E D I C I Ó N - N ° 1 64 - NOVIEMBRE - 2 0 1 9

 

 

 

 

Ahora más que nunca los países (y las organizaciones) necesitan aprender
Javier Martínez Aldanondo
Socio Cultura de Aprendizaje de Knowledge Works
javier@kworks.cl y javier.martinez@knoco.com

www.javiermartinezaldanondo.com

Twitter: @javitomar

 

 

“Algunas personas viven, la mayoría tan solo existe” (Oscar Wilde)

Hace 2 semanas impartí 6 sesiones en la escuela de gestión del conocimiento nuclear de la agencia internacional de energía atómica de la ONU en Asunción (Paraguay). Participaron representantes de varios países sudamericanos y una de las principales preocupaciones fue: “el continente está en llamas”. Con la excepción de Uruguay y Paraguay, el resto de países se encuentran inmersos en graves crisis, en muchos casos a partir de explosiones de indignación generalizada, fruto de un profundo descontento social. Esos mismos días escuché una conferencia del sociólogo Manuel Castells explicando que se trata de un fenómeno global: París, Hong Kong, Cataluña, Irak…

 

El mes pasado expuse mi diagnóstico sobre el detonante de la situación que aqueja a Chile. Aunque suene ridículo, estoy convencido de que se trata de una inmejorable oportunidad siempre que el país demuestre capacidad de aprender. No conozco otra nación que se encuentre, bien entrados en el siglo XXI, en posición de rediseñar un nuevo marco de convivencia (constitución) que guíe su futuro. Tal vez habría que empezar por cambiar el amenazante lema patrio “Por la razón o la fuerza

Antes que nada, es importante comprender que la crisis que se desató el 18 de octubre con la subida en las tarifas del metro es una crisis auto infringida. Chile no sufrió una invasión extranjera ni las consecuencias de una hecatombe en los mercados internacionales. Fue un estallido interno de inconformismo respecto de un modelo que hasta ese momento aparentaba ser el más desarrollado de la región. Debemos reconocer que algo estamos haciendo mal cuando han sido los jóvenes los que han desatado las protestas… Y es que esta rebelión debía haber ocurrido mucho tiempo atrás porque los niveles de desigualdad son inadmisibles en un estado moderno. A pesar de ello, a muchos les pilló tan desprevenidos que todavía son incapaces de entenderlo. Jamás me atrevería a insinuar siquiera posibles caminos de solución, pero me parece evidente que existen 3 brechas que se requiere cerrar para que Chile progrese hacia una auténtica sociedad del bienestar.

 

1. La brecha económica: las enormes diferencias de ingresos. Esta brecha la abordé en la columna anterior y se encuentra minuciosamente detallada en el informe del PNUD sobre la desigualdad en Chile. Un país donde el 33% del ingreso que genera la economía lo capta el 1% más rico de la población (peor aún, el 19,5% del ingreso lo detenta el 0,1% más acaudalado). Un país con un sueldo mínimo de 350 dólares y donde una enorme cantidad de trabajadores no perciben ingresos suficientes para cubrir sus necesidades básicas. Y un país donde la mitad de los jubilados recibe una pensión inferior a un 70% del salario mínimo. Esta desigualdad en los ingresos condiciona decisivamente el acceso a todo tipo bienes y servicios que por si fuera poco, se encuentran en niveles de precios fuera de toda lógica (en demasiados casos, el producto que se entrega no vale el precio que se cobra). La élite, propietaria de los principales grupos empresariales, está representada por muy pocas familias que concentran la mayoría del poder económico pero también de la influencia en la toma de decisiones políticas. Ni el sistema tributario, muy poco redistributivo, ni el amplio aparato estatal contribuyen a corregir el desequilibrio. Esta gigantesca desigualdad implica ventajas para algunos y groseras desventajas para la mayoría. El estudio del PNUD confirma que desgraciadamente, la desigualdad en Chile se mantiene estable desde mediados del siglo XIX…

A pesar de todo, en mi opinión está es la brecha más rápida de cerrar lo que no significa que vaya a ser simple. Chile no es el país más rico del mundo pero el problema no es la falta de dinero sino la manera en que se encuentra repartido ¿seguimos apostando por el egoísmo individualista que nos ha conducido a esta situación o apostamos por el bien común? Los recursos existen y por tanto este es un asunto de voluntad. Aunque parezca un argumento infantil, se requiere que unos pocos elegidos estén dispuestos a compartir sus privilegios y tengan un gesto de generosidad con sus compatriotas. La razón por la que las revueltas prosiguen y el país está lejos de recuperar la normalidad estriba en que no se percibe ninguna intención seria de que eso vaya a ocurrir. Las fórmulas para corregir las desigualdades económicas son conocidas y sino, habrá que inventarlas: establecimiento de una renta básica universal, revisar el sistema impositivo, etc. El economista francés Thomas Piketty acaba de publicar un libro que incluye propuestas en este sentido. Lo que está en juego es pasar del Chile que funciona como un mercado y cuyo mensaje es: “te aceptamos porque tienes dinero para pagar” a un Chile que se comporta como una tribu en el que “te cuidamos porque eres un miembro de la comunidad”.

 

2. La brecha emocional: las personas se sienten maltratadas. Durante noviembre, participé en 2 talleres organizados por la Otic Sofofa en 2 ciudades en Chile donde preguntamos a los participantes “¿Qué necesitan aprender las organizaciones teniendo en cuenta la situación que vive el país?” Las respuestas fueron unánimes y nada sorprendentes: Escuchar, desarrollar la empatía, preocuparse por sus trabajadores y confiar en ellos, no centrarse únicamente en los resultados económicos… Podemos resumirlo como RESPETO. Lo recogí en el newsletter de octubre y el PNUD dedica todo el capítulo 5 con el título “Desigualdad, dignidad y trato entre las personas”. Chile sigue siendo una sociedad clasista y machista, con escasa movilidad social, en la que han primado los prejuicios y la discriminación en el acceso a las oportunidades. Persiste la creencia de que la clase media lo es debido al esfuerzo y la clase alta gracias a la herencia. Los términos que describen los sentimientos de una amplia mayoría de chilenos son: miedo, maltrato, abuso y urgencia en recuperar la dignidad. La segunda brecha que resulta imprescindible cerrar es una brecha de estado emocional. Para vivir una vida plena, las personas requieren equilibrio emocional, sentirse justamente tratadas. Los chilenos consideran que han sido menospreciados y que lo único importante es el dinero: “tanto tienes, tanto vales y si pierdes el trabajo (ingresos) quedas desamparado. No estamos hablando de que todo el mundo tenga lo mismo sino de que todos sean iguales. Don Quijote ya le dijo a Sancho “No hay un hombre que sea más que otro sino que hace más que otro”. Se trata poner límites razonables a las diferencias y redistribuir los beneficios, si no es por ética o convencimiento entonces por inteligencia (cuando gran parte de la población vive en condiciones precarias y de sufrimiento y tiene expectativas de una vida mejor, no se van a conformar y no tardarán en desatarse conflictos). Esta brecha es más difícil de cerrar que la económica porque implica un cambio en las creencias en un segmento de la población que cree gozar de derechos que lo coloca por encima del resto de ciudadanos a los que perciben “de categoría inferior”. Sin embargo, con voluntad y esfuerzo es factible avanzar también en esta brecha aunque desaprender prejuicios tomará tiempo y requerirá reforzar el marco regulatorio y judicial para que exija colocar la dignidad humana como eje central. Eso sí, existe un factor que es imprescindible tener en cuenta. Chile es el país con peor nivel de confianza en la OCDE. Los chilenos no solo sienten una enorme desconfianza por las instituciones sino también por sus compatriotas. Sin confianza, el respeto tiene pocas opciones de prosperar…

 

3. La brecha de conocimiento: la educación como respuesta. Esta es la brecha más importante por 2 razones. Es la causante de las otras 2 anteriormente citadas y es la más difícil de cerrar porque exige una gran inversión de tiempo, al menos una generación…

Simplificando: la razón por la que tantas personas perciben ingresos tan bajos en Chile es porque ejecutan tareas de escaso valor añadido. Y eso ocurre no por un problema de capacidad individual o de pereza sino porque carecen de conocimientos más sofisticados que les permitirían acceder a mejores trabajos y mayores salarios. Es el conocimiento el que genera “dinero” y no al revés ¿Y cuál es la fuente de producción de conocimiento? La educación. No tienes conocimiento si previamente no aprendes. El sistema educativo en Chile, severamente estratificado, ha reproducido los niveles de desigualdad históricos en lugar de corregirlos. Un modelo que se asegura de que una minoría acumule conocimientos valiosos en instituciones educativas de prestigio mientras muchos jóvenes acceden a una educación de segunda clase que no siempre terminan, quedando endeudados por largo tiempo. Otra vez un problema de voluntad…

La ONU ha alertado de que el mundo enfrenta una crisis de aprendizaje. Hasta ahora, hemos culpado a los profesores por su deficiente conocimiento (a pesar de que nunca tuvimos docentes mejor preparados) o a los jóvenes por su escaso compromiso (nunca tuvimos generaciones más inteligentes). Ha llegado el momento de diseñar un sistema educativo para los próximos 50 años accesible para TODOS los ciudadanos por igual: de repensar QUÉ es importante aprender, CUÁL es la mejor manera de hacerlo, CUANDO y QUIEN debe participar del proceso, DÓNDE debe ocurrir. Basta de quejarse de la falta de talento y asumamos que enseñamos a los niños lo que no hace falta, de la forma más rentable pero menos eficaz y por tanto lo olvidan todo rápidamente. No estamos hablando de estudiar sino de aprender, no son sinónimos. Llegó el momento de abandonar la memorización teórica, el monopolio de los títulos y reivindicar la práctica (aprender sin hacer no es aprender) y el saber hacer, con especial énfasis en hacer las preguntas potentes que nos guiarán. Justamente la primera pregunta consiste en acordar los valores y principios fundamentales que establecerán las bases de la convivencia común ¿Qué sociedad queremos ser, qué ciudadanos la habitarán y por qué? Y en ese contexto es imprescindible preguntarse qué aprender y para qué. En 2018, Escocia, Islandia o Nueva Zelanda declararon explícitamente que su foco está en el bienestar de sus ciudadanos y no en el PIB. Estamos ante una oportunidad de oro de discutir e incorporar en ese consenso aspectos como el cambio climático, la migración, la inteligencia artificial o el género. Un ejemplo: Noruega creó en 1990 un Fondo de Pensiones Global como depósito de los beneficios obtenidos por la explotación del petróleo y el gas. El objetivo del fondo es apuntalar una reserva de dinero que garantice las pensiones y el Estado de bienestar del país cuando el combustible fósil se agote y deje de nutrir las arcas estatales. El fondo es un referente mundial en transparencia e inversión ética y excluye a empresas relacionadas con la fabricación de armas, que incumplen los derechos laborales o contaminan. Otro ejemplo, la inversión pública en educación en todos los países del mundo de desploma una vez las personas cumplen 25 años. Es el momento de consagrar la educación para toda la vida que asegure la actualización permanente de conocimientos. No se trata de hacer más sino de concentrar el foco: un niño finlandés está mejor formado que uno español a pesar de que recibe bastantes menos horas lectivas  al año.

Si se prioriza tener a todos los ciudadanos bien educados, el país se beneficia de un mayor desarrollo económico y competitividad internacional, un mejor sistema de salud y servicios sociales, menores índices de delincuencia, etc. Las sociedades más educadas son sociedades más respetuosas donde son menos frecuentes los casos de comportamientos prepotentes y abusivos que además son rigurosamente perseguidos.

 

Conclusiones: Lo que los ciudadanos de los países en crisis están reclamando son 3 cosas muy sencillas: 1. Comparte conmigo el trabajo y los beneficios (ojala con la mirada puesta en que las máquinas hagan el trabajo sucio), 2. Trátame dignamente y 3. Enséñame. El futuro será cooperativo. Los desafíos que nos esperan son de tal nivel de complejidad que nadie tiene el suficiente conocimiento para enfrentarlos. No basta contar con individuos brillantes, es obligatorio cultivar lo colectivo y encadenarse con aquellos que saben lo que nosotros no sabemos. Avanzar con rapidez no quiere decir que no podamos pensar en el largo plazo. Hemos progresado mucho en ciencia pero hemos retrocedido en convivencia.

Es absurdo creer que esto mismo que esperan de sus gobiernos no será lo que los colaboradores exigirán de las organizaciones en las que trabajan. No puede haber empresas sanas en una sociedad enferma. Una empresa inteligente se ve obligada a salir de la dictadura de los números para refundarse alrededor de un propósito común y compartido, deberá ser abierta y transparente y centrarse en impulsar el aprendizaje individual y grupal. El conocimiento de sus integrantes (su principal activo estratégico) se tiene que convertir en conocimiento colaborativo. Es la era del capitalismo cognitivo.

Estamos ante una magnífica ocasión de sentar las bases de un nuevo modelo de relación entre las personas a todos los niveles y asegurar para nosotros y nuestros hijos, un planeta más amable y una vida que merezca la pena ser vivida y no existida...

 

El 13 de diciembre estaremos en Barcelona (España) participando en la VI Jornada de Reconocimiento de Buenas Prácticas Sociales organizado por el Àrea de Drets Socials, Justícia Global, Feminismes i LGTB del Ayuntamiento de Barcelona impartiendo la conferencia “Las organizaciones inteligentes necesitan personas que aprenden”.

 

 

 

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