Pronto vamos a
cumplir los 2 años de pandemia. Cuando recién llevábamos 2 semanas, y
nadie podía imaginar lo que nos esperaba, escribí un artículo titulado “Coronavirus y cultura de
aprendizaje”. La tesis (resumida en el primer párrafo) era
muy sencilla: “La crisis actual del coronavirus se explica porque no
le otorgamos al aprendizaje la importancia que tiene”. Recordemos que
estábamos a finales de marzo de 2020. Lo que defendía al final del
artículo era que “si no aprendemos, no salimos”. Llevamos 2 años
así que es obvio que no estamos aprendiendo porque no hemos salido…
Escribir tiene
muchas ventajas (y exige muchas contraprestaciones): te obliga a dedicar
tiempo a pensar, a poner en orden las ideas y a exponerlas de la forma
más clara posible. Pero la principal ventaja es que cuando dejas las
cosas por escrito, siempre puedes comprobar con posterioridad si las
ideas que plasmaste tenían algún grado de sustento o no.
Una de las
preguntas en aquel artículo era “¿Aprenderemos para impedir
una segunda oleada del
Covid-19?”. Ahora mismo, en Europa están atravesando la
sexta ola de la pandemia así que, si hemos padecido cinco olas
anteriores, ya sabemos la respuesta. No hemos aprendido lo suficiente. Últimamente
observo una fiebre por el término “cultura de aprendizaje” que tiende
a simplificar la realidad. Si, hemos aprendido muchas cosas, pero nos han
faltado los 2 componentes esenciales que nos llevan a tropezar continuamente en la
misma piedra: intención y consciencia.
Ya perdí la
cuenta de las distintas variantes del COVID pero es un hecho objetivo que
cada mutación del virus desata una nueva ola ¿Es verdad que el virus
aprende? No, el título del artículo es una pequeña trampa para llamar la
atención sobre la enorme diferencia que existe entre cambio y
aprendizaje. Todo aprendizaje requiere cambio, pero no todo cambio
incluye aprendizaje. El virus cambia, eso es indesmentible, pero lo hace
por accidente. Para propagarse, los virus hacen copias en la célula que
infectan y cuando ocurren errores en ese proceso de
copiado (que se produce millones y millones de veces),
entonces tenemos una nueva variante que tiende a propagarse cuando es más
poderosa que la anterior. Por tanto, el virus no tiene ni intención de
aprender (carece de voluntad de cambiar, sino que lo hace por azar) ni
tampoco tiene consciencia (no sabe qué ha cambiado y que cuenta con
mejores posibilidades para continuar con su labor de propagación). Ahora
bien, aunque el virus no tenga intención ni consciencia, si cambia más
rápido que nuestra capacidad de aprender, los que sufrimos somos nosotros
porque en poco tiempo podemos estar seguros de que llegará una nueva ola
que nos arrolla. Y lo pagamos carísimo a todos los niveles.
La moraleja es
muy sencilla: el que cambia rápido tiene, casi siempre, ventajas sobre el
que lo hace más lentamente (o al menos lleva la iniciativa en el partido).
Nuestra única ventaja en esa situación es tratar de anticiparnos, es decir,
incluir la intención y la consciencia como variables que tienen el
potencial de cambiar el resultado del partido. De otra manera, solo respondemos
y quedamos a merced del rival. Para no repetir las propuestas para hacer
del aprendizaje una estrategia (Aprender Antes, Durante y
Después) detalladas en el artículo, me centraré en la
Intención y la Consciencia.
Tener intención
significa colocar el aprendizaje entre nuestras prioridades para que
ocurra por diseño y no como reacción. Esto exige decidir nuestros
objetivos (lo que debemos aprender), identificar las acciones que hay que
ejecutar (lo que debemos hacer para aprender) pero sobre todo HACERLO.
Millones de personas saben lo que hay que hacer para bajar de peso, pero
esos mismos millones de personas fallan en la ejecución de las acciones
porque su intención no es real. Hemos generado muchísimo conocimiento
para enfrentar la pandemia, pero si no estamos dispuestos a utilizarlo,
pierde su eficacia. Invertimos cantidades astronómicas de recursos
(energía, conocimiento, tiempo, dinero) para desarrollar vacunas, test,
estrategias de distanciamiento, mascarillas, ventiladores, etc. Pero
parece que el problema no está en el conocimiento (que hace muy bien su
trabajo) sino en nosotros. Debiésemos hacer un ejercicio de honestidad
respecto de cuál ha sido nuestra verdadera intención de aprender porque,
aprender obliga a cambiar, en este caso de hábitos y sostenerlos en el
tiempo. La intención es un atributo humano. La energía nuclear se puede utilizar
para la guerra y la destrucción o para la salud o la energía, pero eso no
depende de los átomos (que no saben lo que hacen ni tienen intención). El
enemigo somos nosotros.
Consciencia. Otra de las
frases del artículo que sigue tristemente vigente era “para que haya
aprendizaje tiene que haber rutinas planificadas para que el aprendizaje
tenga lugar. De lo contrario, el aprendizaje no ocurre”. Consciencia significa
evaluar el impacto que tuvo ese aprendizaje intencionado. Son escasísimas
las ocasiones en que pedimos feedback después
de una acción o decisión. Siempre que hago algo, tengo un objetivo y por
tanto una intención (consciente o no). Para cerrar el círculo, debo
tomarme un tiempo para comprobar cómo me resultó eso que hice, tanto lo
que funcionó bien para repetirlo como en lo que no tuvo tanto éxito para
modificarlo. Si no me doy cuenta y continúo con la siguiente decisión o
acción, me pierdo dos oportunidades fundamentales: 1. No puedo hacer una
gestión eficiente de lo que me funcionó (reutilizar) y 2. No puedo
aprender de lo que no me funcionó (evitar repetir errores). Uno de los elementos críticos para
aprender es recordar: si no recuerdas lo que aprendiste, entonces, convéncete, no aprendiste.
Como decía
Sócrates “una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida”. Para hacer
consciente el aprendizaje, necesitamos incluir
espacios de reflexión (individuales, pero sobre todo grupales). Os invito
a que analicéis sinceramente cuantos espacios de ese tipo existen en
vuestras organizaciones, diseñados con la intención de conversar,
preguntar, dudar, escuchar, discrepar, imaginar… Si bien hemos aprendido,
no ha sido gracias a una decisión premeditada sino como consecuencia: hemos
aprendido lo inmediato, aquello que nos ayuda a salir del problema urgente
que duele tanto que no nos deja dormir. Pero una vez superado, volvemos a
relajarnos y llega la nueva ola. Por eso es tan necesario incluir el
aprendizaje como parte de la rutina del día a día. Solo siendo conscientes,
podemos realizar una gestión planificada, rigurosa y sostenida. ¿Somos
conscientes como sociedad de lo que hemos aprendido de la pandemia? No lo
creo. Cada uno tiene su respuesta, pero no hemos hecho el ejercicio
colectivo, ni siquiera a nivel organizacional. Harari ofrecía su propio diagnóstico. Esta editorial de El País de marzo
de 2021 clamaba que España debía aprender de 1 año de
pandemia ¿Dónde está ese aprendizaje?
Conclusiones
Comparto la
última frase de hace 2 años: “Solo perderemos la batalla si el virus
se expande más rápido que nuestra habilidad de aprender y colaborar”.
Claramente seguimos perdiendo el partido. En algunos momentos conseguimos
empatarlo, pero rápidamente encajamos otro gol. Nos ha faltado contagiar
conocimiento al menos a la misma velocidad a la que el virus nos contagia
a nosotros. Es la diferencia
entre proponerte aprender o hacerlo porque no te queda más remedio.
¿Creéis que alguien
todavía, a estas alturas podría decir? “no pienso cambiar, seguiré
haciendo lo mismo que hice siempre antes de la pandemia” Imposible. En
mi opinión el mensaje del COVID fue clarísimo pero casi nadie lo comprendió
así ”¿Habéis entendido que a partir de mañana, todo depende de vuestra
capacidad de aprender? Aprender a trabajar de otra manera (cómo organizarse,
comunicar, tomar decisiones, relacionarnos, planificar, vender…) y a
vivir distinto”. Y no hemos terminado de aprender ¿Qué decimos cuando
alguien tropieza 2 veces en la misma piedra? No aprende ¿Por qué llevamos
6 olas? Por qué no aprendemos y si no aprendemos no salimos ¿Cuál es la
prioridad cuando tienes un problema? Resolverlo. Lo que ocurre es que, si
no aprendes, no puedes resolver el problema (aprender es parte de
resolver). Incorporar cultura de aprendizaje como
parte de nuestra estrategia futura significa
entender de una vez que no basta con aprender cuando tenemos el problema
encima. Ya es demasiado tarde. Hoy aprender sigue sin formar parte de los
procesos diarios, y solo con la formación no basta. Estamos obligados a aprender
permanentemente para anticiparnos a futuros cambios de escenario que
seguirán ocurriendo. Improvisar es demasiado arriesgado. Decíamos antes
que no cambias si primero no revisas lo que estás haciendo. La felicidad
no quiere cambios, quiere mantenerse y los humanos somos especialistas en
justificar los errores para evitar cambiar nuestro modelo mental que nos
costó tantos años desarrollarlo. Aprender requiere voluntad de cambiar,
no solo saber lo que debemos hacer.
Es cierto que
el virus muta, pero nuestro sistema inmunitario lo hace también. El virus
no tiene una estrategia, nosotros podemos diseñarla, pero eso implica ir
más allá de la respuesta de corto plazo. Si cambiar rápido te da
ventajas, entonces merece la pena intencionarlo.
El virus se puede permitir no aprender, nosotros no. El aprendizaje es
una actitud y la actitud se aprende. Una última
llamada de atención. No estoy hablando de aprendizaje individual sino
algo mucho más poderoso y complejo: aprendizaje colectivo. No nos sirve
tener buenos jugadores si no se pasan la pelota. Nuestro futuro depende
de colaborar o no colaborar.
El 2 de febrero impartimos una conferencia para los High Potentials de una multinacional norteamericana de
alimentación sobre “Aprender
del Futuro”.
El 8 de febrero, en el espacio de Cadabra la magia de aprender haremos una sesión sobre “Conocimiento Crítico” y el 22 de febrero
una sesión sobre “Actitud”.
El 23 de febrero, en Abra
Laboratorio de Aprendizaje participaremos en la sesión “Recortes del error”.’
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