Sabemos de
sobra que el conocimiento tiene el potencial de cambiar la experiencia de
vida. En este video,
una mujer con esclerosis múltiple recupera la plena movilidad gracias a
un exoesqueleto. Toda la tecnología es conocimiento, siempre fruto del
aprendizaje humano.
Mi
padre acaba de cumplir 84 años en agosto y desde hace unos 4 ha perdido casi
completamente la vista con lo que ello implica: al no poder conducir,
cocinar, leer o ver la televisión, su autonomía ha quedado muy reducida
y por tanto depende casi totalmente de mi madre. Siendo una persona
culta, mi padre nunca ha sido un enamorado de la tecnología. Usó el
computador en su vida laboral pero una vez jubilado, apenas se asomó a
internet y tiene un rudimentario teléfono móvil solo para llamar que casi
no utiliza. Eso sí, como le encanta la historia, diariamente escucha
audiolibros en un iPad.
Dado que vivo
a 12 mil kilómetros de distancia de San Sebastián, suelo visitar a mis
padres cada 3 o 4 meses. Las últimas veces, 2 cosas me llamaron la
atención: la primera es que mi padre conserva un estado de ánimo
admirable para una persona que se encuentra en perfecto estado de
lucidez, pero cuya actividad del día a día se ha visto tan drásticamente
limitada. Por supuesto, el cuidado permanente y sacrificado de mi madre
tiene una gran parte de “culpa”. La segunda es que mi padre, que
pasa largas horas sentado en un sillón especial, se comunica de manera
natural y hasta familiar con Alexa, el asistente
de voz de Amazon ¿Será Alexa una buena o mala noticia? Resulta
interesante reflexionar sobre lo que podemos esperar hoy del conocimiento
y por ende, de la tecnología.
¿Cuál es el
aporte de valor de Alexa para una persona como mi padre? Gracias al conocimiento que permitió desarrollar
asistentes de voz, mi padre puede oír la música que quiere sin depender
de la que ofrece la programación, puede acceder a noticias, saber qué
temperatura hace, escuchar chistes y cuentos tradicionales o pedir a
Alexa que le encienda la radio o la TV. Si hasta hace poco era
imprescindible aprender a manejar la tecnología (operar un reproductor de
VHS, un walkman o un IPOD), hoy basta con indicarle verbalmente a Alexa
lo que uno quiere. Ojo porque nada de esto es gratuito. Amazon, en este
caso, tuvo que aprender para desarrollar el conocimiento que le permitió
crear Alexa y mi padre solo tiene que hablar con ella. Si tuviese que
buscar por sí mismo toda esa información en un computador o smartphone,
simplemente no podría.
El hecho de
tener una “interlocutora virtual” le abre a mi padre un escenario
totalmente distinto, inimaginable hasta hace poco tiempo. En el pasado,
una persona mayor que perdía la visión quedaba totalmente excluida, era un estorbo al que solo le quedaba esperar la
muerte. Sin embargo, Alexa representa para mi padre una ventana a un
mundo tan infinito como su curiosidad. El objetivo de la tecnología
siempre es ampliar el alcance de nuestros sentidos. Ocurrió primero a
nivel físico. Inventamos el telescopio, microscopio, gafas o TV para
ampliar los ojos, el teléfono, micrófono, altavoces, audífono o equipo de
música para los oídos, maquinaria para potenciar nuestros músculos (coche
y avión para desplazarnos, grúa y taladro para izar o perforar), etc.
Hoy, la inteligencia artificial (IA) propone ampliar nuestras capacidades
mentales de almacenamiento y procesamiento de información, lo que nos
produce pánico por el miedo a ser sustituidos por robots. La influencia
que tiene el conocimiento en la vida de las personas es determinante.
Basta imaginar el impacto que pueden tener los asistentes virtuales
frente a la epidemia
de soledad que afecta a la mayoría de los países occidentales ante el
envejecimiento de su población. Las posibilidades que se abren para
apoyar en el área
de la salud a enfermos que no se pueden valer por su cuenta, en
educación ante la falta de profesores… Si tengo que elegir, hace ya
años que me
decanté por un rotundo si a la tecnología. Mi padre lleva alrededor
del cuello un colgante con un botón de pánico para activarlo en caso de
emergencia. El conocimiento nos permite soñar con que muchos ciegos puedan
recuperar la vista, en este caso gracias a córneas
hechas de proteínas de la piel de cerdo. O mitigar la pérdida
de memoria. Eso sí, tecnología como herramienta para lograr un fin y
no como objetivo en sí mismo. Tecnología al servicio de los desafíos
acuciantes que nos abruman como medio ambiente, desigualdad y pobreza,
etc. Ahora bien, la tecnología siempre es la quinta pregunta, antes hay
que considerar qué problema quiero resolver, cuál es mi objetivo, cuál
será la mejor manera de resolverlo, si alguien ya lo habrá abordado y
solo entonces, cómo me ayuda la tecnología (y
no de cualquier manera).
¿Qué es
injusto esperar de Alexa? La
inteligencia artificial todavía se
encuentra en un estado muy limitado. De hecho, no
pudo salvarnos de la pandemia. Alexa no puede hacer magia. Tiene
mucho de artificial pero poco de inteligente. Es ante todo un potente
algoritmo estadístico, pero tiene una capacidad de decidir y actuar
reducidísima. Alexa por ahora “dice” cosas, te entrega información
muy útil, ahorrándote el trabajo de buscarla, pero no puede “hacer”
casi nada. Cuenta con algunas funciones todavía muy básicas que le
permiten encenderse, apagarse, buscar lo que le pides y entregártelo.
Pero no es Alexa quien te canta la canción o te cuenta el chiste. Lo que
hace es suministrarte contenidos que ya existen previamente. Alexa no te
hace preguntas, sino que ofrece respuestas. Es como tener siempre
disponible a un sabio que lo sabe casi todo. Evidentemente, entraremos en
un mundo diferente cuando las máquinas “hagan” cosas. Cuando mi
padre le pueda pedir a Alexa “prepárame la comida o llévame al baño” o
yo le pueda solicitar “ayúdame con la presentación para la próxima
conferencia y después elabora el informe del proyecto que estoy terminando”.
Pero mientras llega ese momento, la IA decide y actúa muy poco y en
ámbitos muy acotados. La capacidad ejecutiva amplia de entender,
discernir y actuar libremente sigue siendo un atributo humano. Por eso
Alexa no
tiene conocimiento, sino que entrega información valiosa.
Ahora bien,
eso no le resta a Alexa un ápice de utilidad. La discusión acerca de si
las máquinas pueden ser tan inteligentes como nosotros es absurda. Lo que
necesitamos es que sean eficientes en el cumplimiento de su objetivo. El
valor de un coche autónomo no consiste en que copie lo que hace un
taxista igual que un avión no tiene por qué imitar la manera en que
vuelan los pájaros. Cuando automatizamos conocimiento humano, no es
importante demostrar que es capaz de hacer lo mismo que una persona y por
tanto si su inteligencia es menor o superior a la nuestra. No quiero una
máquina que lave platos como yo, sino que me importa el resultado: si el
lavaplatos resuelve el problema, estamos listos. Fíjense en la paradoja:
aquello que siempre hemos creído que era la apoteosis de la inteligencia
(lo que “estudiamos”, todo lo finito, calculable y reducible a
números como las matemáticas y que radica en el córtex) es lo más fácil
de automatizar. Y, sin embargo, todo lo improvisado, lo motriz, lo que
generalmente valoramos y pagamos menos es muy difícil que lo puedan hacer
las máquinas.
Un elemento
fundamental de los humanos, y que la pandemia nos ha recordado, es
nuestra capacidad de conectarnos y establecer relaciones. Somos en relación a otros ¿Puede Alexa generar vínculos con
mi padre? En este caso, no es imprescindible que la IA funcione como una
persona, con emociones, conciencia y, por tanto, sea capaz de empatizar o
entusiasmarse. No es prioritario que los robots tengan rasgos humanos,
para eso ya tenemos personas. No deleguemos en Alexa lo que nos
corresponde hacer a nosotros. Desde luego, tampoco queremos computadores
estúpidos que remplacen a gente que piensa. Está claro que en muchos
casos resultará muy valioso que Alexa sea capaz de desplegar ese
repertorio emocional pero lo cierto que hoy por hoy, todavía estamos
lejos de conseguirlo. Por eso, valoremos lo que puede hacer la IA hoy en lugar de criticar lo que le falta. Eso no
implica ignorar los peligros: la privacidad o el riesgo de
escapar del mundo real y perderse en la virtualidad (Metaverso).
Cómo dijo el poeta francés Paul Eluard “hay otros mundos, pero están en este”.
Una experiencia presencial y física, bien diseñada, es incomparable, pero
tiene límites. Y una experiencia virtual bien diseñada también es
inimitable porque me permite viajar a la época del imperio romano o
visitar marte. El conocimiento más importante es saber cuándo encender y
apagar la tecnología.
Tenemos mucho
que agradecerle
a la inteligencia artificial ¿Alexa es inteligente? Da lo mismo
porque basta con que ayude a mi padre (y por tanto a mi madre) a tener
una vida más agradable. Dentro de 3 semanas comprobaré cómo sigue
avanzando esa “amistad”.
La reflexión
para la vida profesional es muy obvia ¿Qué parte de mi trabajo se puede
automatizar? En mi caso, por ejemplo, muchas de las actividades
relacionadas con los proyectos ¿Y qué parte no? La de proponer nuevas
ideas en estos artículos o la de imaginar y diseñar las conferencias ¿Por
qué no tenemos todos una Alexa en la empresa qué nos entregue el
conocimiento que necesitamos cuando lo necesitamos? Porqué, como veremos
en la próxima columna, la inteligencia artificial requiere en primer
lugar de organizaciones inteligentes.
El 8 de
septiembre impartiremos la conferencia virtual “Aprender del Futuro”
para el 57 congreso que
organiza AMEDIRH, la Asociación
Mexicana de Directores de RRHH.
El 6 y el 20
de septiembre, en Cadabra la magia de aprender, dentro de Abra Laboratorio de Aprendizaje
celebraremos 2 nuevas sesiones sobre “Cómo diagnosticar la cultura
de aprendizaje de una organización”.
El 27 y 28 de
septiembre en Sevilla impartiremos el curso “Estrategias y
metodologías de gestión del conocimiento” para la Agencia de Vivienda
y Rehabilitación de Andalucía.
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