En la NASA hay un poster que
dice: "Aerodinámicamente, el cuerpo de una abeja no está hecho para
volar; lo bueno es que la abeja no lo sabe".
Hace 10 años lancé una
encuesta de una
sola pregunta dirigida a directivos y personas con equipos a su cargo. La
pregunta era “¿Qué es lo que más
valoras de las personas que diriges o que trabajan contigo? Solo puedes
elegir una cualidad”. Obtuve respuestas de
todo tipo de organizaciones, públicas y privadas, industriales y de
servicios provenientes de una decena de países. Confieso que esperaba
que, mayoritariamente, las respuestas se orientasen hacia aspectos
relacionados con el desempeño: productividad, eficiencia, resultados,
etc. Sin embargo, los resultados fueron sorpresivos. Lo que los
directivos eligieron unánimemente como lo más valorado fue la ACTITUD.
Cómo varios me dijeron literalmente “dame a alguien que tenga hambre y
yo me ocupo de que aprenda”. Me llamó la atención que un intangible
tan esquivo y escurridizo apareciese como el elemento esencial que las
organizaciones aprecian en las personas que contratan. El mes siguiente
escribí la columna “el conocimiento más valioso”.
¿Será la
actitud un conocimiento? Por
razones que desconozco, existe una creencia fuertemente arraigada que
sostiene que la actitud es algo genético: Algunos nacieron con ella
mientras el resto tuvo la poca fortuna de que no les tocase en el reparto
inicial. Esta fue una de las mentiras que no incluí en la columna de enero. Seth Godin decía “Para
mucha gente, la suerte es más atractiva que el esfuerzo. Sin embargo, no
tienes la opción de elegir tu suerte mientras que el esfuerzo siempre
está completamente disponible para ti”. Nuestras creencias guían
nuestra vida. Una creencia es una idea o pensamiento que se asume como
verdadero. Y ya sabemos lo difícil que es modificar una creencia…
¿Por qué
llamé a aquella columna el conocimiento más valioso? Porque todo el mundo
está de acuerdo en que es el aspecto que hace la diferencia (más incluso que la inteligencia). Es muy difícil competir con un
profesional que pone toda su actitud en lo que hace. El aclamado concepto de “mentalidad de crecimiento” propuesto por la psicóloga Carol Dweck confirma que
se puede desarrollar la actitud. Mi amigo entrenador Sama me comentaba el caso de un jugador que habían
considerado contratar, pero cuyo fichaje desestimaron porque a pesar de
que sus estadísticas eran brillantes, albergaban serias dudas sobre su
actitud.
La ecuación es clara: existe
consenso respecto de que la actitud es el factor clave en el rendimiento
+ la actitud es innata y no se puede aprender + no existe un ”detector” de actitud en las personas + los
estudios confirman año a año que solo el 15%
de los empleados están comprometidos con su organización ¿Qué hacemos entonces?
¿rezar? ¿lo fiamos a la suerte? El grave error consiste en creer que ese
85% de personas carece
de actitud. Lo que ocurre es que no la expresan en su trabajo.
Mi tesis es muy diferente.
La actitud no es una cuestión innata. La actitud se define como la
predisposición a actuar. No conozco a nadie que no tenga actitud por
nada. Todos tenemos actitud porque es lo que nos mantiene vivos. Lo que
ocurre es que todos mostramos actitud hacía distintas cosas. ¿Quién no
recuerda amigos en el colegio con cero actitud
para unas cosas y cien para otras? Ahora bien, que tengamos la capacidad
no significa que la convirtamos en habilidad. Eso exige aprender y
practicar. Todos podemos
bajar de peso (tenemos la capacidad) pero no todos estamos dispuestos a
hacerlo. Por eso, la actitud es una decisión. Quien no crea que la actitud
se elige le recomiendo leer “El
hombre en busca de sentido” de Victor Frankl. “Al
hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las
libertades humanas – la actitud personal que debe adoptar frente al
destino para decidir su propio camino”.
Está comprobado que la
actitud es lo que nos permite expandir nuestros límites. Déjenme
contarles una historia. Muy cerca de mi casa hay una estación de esquí.
Para acceder hay que subir por una carretera estrecha de 32 kilómetros.
Los 15 primeros son relativamente suaves excepto por 2 rampas de 1
kilómetro verdaderamente duras. Los 17 km restantes están plagados de
curvas de 180 grados con pendientes dignas de un puerto de montaña del
tour de Francia. Años atrás me propuse llegar hasta la cima con mi
bicicleta. No conocía el camino que me esperaba, pero como he hecho
deporte en serio toda la vida, estaba bastante confiado. La primera vez
que lo intenté me quedé clavado en la primera cuesta dura situada en el
kilómetro 7 donde, exhausto, las fuerzas me abandonaron y tuve que
emprender el camino de regreso a casa con el rabo entre las piernas. El
siguiente domingo lo intenté de nuevo y avancé un par de kilómetros más
hasta que de nuevo las piernas no me respondieron más. Los domingos
sucesivos se repitió la misma situación hasta que finalmente, al cabo de
unos 2 meses, conseguí llegar hasta arriba. Me demoré 2 horas y media y
llegué fundido. 3 meses después hice el mismo recorrido en 1 hora y 40
minutos ¿Cómo se explica que la misma persona que no podía pasar del km
7, tan solo 5 meses después llegara hasta arriba en poco más de hora y
media? Las razones que explican ese progreso son básicamente dos: Mi
motivación por lograr el objetivo y mi obsesión por aprender para mejorar
los resultados. Aprendí sobre nutrición, sobre entrenamientos, sobre
descanso, sobre bicicletas…
Estoy convencido de que la
actitud se aprende. Cualquier cosa que se demuestra, todo aquello que se
puede hacer, es un conocimiento. Si alguien puede hacerlo, entonces es
posible. Hace un par de meses, el responsable de innovación de Google
proclamaba que “la
empatía es la habilidad del futuro”. Se pueden aprender la
compasión y la bondad, el optimismo, la amabilidad, la felicidad, la mentalidad, también el instinto (incluido
el goleador). Toni Nadal defiende esa máxima en su
libro, “Todo
se puede entrenar” (lo que
no implica que todo se pueda enseñar). Ojo con la tentación de ofrecer
cursos de empatía o de actitud porque es no entender nada. El aprendizaje
es una cuestión de actitud como demuestra esta abuela
mexicana que aprendió a leer con 96 años, esta japonesa
de 83 que diseña aplicaciones para móviles, o este veterano emprendedor
argentino de 94 años.
Aunque siempre lo hemos
sabido, la pandemia nos ha recordado que la vida es cuestión de
prioridades. Todo está en función de nuestra intención. Dependiendo de
dónde focalizamos nuestra atención, vemos aquello que queremos ver.
Siempre se pudo teletrabajar o hacer ejercicio en casa.
La actitud es la energía que despliegas
para alcanzar algo que te interesa. A veces es voluntario y te gusta
(impulsado por la motivación) y otras es obligado y te disgusta
(impulsado por la fuerza de voluntad). Por eso, más que un momento
puntual, la actitud es un flujo permanente, que sube ante lo que nos
estimula y baja ante lo que no nos atrae ¿Cuándo despliegas tu
actitud? 1. Cuando algo te gusta, lo disfrutas y 2. Cuando algo te
importa (te interesa el resultado, aunque no lo disfrutes). La pregunta crítica
es ¿tienes claro lo que te entusiasma? ¿y lo que te importa? La educación
es importante, porque te debiese ayudar a encontrar aquello en lo que
estás dispuesto a “invertir” tu actitud ¿Y cómo descubres lo que
te entusiasma? No hay más remedio que experimentarlo. La actitud es algo
que tienes, pero solo tú decides donde lo aplicas. Un interés se
convierte en pasión a base de práctica, por eso necesitamos rediseñar el
sistema educativo para que te entregue oportunidades de probar y puedas
averiguar qué te llama la atención. Un aula es un espacio demasiado
limitado para experimentar ya que nunca fue diseñado para ello.
Se suele hablar de buena o
mala actitud, pero en realidad la actitud es neutra. La actitud funciona
más bien como el acelerador del coche. Ante las cosas que me interesan lo
piso a fondo y ante las cosas que me desagradan, levanto el pie hasta
frenarlo. La mala actitud es una actitud al 100%, pero dirigida a
alcanzar objetivos fraudulentos (no podemos decir que en el escándalo
de Volkswagen faltase actitud).
Si todos tenemos actitud, entonces el secreto
consiste en aprender a dirigirla y gestionarla, ser capaces de expresarla
a nuestra voluntad. Aquí la curiosidad juega un papel fundamental. Todos
sentimos curiosidad por algo y necesitamos descubrirlo en lugar de
reprimirlo. Insisto, el desafío del colegio no es obligar a los alumnos a
aprender lo que les queremos enseñar (y no les cautiva) sino cómo
aprovechar la energía, la fuerza, el interés y la motivación que traen
los niños para que aprendan. Siempre cuento que mi hijo Iñigo aprendió
a leer cuando cada mañana salía disparado a buscar el periódico
para devorar las páginas de futbol mientras lo llevaba al colegio.
Recuerdo cuando mi amigo de juventud Billy me explicó que la base del Aikido consistía en utilizar a tu favor la fuerza del
adversario. Nunca ha habido un mejor momento para ser curioso. No sabes
lo que te atrae hasta que lo conoces y a medida que te vas familiarizando
con algo, tienes muchas probabilidades de que te vaya gustando cada vez
más. Es innegable que, igual que actitud se fomenta, se entrena y se
mejora, también se coarta y se destruye. Durante siglos hemos tratado de
imponer la actitud con pésimos resultados. Casi todos hemos conocido
entornos organizacionales tóxicos para la actitud. Cuando se penaliza el
error, se limitan las oportunidades para preguntar, opinar y discrepar,
no se reconoce el esfuerzo, se miente, se discrimina, se desconfía o se
oculta información se genera miedo. El miedo es el
mayor inhibidor del aprendizaje porque ahuyenta la actitud y socava la
confianza. El miedo a fracasar mata más sueños que el fracaso mismo
(nuestro modelo educativo castiga el error). ¿Cuál es la buena noticia?
Casi todos nuestros miedos son aprendidos, no vienen en el ADN. Los
recién nacidos apenas tienen miedos. No soy bueno para… no se me da bien…
después de cierta edad… El miedo conduce a no intentarlo y más tarde
terminas arrepintiéndote de lo que no hiciste. Por eso es tan importante
trabajar la autoestima con los niños. “Un pájaro posado en un árbol
nunca tiene miedo a que la rama se rompa, porque su confianza no está en
la rama sino en sus propias alas”. El conocimiento te da confianza
porque, como se suele decir "la ambición sin conocimiento es como
un barco en tierra firme”.
“No quiero jugadores a
los que motivar, quiero jugadores motivados a los que entrenar” (Phil Jackson). Toda
organización espera que cada persona traiga la actitud de casa. ¿Qué le vamos a exigir nosotros a una empresa
para entregarle a cambio nuestra actitud? que nos…
- entregue oportunidades (autonomía y
responsabilidad)
- exija y nos pida rendir
cuentas respetuosamente
- desarrolle
- reconozca los méritos (y
nos retroalimente)
- corrija sin humillar
(convivir con los errores)
- enseñe, provea
conocimiento y herramientas
- pague justamente (lo que
merecemos, ni más ni menos) y comparta el éxito
- pregunte
- escuche (que nuestras
contribuciones se tengan en cuenta)
- otorgue opciones para
participar y no solo obedecer
- entregue información
transparente y abierta
- demuestre confianza
(horarios, flexibilidad, tiempo libre, vestimenta…)
- ayude a identificarnos con
su fin (ética y justa)
- proporcione un espacio
psicológicamente seguro
En el fondo, le pedimos que
nos proteja y nos quiera como la otra gran institución humana que es la familia.
La obligación de la empresa es crear un ambiente donde sus colaboradores
puedan tener éxito. Tiene que ponértelo fácil para que puedas aprender.
La relación laboral entre una persona y una organización es igual que un
matrimonio: Si alguno se considera injustamente tratado, no perdurará. Tu
organización te tiene que poner los medios y luego te toca a ti poner tu
parte: la actitud.
Finalmente, no es suficiente con la actitud
individual. Somos generosos
y colaborativos por naturaleza. Ante el COVID, nadie permaneció de
brazos cruzados, pero una pandemia no se resuelve si cada uno actúa por
su cuenta. Los problemas que nos acechan solo se pueden abordar desde una
actitud colectiva. Nuestra actitud en la pandemia está siendo poco
inteligente, una mezcla de euforia y arrogancia: en Chile, 1 año después,
y a pesar del gran avance en la campaña de vacunación, volvemos a estar
confinados. En España, tras varias olas, las 2
aficiones del Athletic y la Real demuestran una actitud lamentable.
A estas alturas no podemos alegar falta de conocimiento. El riesgo de la
meritocracia y de reconocer en exceso el esfuerzo personal es caer en el
individualismo y la competencia ¿El único antídoto? Humildad y
colaboración. Lo preocupante es que exhibamos actitud cuando alguna
circunstancia nos coloca entre la espada y la pared.
Una persona con actitud tiene una gran
ventaja: tiene capacidad de aprender, potencial, tiene futuro. La actitud
te acompaña toda la vida, será tu principal herramienta. Mientras el
mundo lo manejen las personas, dependeremos de su actitud. Más nos vale
gestionarla y no confiar en el azar. Voltaire decía “He decidido hacer lo que me gusta, porque es
bueno para la salud”. Yo también.
El miércoles 21 de abril
participaremos en el “Annual
HR Conference” organizado por Seminarium
con la conferencia “Actitud,
el conocimiento más importante”.
El jueves 22 de abril
impartiremos la conferencia “Aprender del futuro en las
organizaciones” para la Diputación de Barcelona.
Del 11 al 13 de mayo
participaremos en el congreso Edutic
"La educación en transformación".
Entre el 13 y 14 de mayo
hablaremos sobre “Cultura de Aprendizaje” en el Congreso
Cooperativo Macachín.
El miércoles 2 de junio
impartiremos la conferencia “Aprender
del futuro” dentro del Foro
de innovación para el aprendizaje y el desarrollo.
|