel laboral y de
desarrollo económico, el mundo haya retrocedido respecto del SXIX…
El proceso de
automatización es imparable. Si entendemos digitalizar como
transformar átomos en bits mediante
neuronas, la digitalización de la sociedad en todos sus niveles
(comunicaciones, entretenimiento, salud, trabajo, transporte, comercio,
educación, etc.) no cesa. Todo lo que hacemos depende de la tecnología y
lo hemos comprobado durante la pandemia. Nada hace pensar que ese proceso
no siga acelerándose de forma progresiva afectando todas las dimensiones
de nuestra vida. Por tanto, el propósito de la IA de dotar a las máquinas
de una inteligencia como la humana para que sean capaces de hacer lo que
hasta ahora estaba reservado a las personas (decidir y actuar sin nuestra
intervención) es un paso “habitual” en nuestra evolución. Con
independencia de que sea moralmente correcto, de si será posible, si
estamos a favor o en contra o si tendrá un impacto positivo, lo que
hacemos (tarde o temprano) lo hará la IA y la disyuntiva es cuánto tiempo
falta y cómo queremos que ocurra. Aun no es tarde para diseñarlo. Pero ojo porque si hacemos
una IA muy inteligente, despues protestará y no querrá trabajar…
El proceso no es inminente. Los
augurios de los profetas de la IA tienen un largo trecho hasta hacerse
realidad. Es muy poco lo que sabemos todavía acerca del cerebro: si no
somos capaces aun de entender cómo funciona la inteligencia humana, no
estamos preparados para reproducirla artificialmente a pesar de lo mucho
que se ha avanzado en poco tiempo. En este punto se suele producir un malentendido:
Que las máquinas hagan cosas que nosotros no podemos no significa que
sean inteligentes. Si formulas al sistema de IA más avanzado una pregunta
abierta pidiéndole consejo para desarrollar tu negocio, no puede
responder nada coherente. Como decía Bohr, “Usted no piensa, se limita a ser
lógico”. Pero de la misma forma, si una máquina puede hacer lo que
haces tú, significa que tu trabajo no demanda dosis demasiado altas de
inteligencia. Las máquinas tienen más potencia de cálculo y de
almacenamiento de información que nosotros y cada vez la diferencia será
mayor a su favor. Competir con ellas en esas tareas no tiene sentido. Si
tu trabajo consiste en hacer lo que hace o hará una máquina y no en
pensar, estás en problemas porque son más rentables y capaces de hacer
más trabajo y mejor que tú. Sin embargo, todavía, el ser humano ejecuta
tareas y labores abstractas (relacionadas con la creatividad, resolución
de problemas, comunicación, etc.) y trabajos manuales que las máquinas no
pueden hacer y que es donde tiene sentido concentrar los esfuerzos. Esto
causará cambios drásticos sobre todo en 2 áreas: desarrollo profesional
(qué tipo de trabajos existirán) y educación (qué merecerá la pena aprender).
Hay una línea de
discusión “ética” respecto de los riesgos de crear máquinas más
inteligentes que las personas. Se plantea la posibilidad de que puedan
tomarse el control de la sociedad, volverse contra nosotros, someternos y
que no las podamos controlar. Estos argumentos son los que han defendido
figuras prominentes como Stephen Hawking
o Elon Musk. La IA nos viene
ayudando desde hace años a tomar mejores decisiones pero la clave pasa
por “decidir quien decide”. Podemos trasladar esa responsabilidad
a las máquinas igual que podemos dejar nuestro futuro en manos de un
loco. De nosotros depende reservar nuestra
inteligencia para lo verdaderamente valioso y dejar que las máquinas se
encarguen del trabajo sucio, peligroso o aburrido que no queremos hacer. Se trata de consensuar qué decisiones exigen
consciencia y nos corresponden a las personas y asegurarnos de que las
tareas que no la requieren sigan siendo territorio reservado para las
máquinas, como viene ocurriendo desde hace siglos.
Existe también una
interesante discusión acerca del impacto social y económico que
tendría el hecho de que grandes franjas de población se queden sin
trabajo y por tanto sin ingresos. Ante tal hipótesis, se reclama la
necesidad de que el estado provea un salario social o que los robots
paguen impuestos. También se discute la alternativa de reducir las
jornadas laborales a menos horas para trabajar todos. Y al mismo tiempo,
se vislumbra el peligro de crear elites que, beneficiándose de esa
concentración de conocimiento y riqueza, estarían tentadas de monopolizar
la economía y la sociedad en su beneficio.
Aunque el mundo lleva
tecnologizándose desde siempre, hoy tenemos la tasa de desempleo más
baja de la historia. A pesar de los muchos y graves problemas que nos
faltan por corregir, gozamos del mayor nivel de desarrollo, democracia y
bienestar que ha conocido la humanidad. A corto plazo, es seguro que se
perderán trabajos. A largo plazo, los antecedentes dicen lo contrario: No
se elimina empleo, sino que cambia su composición. Eso mismo ha pasado
durante las décadas que llevamos usando computadores masivamente: surgen
nuevas industrias lo que conduce a la creación de más trabajos. No es
cierto que el mercado laboral tenga un numero finito de puestos de
trabajo que, si son ocupados por máquinas, entonces quedan menos para los
humanos. Es factible anticipar el empleo que se va a destruir, pero no es
tan fácil cuantificar el que se va a crear. Por ejemplo, el sector
servicios que apenas existía un siglo atrás (cuando dominaba la
agricultura), hoy es claramente mayoritario.
Debemos apresurarnos en
priorizar: decidir qué merece la pena que
hagamos las personas y qué endosaremos a la IA. Las máquinas son
inferiores realizando tareas abstractas como producir nuevas ideas,
reaccionar ante imprevistos y tomar decisiones porque resulta muy difícil
codificar cada paso específico para que una máquina lo haga. Todavía son
muy torpes a la hora de comunicarse, manipular objetos y desplazarse
(capacidad motora fina) y siguen teniendo problemas con tareas manuales
sencillas que no requieren uso de TICs ni título universitario
(construcción, gastronomía, cuidado de niños, ancianos y enfermos,
peluquería, mecánica, limpieza, transporte, etc.). Sin embargo, como
siempre ha ocurrido, las tareas rutinarias y predecibles están siendo
remplazadas por tecnología. Aunque las tareas abstractas y manuales corren
menos riesgo, el asunto es en cuanto tiempo serán las máquinas capaces de
realizarlas. Hace 10 años se pensaba que los conductores eran difíciles
de sustituir y hoy el coche autónomo está a la vuelta de la esquina. Lo
mismo se puede pensar de otras profesiones, aunque los desafíos todavía
son enormes porque los humanos desplegamos una gran capacidad de
improvisar. El camino más razonable parece el de complementarnos con las
máquinas. El primer piloto automático se empezó a usar en 1947 y sin
embargo el piloto humano no ha desaparecido.
La tecnología ha
transformado radicalmente el trabajo y la sociedad. Convivimos con
profesiones y trabajos que no existían cuando nosotros íbamos al colegio
¿Cuántos community managers, monitores de spinning, peluqueros de perros,
instructores de yoga, diseñadores gráficos, youtubers, conductores
profesionales de drones o consultores en gestión del conocimiento
podíamos encontrar en la época en que tus padres trabajaban? ¿qué
trabajos son los más demandados para 2021? Desarrollador Big Data,
arquitectos cloud y especialista en ciberseguridad, ninguno se podía
estudiar cuando fui a la universidad. La aplastante mayoría están
relacionados con la informática con lo que cualquier persona competente
en el manejo de tecnología ve incrementadas sus posibilidades de
supervivencia. Cada tecnología que irrumpe crea una nueva industria.
Basta con observar el impacto de la telefonía móvil. Cuando me incorporé
al mundo laboral, los dueños de los primeros móviles los llevaban en el
coche (con una pequeña antena en el techo), tenían un precio prohibitivo
y sufrían la burla general ¿para qué puede querer alguien un teléfono
en el coche? 25 años después, emergió una industria colosal de
investigación, diseño, fabricación y venta de smartphones, de planes de
conexión, de desarrollo de software, de servicios, de apps, de baterías…
Los avances tecnológicos siempre hicieron que se perdiesen trabajos:
desapareció el herrero que fabricaba y colocaba herraduras a los caballos
junto con el conductor de diligencias y prosperó una industria de
construcción de automóviles, fabricantes de neumáticos, empresas
petroleras que refinan combustible, talleres mecánicos, compañías de
transporte, de seguros, etc. El mercado laboral seguirá cambiando cada
vez más deprisa y surgirán nuevos modelos de negocio como pasó con
Netflix, Uber o AirBnB. Evolucionará el trabajo y la forma de trabajar lo que cambiará a los trabajadores y
sus competencias obligándonos a redefinir el concepto mismo de trabajo
una vez que hemos comprobado que no es un lugar físico: El
cómo, el dónde, el qué del trabajo es distinto al de hace 10 años y
seguirá transformándose. A nuestros hijos no les estará esperando un
empleo y menos para toda la vida. No solo competirán en un mercado
laboral distinto con otros jóvenes mejor formados que nunca, sino también
con algoritmos. En una economía mayoritariamente integrada por profesionales free lance, habrá mucho
trabajo, pero no habrá empleo. La
computación cuántica, que está a la vuelta de la esquina, promete
capacidad de procesamiento ilimitado. Eso facilita exponencialmente el
entrenamiento de la IA y abarata el costo de experimentar, simular y
cometer errores. Los efectos de la IA serán muy profundos: si tratamos el
conocimiento como activo físico, se mantiene paradigma de competir por
recursos finitos. Pero si tratamos el conocimiento como un intangible, se
abre opción de colaborar y ese cambio de paradigma porque cambia modelo de
organización, de trabajo, de educación, de convivencia y revoluciona la
civilización. Surgirán nuevos tipos de
organizaciones, un nuevo tipo de relación con sus integrantes basada en
el conocimiento y un nuevo tipo de sociedad con instituciones y reglas diferentes.
Conclusiones:
“Inteligencia no es lo que sabes sino lo que haces cuando no sabes”
(Jean Piaget).
Hay especialistas que aseguran que nuestro próximo compañero en
la oficina será un robot y libros apocalípticos que pronostican el fin
del trabajo. Los avances de la ciencia dejan
muy claro que ningún sector puede ignorar la IA porque los
transformará todos. Muchas
organizaciones empiezan a plantearse si incorporan antes nueva tecnología
que nuevas personas. Y, sin embargo, durante la
crisis que todavía estamos viviendo, la IA no ha jugado un papel
protagonista. Le debemos agradecer
a la IA que haya puesto de moda la inteligencia, obligándonos a
investigar qué significa ser inteligente, cómo funciona el cerebro, en
qué consiste el conocimiento y cómo aprendemos.
El futuro pasa por colaborar en lugar de competir: combinar nuestra
inteligencia con la IA, es decir, que la IA ejecute lo que nosotros
decidimos. La IA hace el trabajo más humano porque elimina lo rutinario y
se lo pasa a la máquina. Si sigues haciendo lo que haces, es lógico pensar que pronto te quedarás sin trabajo. Pero si lo analizamos
desapasionadamente ¿no prefieres que una máquina trabaje por
ti? Todo pasa por la decisión de conservar para nosotros los “qué”
y los “por qué” y delegar en las máquinas los “cómo”. Con
la IA estamos frente una oportunidad única, no para mejorar un modelo que
ya rebasó sus límites sino para liberarnos de paradigmas y creencias limitantes y
diseñar un modelo que coloque al ser humano por encima del crecimiento y
la eficiencia. Para producir cobre, carbón o hierro, necesitas minas.
Para producir petróleo necesitas yacimientos. Para producir tecnología
necesitas neuronas, es decir, personas. No todos los países tienen
materias primas pero todos ellos tienen personas. No tenemos que cambiar
por las terribles desigualdades que hemos provocado o por el impacto del
cambio climático sino porque lo que hemos venido haciendo no es correcto
ni ético y la consecuencia es que destruimos el planeta y mantenemos a
demasiada gente en situación insostenible. Tal vez tengamos que preocuparnos
menos de la IA y más de la inteligencia de los humanos que manejen la IA…
El 5 de octubre realizamos
la segunda sesión de CADABRA
(dentro de ABRA Laboratorio de
Aprendizaje) donde conversaremos sobre “Inteligencia
Artificial y Aprendizaje” con Daniel
Suarez CEO de Zapiens. El 19 conversaremos con Gabriel Bunster sobre
“Física Cuántica, Conciencia y Aprendizaje”.
El 14 de octubre
participaremos en el webinar “Lo que le tenemos que agradecer a la
Inteligencia Artificial” organizado por LUMEN.
También el 14
de octubre participaremos en el panel “Gestión del conocimiento y
Evaluación de Desempeño" organizado por el Ayuntamiento de Gijón.
El 15 de octubre impartiremos
la conferencia “Aprender del futuro” en el marco del evento organizado
por Caja 18 y Sofofa.
El 26 de octubre participaremos en la mesa
redonda sobre “Gestión del Conocimiento” organizada
por el equipo de
GC del Instituto Andaluz
de
Administración Pública.
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