“Una vida vivida sin
REFLEXIÓN no vale la pena” (Sócrates).
Esta debía ser la segunda parte de la columna “No quiero que mis hijos vuelvan al colegio”. Podría justificarme diciendo que no pude escribirla porque no me
dio tiempo. Pero claro que pude,
tuve más de 1 mes para hacerlo pero la verdad es que les di prioridad a
otras cosas. Nuestra excusa favorita para todo es “no tengo tiempo”. Y el culpable de la falta de
tiempo (un culpable perfecto que no se puede defender) es la velocidad. El
argumento que se repite como un mantra es que vivimos cada vez más
rápido. Yo lo veo de otra forma, creo que queremos hacer cada vez mas
cosas en las mismas 24 horas y para poder llegar a todo, tenemos que
correr. Los médicos alertan que cada vez dormimos menos. Nos resulta inconcebible
no hacer nada, estamos siempre conectados. La sobredosis de actividad
conduce al cansancio y al estrés, después llega el agotamiento y
finalmente la enfermedad… Si los adultos vivimos en era de la inmediatez,
lo lógico es que eso mismo se lo transmitamos a nuestros hijos.
Aunque parezca un contrasentido, cuanto más rápido van las cosas, más
importante es desacelerar, tomarse tiempo para pensar. Aquel sabio dicho
de “vísteme despacio que tengo prisa”. La velocidad es enemiga de
la reflexión. Reflexionar implica “volver a mirar”, es decir,
revisar si lo que he hecho me sirvió para lograr el fin por el que lo
hice o no, y poder aprender para la próxima vez. Si me dejo llevar por la
urgencia, la tentación es acelerar y es entonces cuando estoy perdido
porque no tengo margen para reaccionar, no puedo anticipar ni menos planificar.
Cuando corres, no tienes posibilidad de pensar. La principal falencia que existe en las organizaciones y en la
sociedad actual es la escasa importancia que le otorgamos a la reflexión.
Si tienes mucha prisa por llegar al siguiente lugar, cualquier parada te
resulta un estorbo. Cuando caminas, siempre tienes opciones de fijarte en
el entorno, de observar la realidad. Cuando vas en bicicleta también
puedes notar lo que te rodea pero empiezas a perderte detalles. Cuando
vas en coche, el paisaje se difumina y ya no es tan nítido, cuando vas en
tren de alta velocidad se va convirtiendo en una mancha borrosa y cuando
vas en avión, ni siquiera lo ves. La reflexión es la digestión de la
mente. Es verdad, reflexionar es incómodo porque requiere invertir
energía y puede que los resultados no sean de tu agrado. Pero si no
cuentas con espacios para reflexionar, no puedes hacer consciente el aprendizaje. Cada vez que en una conferencia pregunto “¿qué aprendiste el año pasado?”, la mayoría de los asistentes me miran con estupor. Que no puedas
responder esa simple pregunta sobre tu propia vida no significa que no
hayas aprendido pero indica que si no eres consciente, no puedes tomar
decisiones al respecto ni gestionarlo adecuadamente.
¿Qué es ser consciente? Es darse cuenta de lo que te pasa y del
entorno que te rodea porque no estás solo. Es focalizarse en el ahora, en
el presente, no en el ayer, ni en dentro de un rato o mañana. Para eso, tan
solo hay que prestar atención: observar, preguntar y escuchar más y
hablar menos. Una acción al alcance de todos ya que no requiere dinero,
tecnología o metodología ni desde luego una genética privilegiada. Si
algo nos ha ofrecido la pandemia son oportunidades para reflexionar, otra
cosa es que las hayamos aprovechado: pensar sobre lo que hemos hecho, sobre
lo que estamos haciendo, hacia donde queremos ir, cuál es nuestro propósito.
Las neuronas han vuelto a triunfar porque son los los átomos los que están confinados y sometidos a
distanciamiento social mientras los intangibles nos han mantenido vivos. El covid nos ha demostrado que se puede vivir con menos (de hecho
ya tenemos menos y vamos a vivir con menos) y por tanto debiésemos
definir cuales serán las prioridades y planificar lo que queremos hacer para
el futuro. Tal vez no volvamos a tener otra oportunidad similar para reflexionar
masivamente. Lo sensato sería no tener que llegar a que una circunstancia
dramática nos obligue sino adoptarlo como una práctica permanente. No es
casualidad que cada vez surjan más partidarios de prácticas como mindfulness
o meditación que abogan por pisar el freno, darse tiempo para la
reflexión con atención plena en el presente con el objetivo de ser más conscientes.
El axioma es simple: Si la incertidumbre y la falta de tiempo impiden
anticipar “lo que viene en la siguiente curva”, entonces es crítico
reflexionar “después de la curva” para aprender y estar mejor
preparados. Y me refiero, tanto a la reflexión individual como a la
reflexión grupal para la puesta en común, el análisis colectivo, la
revisión de distintas opiniones y experiencias. El aprendizaje es una
habilidad pero el aprendizaje en equipo es una disciplina. El inminente
proceso de automatización puede terminar siendo nuestra tabla de
salvación si somos capaces de dejar la ejecución en manos de las máquinas
y reservarnos las tareas relacionadas con pensar, crear y aprender para
los humanos.
“Si tengo 8 horas para cortar
un árbol dedicaré 6 a afilar el hacha” (Abraham Lincoln)
¿Y qué ocurre en el caso de las empresas? Llevo muchas columnas insistiendo en la misma tesis: las empresas fueron diseñadas para ejecutar y no
para aprender,
innovar o cuidar el medio ambiente. Su propósito fundamental es la
rentabilidad y para ello priorizan ser eficientes. Si tomamos como
ejemplo el ciclo de mejora de Deming PDCA (Planificar, Ejecutar, Evaluar, Aprender)
comprobamos que el 80% del tiempo en la empresa se dedica a Ejecutar,
algo a Planificar, muy poco a Evaluar y casi nada a Aprender. Cuando escribí “sin emoción no hay aprendizaje” me referí al neurocientífico
Paul MacLean y su teoría de los 3 cerebros: el cerebro reptiliano
(el más primitivo que controla la supervivencia), el límbico (que
controla las emociones) y el cortex (que controla las funciones
cognitivas). Las empresas tienen muy desarrollado el cerebro reptiliano capaz de
ejecutar en automático. No digo que ejecutar no exija reflexión sino que
una vez se invierte tiempo en el análisis previo, se crean sistemas y
procesos cuyo objetivo es no malgastar energía, tiempo ni posibles
errores sino asegurar que la ejecución ocurre casi sin pensar. Pero en
tiempos de transformación, una empresa se suicida si no es capaz de aprender al mismo tiempo
que ejecuta. Por eso, de los 3 hábitos para gestionar el conocimiento, el primero de ellos es la reflexión. Si no piensas, no te puedes dar cuenta de lo
que haces bien (para repetirlo) o mal (para corregirlo). Solo la práctica
reflexiva transforma el aprendizaje en conocimiento reutilizable. Todas
las organizaciones están obligadas a desarrollar los otros 2 cerebros: por
un lado el cerebro límbico o emocional, lo que explica los esfuerzos que
se vienen haciendo en ámbitos como el engagement (compromiso) de los
empleados, la felicidad, las empresas con sentido o iniciativas como
great place to work. Pero el principal desafío es desarrollar el cerebro
más sofisticado, el neocortex que es el responsable de que las empresas
sean capaces de aprender e innovar, es decir, de sobrevivir. Para adaptarse a un mundo que cambia de forma imprevisible, todas
las organizaciones tienen que equilibrar su capacidad de ejecutar (producir
y entregar su producto o servicio a sus clientes) con la capacidad de aprender
de la ejecución para mejorar. Si hasta Mckinsey reconoce que aprender es la habilidad más importante, es que la cosa va en serio…
Una empresa es consciente cuando reflexiona de forma sistemática. Quiero destacar las 2 principales conductas que indican cuando estamos
ante una organización consciente:
1. Curiosidad: la curiosidad es el interés
por aprender. Este interés requiere observar la realidad y detectar
discrepancias y eso solo es posible cuando te haces preguntas, algo que está en la base del pensamiento
creativo. Preguntarse por qué las cosas son como son y por qué no podrían
ser de otra manera demuestra capacidad de salir de uno mismo y
preocuparse de los demás. Implica humildad para reconocer ignorancia. Y
desde luego, no tener miedo a quedar en evidencia ante los demás. Vivimos
una época peligrosa para ser curioso porque se trata de una aventura que no
termina nunca. No hay descanso para los indagadores: hay mas cosas que
aprender, conocer e investigar que tiempo disponible así que no queda más
remedio que priorizar y perdonarse por todo lo que dejamos de lado. Los
seres humanos somos curiosos por naturaleza pero el sistema educativo
domestica ese instinto y para cuando llegamos a las organizaciones,
mostramos poca inclinación a desafiar lo que ya está establecido. Mientras
eduquemos para que repitas lo que han dicho y hecho otros y lo asumas sin
examinarlo críticamente, será muy difícil que seas creativo. Una empresa
que fomenta la curiosidad, demuestra confianza en sus colaboradores. Una
empresa que no deja espacio para discrepar y experimentar y que castiga
los fallos lo que hace es castrar la curiosidad y arruinar de paso su porvenir.
Trabajar para el éxito nos ha lleva a tener pánico a los errores.
2. Generosidad: la generosidad es el interés
por compartir conocimiento. Colaborar exige mostrar empatía. Como te
importan los demás, pones a su disposición lo más valioso que tienes, lo
que sabes, como un bien común. Los generosos conectan con los curiosos
para crear un resultado enriquecido. Aunque el cerebro sigue siendo el
principal misterio de la ciencia, vivimos gracias a que nuestras neuronas
no compiten entre si sino que colaboran estableciendo conexiones. El cerebro funciona como todo y no como una suma de regiones separadas. La generosidad lucha a
brazo partido contra la competencia donde cada uno trata de conseguir el
máximo provecho personal. Aunque ganes, te engañas a ti mismo porque si
bien obtienes beneficios en el corto plazo, a la larga terminas
perdiendo. La pandemia (o la desigualdad, o el medio ambiente) demuestran
que no basta con que a algunos les vaya bien porque si a otros les va
mal, no se van a conformar. Colaborar implica transitar de lo mio a lo
nuestro. El reto es mantener la individualidad dentro de la colectividad.
Conectados somos más pero es importante no perder tu criterio, tu
pensamiento, tus preferencias, tus sentimientos, tus ideas. El equilibrio
consiste en que el plural no anule al singular, en no caer prisionero del
yo pero tampoco desdibujarme en el nosotros. Soy parte de un todo pero
conservo mi esencia.
La curiosidad y la generosidad dependen de cada persona ¿Cómo hacer
que quieran aprender y compartir? ¿Cuándo se dan espontáneamente esas
conductas? Cuando soy consciente de que compartimos un propósito común, me
importa el objetivo que tenemos y por tanto estoy dispuesto a contribuir
con mi conocimiento y mi determinación. Por eso, la principal misión de
los liderazgos no es conectar a muchos YOs sino construir un NOSOTROS
fruto del entendimiento compartido, de un modelo mental común.
En la columna sobre emociones y aprendizaje me referí también al libro “Pensar rápido, pensar despacio” donde el psicólogo y premio
nobel Daniel Kahneman explica que aunque se cree que la mente humana es racional para tomar decisiones, en realidad operan
2 sistemas: el sistema 1, automático e intuitivo que funciona sin apenas
control y el sistema 2, lento, lógico y que exige concentración. Dado que
las personas y las empresas estamos convencidos de que no tenemos tiempo
y reflexionar lo consume en grandes cantidades, usamos habitualmente el
sistema 1. Sin embargo, al reflexionar, somos conscientes de que es
posible cuestionar paradigmas intocables, por ejemplo: desarrollar una
vacuna exige 5 años, no es posible teletrabajar, no se puede hacer
ejercicio físico en casa…
En pandemia, compartir átomos es arriesgado mientras compartir
intangibles además de ser seguro, es el único camino. Una persona, una
empresa o un país no pueden avanzar hacia el futuro sin ser conscientes
del presente y de su pasado. ¿Qué nos demuestran los rebrotes en España?
Que nos cuesta mucho trabajo aprender porque no somos conscientes. Carecemos
de cultura de aprendizaje que nos permita dedicar tiempo
y neuronas a reflexionar sobre lo que nos pasa, por qué nos pasa y qué
cambiamos para mejorar. Aprender obliga a ser flexible ¿Alguien cree que
ante el coronavirus se puede decir: “he decidido que no voy a cambiar
y seguiré igual que antes”? Todo se puede cambiar. Independientemente
de cómo hayas nacido, si puedes moldear tu cuerpo con entrenamiento, puedes
hacer lo mismo con tu mente, con tu personalidad, puedes rediseñar tu
empresa o transformar el modelo económico. Se necesita trabajo y dedicación
pero lo primero y fundamental es tomar la decisión. La aviadora Amelia Earhart decía “Lo más difícil es la decisión de actuar, el resto no es más que
tenacidad”. El primer paso es ser consciente. Para desacelerar podemos empezar dedicando 5 minutos al
final de cada día, en el equipo de trabajo o en casa, a reflexionar cómo nos
fue durante la jornada y qué aprendimos. Nada muy complicado.
El 23 de septiembre participaremos en el CenturyLink Forum 2020 LATAM organizado por Century Link para hablar sobre «Aprender del futuro». Inscripción aquí.
El 15 de octubre participaremos en las Jornadas de Innovación y
Cultura que organiza Karraskan con la conferencia «Transferencia
de conocimiento».
El 27 de octubre a las 12 AM hora de Chile, impartiremos la
conferencia “Desarrollar una cultura de aprendizaje” en el marco del Annual HR Conference organizado por Seminarium.
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