“Sin desviarse de la norma, el progreso es imposible” (Frank Zappa).
Para transformar
la educación, no basta señalar lo que no funciona ni lo que hay que dejar
de hacer. Se necesita proponer ideas y aportar soluciones.
Sospechosamente, se ha impuesto la tesis de que necesitamos más vocaciones científicas y
tecnológicas, asistimos al reinado del STEM. Yo opino distinto. Cuanto más sepas de números, más
riesgos tienes de ser automatizado porque todo lo que sea matemáticamente
posible, será real. Mientras que cuanto más sepas de relaciones (contigo
mismo, con colegas de equipo, con clientes, con proveedores, con
vecinos…) menos riesgos corres y más auspicioso será tu futuro.
El
objetivo de la educación consiste en ayudarte a comprender un mundo en el
que tendrás que moverte con agilidad. Y claro, el mundo no cabe en un
aula. Tienes que experimentarlo. Si el genio de la lámpara me otorgase 3
deseos para mejorar la educación, mi respuesta sería que, al finalizar su
etapa educativa, todos los jóvenes dominen 3 ámbitos: 1. Conocerse a sí
mismos, 2. Relacionarse con otros y 3. Ser expertos en aprendizaje.
1. Conocerse a ti mismo. “De todos los conocimientos posibles, el más
sabio y útil es conocerse a sí mismo” (William Shakespeare). Nada nuevo. El aforismo griego “conócete a ti mismo”
figuraba en el templo de Apolo en Delfos. El autoconocimiento es la tarea
más compleja a la que nos enfrentamos ya que no termina nunca. Tu cerebro
(hardware) y tu mente (software) son tus principales herramientas. Más te
vale entenderlas bien para sacarles el máximo rendimiento posible. Tu
vida depende de ello. Ser
consciente de cómo eres y cómo piensas es capital, pero somos muy poco
conscientes de ello. No puedes mejorar lo que no conoces. Conocerte a ti mismo para
diseñarte a ti mismo y llegar a ser quien quieres ser…
El aprendizaje sucede desde dentro hacia
fuera y no al revés. Lo más importante en la educación no es el profesor igual que
lo más importante en la salud no es el médico. La clave eres tú. Solo podemos contribuir a la educación de una
persona si somos capaces de despertar su curiosidad, de encontrar sus
intereses. La motivación funciona como el motor que te empuja y para
ello resulta crítico auto conocerse. La gestión de uno mismo demanda
desarrollar habilidades de pensamiento profundo que comienzan al
formularse algunas preguntas esenciales:
¿Quién soy, cómo soy y porque soy como
soy, en qué creo, quién y qué
quiero ser o hacer de mi vida y por qué, hasta donde estoy dispuesto a
llegar…?
Si las cosas importantes
surgen de dentro, entonces con más razón te tienes que conocer a ti
mismo: qué te gusta, te mueve y te llama la atención, con qué tienes
dificultades. Necesitas conocerte para definir lo que quieres, lo que no,
lo que necesitas mejorar, lo que ya haces bien o lo que te falta. Importa
poco que termines el colegio o la universidad sacando excelentes notas si
desconoces lo qué te interesa, lo qué te preocupa o lo que te da miedo
¿eres capaz de autocontrolarte, desconectarte, no rendirte antes las
dificultades o focalizar tu atención? Importan poco las respuestas
memorizadas a preguntas que no son tuyas cuando no tienes respuestas a
las preguntas importantes. Sobre todo, importa lo que sabes y no sabes de
ti mismo.
Para que una persona pueda
preguntarse lo que quiere ser y hacer en la vida, necesita vivir
experiencias, cuantas más y más variadas mejor y ojalá repletas de
tropezones. El sistema
educativo te proporciona experiencias ceñidas a las 4 paredes de un aula
y narradas por profesores que conocen lo que es ser profesor, pero no
pueden saber lo que es ser periodista, enfermera, policía, política,
empresaria, peluquero o empleado de call
center. Para diseñar tus futuros posibles, la imaginación se convierte
en una habilidad fundamental que el sistema educativo menosprecia. Mis hijos me
demostraron que todos los niños nacen con una gran capacidad de
imaginar que el colegio va domesticando como al animal al que se castran
sus instintos naturales para acomodarlo a un modelo controlable. Aprender
en el colegio implica demostrar capacidad de tragar información sentado en una silla. La educación que
necesitamos tiene que ayudarte a que seas lo que puedes y lo que quieras
ser.
Si creemos a Walter Scott (“La
parte más importante de la educación del hombre es aquella que él mismo
se da”), entonces, un alumno se forja a sí mismo y el mejor maestro (no
el único) siempre eres tú: Eres quien experimenta, quien se hace las preguntas,
quien busca la información, quien filtra lo que recibe y lo aplica… La
educación no se termina en ti, pero empieza por ti. Es un proceso
personal e intransferible que resulta más eficiente con ayuda de otros.
El ser humano es colectivo, no puede nacer, crecer ni desarrollarse solo.
También es esencial
conocerse a sí mismo como mecanismo de autodefensa: las máquinas (a
través de los datos que recopilan de todos tus movimientos) ya te conocen
y van a tratar de influir en tus decisiones, de condicionar tus próximas
acciones. Desde el momento en que recogen información sobre todo lo que
haces, pueden predecir lo que harás y manipularte para que hagas lo que
quieren…
Finalmente, es obligado referirse a la
autoestima. He conocido demasiada gente con dificultades para “quererse a
sí mismos”, muchos por defecto, otros por exceso. La autoestima es un
proceso de aceptación que implica asumir que cada uno es diferente de los
demás: no eres menos que nadie, pero tampoco eres más. Y eso obliga a
manejar inteligentemente ese delicado equilibrio entre el ego y el
sentimiento de inferioridad. Muchas personas pierden la posibilidad
de vivir vidas mejores porque no se valoran lo suficiente, funcionan
desde el miedo y no se atreven a intentarlo (y nunca descubren de lo que
hubiesen sido capaces) ya que sus creencias limitantes los paralizan. La
seguridad en uno mismo se desarrolla, pero no se enseña.
2. Relacionarte con otros: Cuando
en el punto anterior me referí a “Quién soy” no hablaba solo como individuo
sino también en relación con los demás. La educación tiene sentido
únicamente si nos ayuda a sacar lo mejor de uno mismo, pero también de
todos.
Comparto una historia. “Una estudiante le preguntó
a la antropóloga Margaret
Mead cuál consideraba la primera señal de civilización en una
cultura. La estudiante esperaba que la antropóloga hablara de anzuelos,
cuencos de arcilla o piedras para afilar, pero Mead dijo que el primer
signo de civilización en una cultura antigua es la prueba de una persona
con un fémur roto y curado. Mead explicó que, en el resto del reino
animal, si te rompes la pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al
río a beber agua o cazar para alimentarte. Te conviertes en carne fresca
para los depredadores. Ningún animal sobrevive a una pata rota el tiempo
suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se curó es la prueba
de que alguien se tomó el tiempo para quedarse con el que cayó, curó la
lesión, puso a la persona a salvo y la cuidó hasta que se recuperó.
Ayudar a alguien a atravesar la dificultad es el punto de partida de la
civilización, explicó Mead”.
Gestionar la relación con
terceros tiene como objetivo principal colaborar. Colaborar consiste en
ayudar y pedir ayuda, se basa en compartir lo más valioso que tenemos:
nuestro conocimiento. Se trata de recuperar la comunidad, de transitar de
la sobrevalorada inteligencia individual a la colectiva. Cuando Newton hablaba
estar “subidos sobre hombros de gigantes”, simplemente reconocía que si
nuestra civilización ha llegado hasta aquí es gracias a los conocimientos
que nos regalaron las generaciones anteriores. Me he referido a la
colaboración y su
impacto (no solo en el
pasado sino en el futuro) en numerosas
ocasiones. De hecho, el secreto que explica nuestra inteligencia es la
capacidad que despliegan nuestras
neuronas de colaborar en lugar de competir.
¿Por qué es crucial
gestionar inteligentemente nuestros vínculos? Los desafíos que nos
acechan, sea el cambio climático, la automatización o la desigualdad, son
inabordables sin la colaboración mundial ¿Te imaginas que cada país
hubiese tenido que desarrollar su propia vacuna para el coronavirus?
Afortunadamente, la tarea se abordó como un ejercicio
colaborativo que ha exigido crear y compartir nuevo conocimiento
entre miles de científicos de todo el planeta.
En el mundo actual no puedes
hacer nada tú solo por 2 circunstancias que todos estamos sufriendo: 1.
Los problemas tienen tal grado de complejidad que no tienes todo el
conocimiento que se necesita para enfrentarlos (nadie lo tiene ya que
nadie sabe más que todo el mundo). 2. El mundo cambia tan velozmente que
el conocimiento caduca cada vez más rápido y nadie es capaz de aprender
todo lo que hace falta a ese ritmo tan frenético. En resumen, todos
necesitamos de todos, nadie se puede valer por sí mismo y para ello, es
imprescindible establecer y mimar las relaciones con los demás. Las
principales capacidades para administrar el mapa de relaciones tienen al
lenguaje como vehículo: comunicar, negociar, resolver conflictos,
influir, aceptar las ideas de otros y renunciar a las tuyas, reconocer, empatizar…
Y en la base, para desplegar dichas capacidades, encontramos a las
habilidades de toda la
vida: hablar, escuchar, leer, escribir, preguntar. Por si no lo
queríamos admitir, las habilidades de relación se sitúan al menos al
mismo nivel que las de análisis o razonamiento. No es casualidad que las
principales empresas del mundo (que además son tecnológicas) afirmen que
la empatía
es la habilidad del futuro (Google) o que el libro de del Director
General de Microsoft mencione la empatía
53 veces ¿Dónde las aprendemos? El sistema educativo se desentiende
de ellas lo que obliga a que cada uno se las arregle como pueda.
3. Expertos en aprendizaje. Tampoco es casualidad que uno de los más reconocidos
intelectuales y la principal
consultora
coincidan en que la habilidad más importante es aprender. Si aceptamos
que mundo cambia continuamente, entonces ningún aula puede prepararnos
para siempre. El aprendizaje a lo largo de la vida se
convierte en nuestra prioridad. Podríamos denominarlo el síndrome
del explorador que no puede parar de aprender.
Es cuando menos contradictorio pedir a los alumnos que
aprendan, pero no enseñarles estrategias sobre cómo aprender y dominar
ese proceso. Afortunadamente, todos somos expertos en aprendizaje: los seres humanos fuimos diseñados para aprender, aunque
la educación ha traicionado esa inclinación natural imponiendo un modelo
artificial. Aprender es sinónimo de transmitir conocimiento que ya
existe a través del entrenamiento y mediante cursos. Pero para un mundo
cambiante que devora conocimiento, el aprendizaje que necesitamos
consiste en crear nuevo conocimiento que surge de enfrentar problemas
inesperados e imprevisibles. Nuestros hijos quieren
aprender, lo que
detestan es estudiar. El colegio fue diseñado para enseñar y no para
aprender. Hemos
domesticado a los niños al punto que esperan que alguien les diga qué
aprender y cómo. Enseñar implica que el protagonista es el que
sabe. Aprender exige reconocer que el protagonista es el que aprende. No
se puede enseñar “quien soy”, lo debe experimentar cada uno ¿Qué
preguntas necesitamos respondernos para diseñar nuestra trayectoria de
aprendizaje?
·
Qué
aprender y para qué: Lo más importante es aprender
a vivir. Cuando te preguntas “Quién soy”, en la respuesta aparece implícito
lo que debes aprender para llegar a serlo. Solo puedes responder “Qué
necesito aprender” si tienes claros tus objetivos, tu norte, lo que
te inspira, algo que la educación desprecia.
·
Cómo
aprender: Nuestros hijos no saben
aprender ni como se aprende. Cada vez que hago un taller sobre
aprendizaje, pregunto a los participantes cuál es la mejor manera de
aprender. El 95% no son pedagogos ni neurocientíficos y responden
invariablemente “haciendo”. El error, la reflexión posterior y las
preguntas aparecen como elementos primordiales. Si aprender
es un proceso emocional, todo empieza con algo que te emociona a ti.
·
Cuando
aprender: Aprendes sobre todo cuando lo necesitas y no cuando
lo prescribe el calendario. Aprender es como el hambre, de hecho,
aprender requiere tener hambre de conocimiento. No puedes tener hambre
cuando otros te lo ordenan. El sistema educativo quiere que comas cosas
que no te gustan y cuando no tienes hambre.
·
Dónde
aprender: No necesariamente en un aula o un
curso (nadie necesitó un curso para aprender sobre covid). El mundo es el mejor laboratorio de
aprendizaje.
·
De quién y
con quién aprender: La humildad es el principal
facilitador del aprendizaje (y la soberbia su principal obstáculo). Se
puede aprender de cualquier persona, no hay nadie de quien no puedas
aprender algo lo que significa que todos tenemos algún conocimiento
valioso para el resto.
De nuevo,
hablamos de ser conscientes de que la principal habilidad en tu vida es
aprender: saber cómo aprender y tener como prioridad que siempre debes
estar aprendiendo. Toni Nadal repite en todas las entrevistas que el principal talento de una persona es su
capacidad de aprender.
Pero el concepto anglosajón de Learnability se queda corto: no basta con la
capacidad de aprender (todos la tenemos) sino de enamorarnos del aprendizaje,
experimentarlo y convertirlo en tu leitmotiv.
Conclusiones:
Gracias
a la pandemia, hemos tenido tiempo para reflexionar y ojalá para aprender
algo de nosotros mismos. Lo que de verdad debiésemos esperar de la
educación es que nos ayude a conocernos mejor (quien soy y hacia dónde
voy), a relacionarnos con otros, a convertirnos en expertos en aprender y
hacernos cargo de nuestro propio aprendizaje. Es decir, tienes que
ponerte ante el espejo y asumir que tal vez no te guste lo que veas. En
determinados momentos puede que necesites saber de física o de gramática,
pero lo que es seguro es que tendrás que lidiar contigo mismo todos los
días de tu existencia. Debemos poner el énfasis
en habilidades transversales y atemporales: autoconocimiento (inteligencia
vocacional), relacionarnos con otros (inteligencia social), gestionar
emociones propias y ajenas (inteligencia emocional), planificar objetivos
(inteligencia estratégica) y principios éticos y valores (inteligencia
espiritual). Si el futuro depende de aprender, entonces pertenece a las
personas más que a las máquinas. Nosotros decidimos el “Qué” y
dejamos a las máquinas que resuelvan el “Cómo”.
Todos
los países establecen un examen de acceso a la universidad para
condicionar lo qué pueden estudiar los jóvenes que terminan la educación
secundaria. Es hora de eliminar ese requisito caprichoso e inútil. En su
lugar, lo que debiésemos solicitar a cada adolescente es que presente un
proyecto de lo que quiere ser: un plan en que explique qué quiere hacer,
por qué y cómo tiene previsto lograrlo (aunque después lo cambie un
millón de veces). El rol de los profesores es acompañarlos en su elaboración. Para eso, el
colegio te tiene que ofrecer la posibilidad de conocer todas las posibles
opciones a las que podrías dedicar tu vida ¿Qué significa ser músico
profesional, fotógrafa, chef o consultor? La buena noticia es que nuestro
cerebro nunca deja de cambiar mientras estamos vivos y, por lo tanto,
siempre podemos aprender. No nacemos solo una vez (cuando nos alumbran)
sino muchas. Necesitamos pasar de ser una página en blanco en la que
otros escriben a ser nosotros los autores de nuestro propio relato.
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