“Algunas personas viven, la
mayoría tan solo existe” (Oscar Wilde)
Hace 2 semanas impartí 6 sesiones en la escuela
de gestión del conocimiento nuclear de la agencia internacional de energía atómica de la ONU en Asunción
(Paraguay). Participaron representantes de varios países sudamericanos y
una de las principales preocupaciones fue: “el continente está en
llamas”. Con la excepción de Uruguay y Paraguay, el resto de países
se encuentran inmersos en graves crisis, en muchos casos a partir de
explosiones de indignación generalizada, fruto de un
profundo descontento social. Esos mismos días escuché una conferencia del
sociólogo Manuel
Castells explicando que se trata de un fenómeno global: París, Hong
Kong, Cataluña, Irak…
El mes
pasado expuse mi diagnóstico sobre el detonante de la situación que
aqueja a Chile. Aunque suene ridículo, estoy convencido de que se trata
de una inmejorable oportunidad siempre que el país demuestre capacidad de
aprender. No conozco otra nación que se encuentre, bien entrados en el
siglo XXI, en posición de rediseñar un nuevo marco de convivencia
(constitución) que guíe su futuro. Tal vez habría que empezar por cambiar
el amenazante lema
patrio “Por la razón o la fuerza” …
Antes que nada, es
importante comprender que la crisis que se desató el 18 de octubre con la
subida en las tarifas del metro es una crisis auto infringida. Chile no
sufrió una invasión extranjera ni las consecuencias de una hecatombe en
los mercados internacionales. Fue un estallido interno de inconformismo respecto de un modelo
que hasta ese momento aparentaba ser el más desarrollado de la región.
Debemos reconocer que algo estamos haciendo mal cuando han sido los
jóvenes los que han desatado las protestas… Y es que esta rebelión debía
haber ocurrido mucho tiempo atrás porque los niveles de desigualdad son
inadmisibles en un estado moderno. A pesar de ello, a muchos les pilló
tan desprevenidos que todavía son incapaces de entenderlo. Jamás me
atrevería a insinuar siquiera posibles caminos de solución, pero me parece evidente
que existen 3 brechas que se requiere cerrar para que Chile progrese
hacia una auténtica sociedad del bienestar.
1. La brecha económica: las enormes diferencias de
ingresos. Esta brecha la abordé en la columna
anterior y se encuentra minuciosamente detallada en el informe
del PNUD sobre la desigualdad en Chile. Un país
donde el 33% del ingreso que genera la economía lo capta el 1% más rico
de la población (peor aún, el 19,5% del
ingreso lo detenta el 0,1% más acaudalado). Un país con un sueldo
mínimo de 350 dólares y donde una enorme cantidad de
trabajadores no perciben ingresos suficientes para cubrir sus necesidades
básicas. Y un país donde la mitad de los jubilados recibe una pensión
inferior a un 70% del salario mínimo. Esta desigualdad en los
ingresos condiciona decisivamente el acceso a todo tipo bienes y
servicios que por si fuera poco, se encuentran en niveles de precios
fuera de toda lógica (en demasiados casos, el producto que se entrega no
vale el precio que se cobra). La élite, propietaria de
los principales grupos empresariales, está representada por muy pocas familias
que concentran la mayoría del poder económico pero también de la
influencia en la toma de decisiones políticas. Ni el sistema tributario,
muy poco redistributivo, ni el amplio aparato estatal contribuyen a
corregir el desequilibrio. Esta gigantesca desigualdad implica
ventajas para algunos y groseras desventajas para la mayoría. El estudio
del PNUD confirma que
desgraciadamente, la desigualdad en Chile se mantiene estable desde
mediados del siglo XIX…
A pesar de todo, en mi
opinión está es la brecha más rápida de cerrar lo que no significa que
vaya a ser simple. Chile no es el país más rico del mundo pero el
problema no es la falta de dinero sino la manera en que se encuentra
repartido ¿seguimos apostando por el egoísmo individualista que nos ha
conducido a esta situación o apostamos por el bien común? Los recursos
existen y por tanto este es un asunto de voluntad. Aunque parezca un
argumento infantil, se requiere que unos pocos elegidos
estén dispuestos a compartir sus privilegios y tengan un
gesto de generosidad con sus compatriotas. La razón por la que las
revueltas prosiguen y el país está lejos de recuperar la normalidad estriba
en que no se percibe ninguna intención seria de que eso vaya a ocurrir.
Las fórmulas para corregir las desigualdades económicas son conocidas y
sino, habrá que inventarlas: establecimiento de una renta
básica universal, revisar el sistema impositivo, etc. El economista
francés Thomas Piketty acaba de publicar un
libro que incluye propuestas en este sentido. Lo que está en juego es
pasar del Chile que funciona como un mercado y cuyo mensaje es: “te
aceptamos porque tienes dinero para pagar” a un Chile que se comporta
como una tribu en el que “te cuidamos porque eres un miembro de la
comunidad”.
2. La brecha emocional: las personas se
sienten maltratadas. Durante noviembre, participé en 2
talleres organizados por la Otic Sofofa en 2
ciudades en Chile donde preguntamos a los participantes “¿Qué
necesitan aprender las organizaciones teniendo en cuenta la situación que
vive el país?” Las respuestas fueron unánimes y nada sorprendentes:
Escuchar, desarrollar la empatía, preocuparse por sus trabajadores y
confiar en ellos, no centrarse únicamente en los resultados económicos…
Podemos resumirlo como RESPETO. Lo recogí en el newsletter de octubre y el PNUD
dedica todo el capítulo 5 con el título “Desigualdad, dignidad y
trato entre las personas”. Chile sigue siendo una sociedad clasista y
machista, con escasa movilidad
social, en la que han primado los prejuicios y la discriminación en el
acceso a las oportunidades. Persiste la creencia de que la clase media lo es debido al esfuerzo y la clase alta
gracias a la herencia. Los términos que describen los
sentimientos de una amplia mayoría de chilenos son: miedo, maltrato,
abuso y urgencia en recuperar la dignidad. La segunda brecha que resulta
imprescindible cerrar es una brecha de estado emocional. Para vivir una
vida plena, las personas requieren equilibrio emocional, sentirse
justamente tratadas. Los chilenos consideran que han sido menospreciados
y que lo único importante es el dinero: “tanto tienes, tanto vales” y si pierdes el trabajo (ingresos)
quedas desamparado. No estamos hablando de que todo el mundo tenga lo mismo sino de que
todos sean iguales. Don Quijote ya le dijo a Sancho “No hay un
hombre que sea más que otro sino que hace más que otro”. Se trata poner límites razonables a las
diferencias y redistribuir los beneficios, si no es por ética o
convencimiento entonces por inteligencia (cuando gran parte de la
población vive en condiciones precarias y de sufrimiento y tiene
expectativas de una vida mejor, no se van a conformar y no tardarán en
desatarse conflictos). Esta brecha es más difícil de cerrar que la
económica porque implica un cambio en las creencias en un segmento de la
población que cree gozar de derechos que lo coloca por encima del resto
de ciudadanos a los que perciben “de categoría inferior”. Sin embargo, con voluntad y esfuerzo es
factible avanzar también en esta brecha aunque desaprender prejuicios
tomará tiempo y requerirá reforzar el marco regulatorio y judicial para
que exija colocar la dignidad humana como eje central. Eso sí, existe un factor que es imprescindible tener en
cuenta. Chile es el país con peor nivel de confianza en
la OCDE. Los chilenos no solo
sienten una enorme desconfianza por
las instituciones sino también por
sus compatriotas. Sin confianza, el
respeto tiene pocas opciones de prosperar…
3. La brecha
de conocimiento: la educación como respuesta. Esta
es la brecha más importante por 2 razones. Es la causante de las otras 2
anteriormente citadas y es la más difícil de cerrar porque exige una gran
inversión de tiempo, al menos una generación…
Simplificando: la razón por la que
tantas personas perciben ingresos tan bajos en Chile es porque ejecutan
tareas de escaso valor añadido. Y eso ocurre no por un problema de
capacidad individual o de pereza sino porque carecen de conocimientos más
sofisticados que les permitirían acceder a mejores trabajos y mayores
salarios. Es el conocimiento el que genera “dinero” y no al revés ¿Y cuál
es la fuente de producción de conocimiento? La educación. No tienes
conocimiento si previamente no aprendes. El sistema educativo en Chile,
severamente estratificado, ha reproducido los niveles de desigualdad
históricos en lugar de corregirlos. Un modelo que se asegura de que una
minoría acumule conocimientos valiosos en instituciones educativas de
prestigio mientras muchos jóvenes acceden a una educación de segunda
clase que no siempre terminan,
quedando endeudados por largo tiempo. Otra vez un problema de voluntad…
La ONU ha alertado de que el
mundo enfrenta una crisis de aprendizaje. Hasta ahora, hemos culpado
a los profesores por su deficiente conocimiento (a pesar de que nunca
tuvimos docentes mejor preparados) o a los jóvenes por su escaso
compromiso (nunca
tuvimos generaciones más inteligentes). Ha llegado el momento de
diseñar un sistema educativo para los próximos 50 años accesible para
TODOS los ciudadanos por igual: de repensar QUÉ es importante aprender,
CUÁL es la mejor manera de hacerlo, CUANDO y QUIEN debe participar del
proceso, DÓNDE debe ocurrir. Basta de quejarse
de la falta de talento y asumamos que enseñamos a los niños lo que no
hace falta, de la forma más rentable pero menos eficaz y por tanto lo olvidan
todo rápidamente. No estamos hablando de estudiar
sino de aprender, no son sinónimos. Llegó el momento de abandonar la
memorización teórica, el monopolio de los títulos y reivindicar la
práctica (aprender
sin hacer no es aprender) y el saber hacer, con especial énfasis en
hacer las preguntas
potentes que nos guiarán. Justamente la primera pregunta consiste en
acordar los valores y principios fundamentales que establecerán las bases
de la convivencia común ¿Qué sociedad queremos ser, qué ciudadanos la
habitarán y por qué? Y en ese contexto es imprescindible preguntarse qué
aprender y para qué. En 2018,
Escocia, Islandia o Nueva Zelanda declararon explícitamente que su foco
está en el bienestar de sus ciudadanos y no en el PIB. Estamos ante
una oportunidad de oro de discutir e incorporar en ese consenso aspectos
como el cambio climático, la migración, la inteligencia artificial o el
género. Un ejemplo: Noruega creó en 1990 un Fondo
de Pensiones Global como depósito de los beneficios obtenidos por la
explotación del petróleo y el gas. El objetivo del fondo es apuntalar
una reserva de dinero que garantice las pensiones y el Estado de
bienestar del país cuando el combustible fósil se agote y deje de
nutrir las arcas estatales. El fondo es un referente mundial en
transparencia e inversión ética y excluye a empresas relacionadas con la
fabricación de armas, que incumplen los derechos laborales o contaminan.
Otro ejemplo, la
inversión pública en educación en todos los países del mundo de desploma
una vez las personas cumplen 25 años. Es el momento de consagrar la
educación para toda la vida que asegure la actualización permanente de
conocimientos. No se trata de hacer más sino de concentrar el foco: un
niño finlandés está mejor formado que uno español a pesar de que recibe
bastantes menos horas lectivas al
año.
Si se prioriza tener a todos
los ciudadanos bien educados, el país se beneficia de un mayor
desarrollo económico y competitividad internacional, un mejor sistema de
salud y servicios sociales, menores índices de delincuencia, etc. Las
sociedades más educadas son sociedades más respetuosas donde son menos
frecuentes los casos de comportamientos prepotentes y abusivos que además
son rigurosamente perseguidos.
Conclusiones: Lo
que los ciudadanos de los países en crisis están reclamando son 3 cosas
muy sencillas: 1. Comparte conmigo el trabajo y los beneficios (ojala con
la mirada puesta en que las
máquinas hagan el trabajo sucio), 2. Trátame dignamente y 3.
Enséñame. El futuro será cooperativo. Los desafíos que nos esperan son de
tal nivel de complejidad que nadie tiene el suficiente conocimiento para
enfrentarlos. No basta contar con individuos brillantes, es obligatorio
cultivar lo colectivo y encadenarse con aquellos que saben lo que
nosotros no sabemos. Avanzar con rapidez no quiere decir que no podamos
pensar en el largo plazo. Hemos progresado mucho en ciencia pero hemos
retrocedido en convivencia.
Es absurdo creer que esto
mismo que esperan de sus gobiernos no será lo que los colaboradores
exigirán de las organizaciones en las que trabajan. No puede haber
empresas sanas en una sociedad enferma. Una empresa inteligente se ve
obligada a salir de la
dictadura de los números para refundarse alrededor de un propósito
común y compartido, deberá ser abierta y transparente y centrarse en
impulsar el aprendizaje individual y grupal. El conocimiento de sus
integrantes (su principal activo estratégico) se tiene que convertir en
conocimiento colaborativo. Es la era del capitalismo cognitivo.
Estamos ante una magnífica
ocasión de sentar las bases de un nuevo modelo de relación entre las
personas a todos los niveles y asegurar para nosotros y nuestros hijos,
un planeta más amable y una vida que merezca la pena ser vivida y no
existida...
El 13 de diciembre estaremos
en Barcelona (España) participando en la VI Jornada de Reconocimiento de
Buenas Prácticas Sociales organizado por el Àrea de Drets Socials, Justícia Global, Feminismes i LGTB del Ayuntamiento de Barcelona
impartiendo la conferencia “Las organizaciones inteligentes necesitan
personas que aprenden”.
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