“La única
fuente de conocimiento es la experiencia” (Albert Einstein).
Estos días proliferan las listas con los aprendizajes del pandémico
año 2020 ¿Será tan sencillo como enumerarlos para asumir que hemos
aprendido? Una cosa es saber algo, otra es saber cómo se hace algo, otra
muy distinta es saber hacerlo y, por último, la clave de todo consiste en
hacerlo. Hace 2 meses usé el ejemplo
de adelgazar para señalar que no sirve de mucho saber lo que hay que
hacer para bajar de peso si no lo haces… Si sabemos ¿por qué no hacemos?
Porque el hacer te desafía, te pone en peligro ya que siempre tienes la
posibilidad de equivocarte. Mientras saber es seguro, hacer es arriesgado
y por eso nos refugiamos en la seguridad de lo que conocemos. Esperar a
tener toda la teoría es descabellado. Para aprender hay que experimentar.
¿Por qué Europa está viviendo una segunda ola (y temiendo una
tercera)? ¿Por qué no sabemos o porque no aplicamos lo que sabemos? En
agosto parecía que se ganaba la batalla a la pandemia... Aprender exige
recordar, si olvidamos lo que sabíamos, entonces no aprendimos. Todavía
hay cosas que desconocemos y esa falta
de conocimiento nos ha tenido de rodillas durante todo el año. Pero
hemos generado mucho conocimiento y la vacuna del covid
es el mejor ejemplo. La vacuna es el resultado de un intenso proceso de
aprendizaje y colaboración de científicos de todo el mundo. Cuando hemos
puesto medios a su disposición, la
ciencia ha producido conocimiento en tiempo récord lo que demuestra
que cuando algo nos importa lo suficiente, tiene muchas probabilidades de
suceder. Pero si la ciencia solo investiga y no aplica, no resuelve el
problema. Claro que, para poder aplicar, antes hay que investigar. Hacer
sin saber es igualmente temerario. La reflexión
es un componente fundamental de la acción. Estamos comenzando la vacunación
y podríamos pensar que lo peor ya quedó atrás, pero con cada paso,
aparecen nuevos desafíos de aprendizaje (mutaciones del virus, campaña de
vacunación, efectos secundarios, personas que se niegan a vacunarse…)
para los que requeriremos generar nuevos conocimientos. No podemos dejar
de aprender.
Les comparto una historia sobre conocimiento en acción. Un sábado
de comienzos del 2020, mantuve una larga charla telefónica con mi
amigo Sama que en ese momento ejercía de entrenador ayudante en uno
de los mejores equipos de la liga rusa de baloncesto. Me contó que la
noche anterior habían jugado un partido de la Euroleague
(Champions de basket) en Milán que finalizó
sobre las 20h. A las 23h, Sama estaba sentado en el avión de regreso a
San Petersburgo revisando el video completo del partido ya que para la
mañana siguiente debía entregar un informe al primer entrenador sobre el
desempeño del equipo en el apartado ofensivo. En el asiento contiguo, el
otro entrenador ayudante revisaba también el video del partido con el
mismo fin, pero esta vez analizando el capítulo defensivo. El sábado por
la mañana, se celebró un entrenamiento con participación del todo el
equipo en el que la primera actividad consistió en revisar el plan del
partido. Aunque la mayoría de los aficionados creen que un partido acaba
cuando el árbitro pita el final, en realidad no termina hasta que se
revisa el plan que se había diseñado previamente. Todo partido se empieza
a preparar cuando se elabora el plan con la estrategia sobre cómo se
enfrentará el duelo. La revisión del plan después del partido consiste en
analizar si se cumplió la estrategia prevista, qué cosas resultaron
distintas de lo esperado (mejor y peor) y por qué y qué podemos aprender
y corregir para el siguiente partido. A continuación, se dedicó un
espacio al análisis de las estadísticas generadas a lo largo del
encuentro. Hoy en día, todos los equipos profesionales cuentan con
tecnología que les permite recoger multitud de datos en distintos
parámetros (físicos, técnicos, individuales, grupales, ataque, defensa,
etc.) lo que permite realizar sofisticados análisis del desempeño del
equipo y de cada jugador en todos los aspectos del juego. Después de
realizar dicho ejercicio, se celebraron reuniones individuales con
algunos jugadores para corregir determinados aspectos de su juego. Se
trata de sesiones privadas para no exponer al jugador delante del grupo y
que generalmente se refuerzan con videos de aquellas jugadas del partido
en que el jugador intervino. El lunes se convoca el siguiente
entrenamiento en el que se prepara el plan del próximo partido de la Euroleague (previsto para el miércoles) y se hace un examen
profundo de cada jugador del equipo rival donde además de los informes
con que cuenta el club, se consulta a cada jugador ya que en muchos casos
se trata de rivales con los que o bien se han enfrentado anteriormente o
incluso han coincidido como compañeros en equipos previos. Al terminó de
la conversación, Sama me comentaba “nosotros somos una organización de
aprendizaje, nuestro negocio consiste en aprender del último partido para
APLICARLO en el siguiente”. Y en efecto, mientras los espectadores
creen que un equipo lo que hace es jugar un partido, entrenar y jugar el
siguiente partido, en realidad el proceso de trabajo de un equipo de basket depende de combinar una amplia y variada gama
de actividades de aprendizaje: actividades individuales y grupales,
actividades de análisis, de reflexión, de corrección de errores y feedback, de comunicación, de planificación, con
tecnología (video, estadísticas, etc.) sin tecnología, se comparte
conocimiento verbalmente o se transfiere mediante gráficos (pizarras,
dibujos), antes del partido, durante y después del mismo… Y todo ello
además incluye un ingente trabajo de sistematización que se plasma en el
informe de final de temporada de 600 páginas que recoge todo lo ocurrido
durante el año (incluyendo hasta las declaraciones de los jugadores a la
prensa…). Si quieres tener trazabilidad para mejorar, necesitas tener
historia. Y para tener historia hay que darse el trabajo de recoger
rigurosamente los aprendizajes. Ahora bien ¿Cuándo podemos decir que
ocurre el aprendizaje? ¿El sábado en la reunión de análisis post partido?
El verdadero conocimiento se demuestra en el siguiente partido cuando
podemos comprobar si se APLICA lo supuestamente aprendido, si los errores
no se repiten y los aciertos sí. Es en ese momento, cuando hacemos cosas
distintas que antes no hacíamos, que podemos afirmar que tenemos
conocimiento. Mientras tanto, por muchas cosas que sepamos, carecemos de
él. La prueba del conocimiento está en la demostración. No me digas cómo
se hace una paella o se conduce un coche, hazlo. A la hora de verificarlo,
no importa evaluar el aprendizaje sino el resultado de aplicar el
aprendizaje para comprobar que aprender nos ayuda a mejorar y conseguir
nuestros objetivos, que son la razón por la que actuamos. Todo aquello
que no puedes hacer es otra cosa distinta, seguramente valiosa, pero no
es conocimiento.
Aunque hayamos sido educados para creer lo contrario, en la vida
primero va la práctica y luego la teoría. Para explicarnos el mundo, los
seres humanos tratamos de conceptualizarlo dando lugar a una confusión
muy extendida que asume que el conocimiento es todo aquello que sabes,
que eres capaz de verbalizar o escribir. Se trata de una mirada muy
restrictiva que considera el conocimiento como sinónimo de saber teórico,
de acumular en la memoria contenidos, hechos, datos, conceptos,
fórmulas…. En el año 2.000 el libro The Knowing Doing Gap ya explicaba esta paradoja. El mensaje
de la educación es claro: “Lo importante es saber cosas” y su
obsesión consiste en medirlo. Si sabes
mucho te pone una buena nota y afirma que eres listo. Si sacas malas
notas, entonces te etiqueta como tonto o para suavizarlo, declara que
tienes “problemas de aprendizaje”. Por eso no es extraño que
tantas personas sigan convencidas de que el conocimiento solo puede ser
técnico y se resisten a considerar las habilidades “blandas” como
conocimientos. No aceptan que se pueden aprender… Todo cambia si
manejamos un concepto más amplio de conocimiento como “la experiencia
que te permite tomar decisiones y actuar y fue aprendida” Esta
definición nos abre 2 posibilidades nuevas. La primera es que el
conocimiento está ligado directamente a la acción, a ser capaz de hacer
cosas con lo que sabes. La segunda es que el conocimiento es siempre el
resultado de un proceso de aprendizaje previo. Dado que cuando llegamos
al mundo no sabíamos absolutamente nada, todo lo que hoy eres capaz de
hacer, desde freír un huevo hasta andar en bici o resolver un conflicto,
lo has aprendido, muy poco gracias al sistema educativo. Eso implica
reconocer que todo aquello que haces, por intangible que sea (imaginar,
crear, comunicar, empatizar, liderar, colaborar…) es aprendido y por
tanto es conocimiento. Y como sentenció Francis Bacon, “Conocimiento es poder”.
El mensaje de la vida es muy distinto al de la educación. La vida
te recuerda a diario que “lo importante es hacer”, es decir,
convertir lo que sabes en acciones que te ayuden a conseguir tus
objetivos. En el mundo laboral, no basta con saber cosas, a nadie le
hacen un examen a fin de mes para comprobar cuanto sabe ni le pagan el
sueldo en función de las respuestas correctas. En tu trabajo tienes que
aplicar lo que sabes, ponerlo en práctica. Es evidente entonces que no
basta con saber cosas. Pero tampoco es suficiente saber cómo se hacen,
sino que tienes que hacerlas. La planificación es importante pero las
acciones, la ejecución, es la clave. El desafío intelectual de saber es
placentero, incluso adictivo, pero el ciclo solo se completa cuando los
saberes se convierten en acciones. Como reza la Biblia, “por sus
frutos los conoceréis”. La vida consiste en hacer más que en saber.
Todos tenemos claro qué significa ser un buen padre o madre, pero al
mismo tiempo todos sufrimos la misma incertidumbre de no saber si estamos
actuando correctamente, si somos coherentes. Tus hijos no escuchan lo que
dices, escuchan lo que “haces”.
Socializar o informarse no es lo mismo que aprender. La información
es un insumo importante para el conocimiento como discutimos con la fórmula de
la Coca Cola. Peter Senge se refiere al conocimiento como “la
capacidad para actuar de manera efectiva” y una base de datos carece
de esa capacidad. En un primer momento, cada vez que lees o escuchas opiniones o
experiencias de terceros accedes a información. Se trata de algo externo,
de cosas que han dicho, hecho o pensado otros. Existe un segundo momento
que es cuando conviertes esa información en conocimiento, en algo tuyo y
eso ocurre cuando la aplicas, la pones en práctica y la incorporas (pasa
a formar parte de tu cuerpo). Una receta es información que conviertes en
conocimiento cuando elaboras un plato. A partir de ese momento, el
conocimiento es tuyo. La distinción entre conocimiento técnico y blando
es una construcción artificial. Todo lo que puedes hacer, todo lo que se
aprende es conocimiento. Si creemos que la actitud o la empatía se pueden
desarrollar, entonces son conocimientos.
El covid no nos preguntó si queríamos
cambiar ni pidió permiso ni tampoco nos dio tiempo a prepararnos. Nos
obligó a decidir y actuar. Tendremos que acostumbrarnos a vivir surfeando
las olas. La buena noticia es que las capacidades que se requieren para
navegar el futuro son inherentes al ser humano: Imaginación, Creatividad,
Resiliencia, Flexibilidad, Reflexión, Empatía, Proactividad, Actitud. Desarrollarlas
depende de todos nosotros, individual y colectivamente. Hoy, siguen fuera
de un sistema educativo que solo tiene ojos para el STEM.
¿Qué aprendimos en
2020? Sería interesante comparar la respuesta con lo que habríamos
respondido a esta misma pregunta en diciembre de 2019. En realidad, solo
hemos aprendido lo que podemos demostrar, aquello que hemos cambiado.
Haber vivido la experiencia de la pandemia nos ha exigido desarrollar
conocimiento. Cuanto más caótico es el presente, más peligroso resulta
improvisar el futuro. Ojalá tengamos una idea más clara sobre qué es
realmente importante y a qué estamos dispuestos a renunciar porque el futuro
lo estamos diseñando ahora. “Si no sabes
hacia dónde vas, cualquier camino te llevará allí” (Lewis Carroll). No se sale de
ninguna crisis solo hablando de nuevas ideas. Tampoco se
aprende sin acción.
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